«Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?»
(Hechos 16:30)
No conozco ninguna pregunta más importante que ésta ni creo que pueda deciros algo de mayor valor que la respuesta a la pregunta, porque con ella nos halla¬mos al comienzo de todo lo que se refiere a la vida eterna. El hombre tiene que ser salvo antes de poder conseguir paz, gozo o consuelo.
La respuesta a la pre¬gunta es: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo.» Y la pregunta que viene a continuación de ésta, casi por parte de todos, es: «¿Qué es lo que tengo que creer» La respuesta es: «Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios; creo que Él vino al mundo para salvar a los pecadores. Bien, pero los demonios creen lo mismo. Los demonios no sólo creen, sino que tiemblan.
Puedo creer de modo intelectual que Cristo Jesús es poderoso para salvarme y está dispuesto a hacerlo y, con todo, estar tan lejos del reino de Dios como el que nunca ha oído hablar de Jesucristo. El creer que El puede sal¬varte y está dispuesto a hacerlo no va a salvarte. Voy, pues, a considerar la palabra «fe», que significa creer.
La definición bíblica de fe
La gente dice: «¿Qué es fe?» La definición que da la Biblia de fe es buena y no conozco ninguna mejor. Leemos en Hebreos 1 1: «La fe es la firme seguridad de las realidades que se esperan, la prueba convincente de lo que no se ve.» ¿Qué es, pues, la fe? Como se nos dice es la base, la seguridad ' la substancia.
En otras palabras, tener fe es depender de la veracidad de otro. Todos los negocios se llevan a cabo bajo este principio de la fe. Si los demás pierden la confianza en un co¬merciante pronto va a desaparecer su negocio. ¿Qué ocurriría en el mundo de los negocios si los unos per¬dieran la confianza en los otros? La fe es lo que os tra¬jo aquí.
Si no hubierais tenido fe en que iba a celebrar¬se una reunión ahora en esta sala no habrías venido. Alguien dijo que hay tres cosas que se refieren a la fe; conocimiento, asentimiento y el echar mano, y es esto último lo que da la seguridad.
No es el conocimiento lo que salva. Hay muchos que dicen: «Yo creo que Cristo es poderoso para salvar.» Dan su asentimiento y dicen: «Creo», pero esto no salva. Es lo último, el asen¬timiento, el echar mano, el hacer propia la verdad, lo que salva, y esto es lo que quiero dejar bien claro hoy.
La fe mira hacia fuera, no hacia dentro. Son a cen¬tenares los que pasan el tiempo mirando hacia dentro de su corazón, pero
la fe es una mirada hacia fuera
Hemos de tener fe en Dios, no en el hombre. Hay muchos que ponen su confianza en los hombre y apo¬yan su fe en doctrinas o credos de hombres. Todo el mundo conoce la historia del carbonero, al cual pre¬guntaron lo que creía. Contestó que creía lo que creía su Iglesia. «Y ¿qué es lo que cree su Iglesia?» «La Igle¬sia cree lo que yo creo.» Y no se pudo sacar nada más ¬de él. Hay muchos que son semejantes a este hombre. Creen lo que cree la Iglesia, pero no saben qué es lo que cree la Iglesia.
Si su Iglesia lo enseña, lo creen. Ni todas las iglesias del mundo juntas pueden salvar un alma. Lo que importa no es el tener fe en ésta o en aquella Iglesia, en ésta o en aquella doctrina, en éste o en aquel hombre, sino el tener fe en Jesucristo, que está a la diestra de Dios. Ésta es la única fe que puede salvar un alma.
No pongáis vuestra confianza en el hombre
Permitidme que llame vuestra atención sobre unos pocos versículos en que Dios nos advierte que no pon¬gamos fe en el hombre. Jeremías 17:5 dice:'«Así dice Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre y pone su carne por su brazo y su corazón se aparta de Jehová.
Será como la retama en el desierto y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra salitroso y deshabitado. Bendito el varón que confía en Jehová y cuya confianza es Jehová.» Halláreis a algunos que no tienen fe en Dios: son como un árbol marchito y seco. Y quizás a su lado hay un hombre que tiene una fe firme en Dios.
Este «es como un árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo y su hoja no cae». ¿Por qué? Porque confía en el Dios vivo. «Dichoso el hombre que tiene al Dios de Jacob en su ayuda.» Mal¬dito es el hombre que se apoya en un brazo de carne, que confía en el hombre.
La misma idea se halla en Isaías 30: «¡Ay de los hijos rebeldes, dice Jehová, para tomar consejo, pero no de mí, que traman proyectos, pero no de mi espíritu, añadiendo pecado a pecado! Que se apartan para descender a Egipto y no han consultado mi boca para fortalecerse con la fuerza de Fa¬raón y refugiarse en la sombra de Egipto. Pero la fuerza de Faraón se os cambiará en vergüenza y el amparo en la sombra de Egipto en confusión.»
En un lugar dice: «¡Ay!», y en otro dice: «Maldito el hombre.» En el salmo 146:3 leemos: «No confiéis en los príncipes ni en hijo de hombre, porque no hay en él poder para salvar. Pues expira y vuelve a la tierra; en ese mismo día pe¬recen sus proyectos.
Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová, su Dios.» Aquí, pues, se nos dice claramente que según Dios no hemos de poner nuestra confianza en el hombre ni apoyarnos en un brazo de carne. Todos los ministros del mundo y todas las jerarquías de la Iglesia juntas no pueden salvar un alma. Les es del todo imposible hacerlo.
Es el Señor el que salva y sólo Él, por tanto queremos apartar nuestros ojos del hombre, de la Iglesia, y dirigirlos directamente a Jesu¬cristo. En Marcos 11:22 hallamos en quién hemos de poner la fe: «Tened fe en Dios.» Nunca he visto a un hombre o una mujer en la vida que teniendo fe en Dios quedara confundido por terribles que fueran sus pruebas o tribulaciones. Tenemos fe en Dios, no en el hombre.
El gran engaño de nuestros días
Vivimos en días muy extraños. Algunos nos dicen que no es realmente importante lo que el hombre cree con tal que lo crea con sinceridad. Lo mismo da una Iglesia que otra con tal que sea sincero al creerlo. No creo que haya salido una mentira mayor que ésta del infierno. Está llevando a la perdición a más almas en nuestros días que ninguna otra. No he leído nunca de hombres más sinceros y convencidos que aquellos fal¬sos profetas del monte Carmelo.
Su fe y seguridad era inconmovible. Algunos dicen: Si estas personas esta¬ban equivocadas, como usted dice, ¿por qué habían de poner tanto empeño en ello? Aquellos profetas de Baal eran los hombres más sinceros de que tengo noticia. Hoy día no hay nadie que se tome la cosa tan en serio como para sajarse la carne con cuchillos. Mirad cómo están danzando alrededor del altar, gritando: «¡Baal! ¡Baal! ¡óyenos!» No se ven hoy oraciones tan intensas en las plataformas de las iglesias.
Sus actos eran como si estuvieran fuera de sí. Pero a pesar de toda su sin¬ceridad, ¿escuchó Dios su clamor? Todos ellos fueron degollados. «Creo que es tan buena religión como otra con tal que se crea con sinceridad.» Ésta es una de las mentiras del diablo.
Tened fe en Dios
no en el hombre. No importa lo bueno que sea un hombre; no hay que poner la fe en él. Su aliento le abandona cuando muere, ¿y dónde está entonces tu ayuda? Nuestro Dios no muere, nuestro Dios nunca va a decepcionarnos si ponemos fe en Él. «Tened fe en Dios», dice Cristo.
Hace algún tiempo unos hombres estaban haciendo preparativos para subir en un globo. La barquilla es¬taba amarrada al globo y por algún error se desató la cuerda. Los hombres se agarraron a la cuerda en vez de agarrarse a la barquilla. Uno de los dos, al ascender el globo rápidamente, se soltó y aunque dio contra el suelo se salvó; el otro fue arrastrado hacia arriba por el globo y pereció.
¿Alguien puede decirme si no era de importancia que siguiera agarrado a la cuerda o la sol¬tara a tiempo? «No importaba nada», podéis decir. «Lo único que contaba era que fuera sincero.» Pues bien, este hombre iba agarrado a la cuerda con toda sinceridad" con decisión y ahínco, y, sin embargo, perecio. Amigos, recordad que si no creéis en el Señor Je¬sucristo vais a perecer. Es Dios quien lo dice, no el hombre.
Algunos dicen:
Los engañadores de los últimos días
Hay engañadores en el mundo que extraviarían a los mismo elegidos si pudieran. Yo creo que estamos viviendo en días muy sombríos. El error aparece por todas partes y es un momento en que hemos de mantener la fe. «He guardado la fe», dice Pablo. La doctrina sana, antigua, de nuestros padres, y de los puritanos, es muchos mejor que las nuevas doctrinas de los tiempo presentes, que están eliminando a Cristo, el infierno y aun el mismo cielo. Aferrémonos a la palabra de Dios y tengamos fe en Dios.
Hubo un joven a quien Dios envió a Betel y al cual dijo que profetizara contra Betel. No debía comer ni beber en aquel lugar ni regresar por el mismo camino por el que había ido. El joven fue. El rey le pidió que entrara en su palacio, pero él rehusó.
No, Dios le había dicho que fuera y profetizara, que no comiera ni bebiera. Pero había allí un viejo profeta, el cual le envió recado de que un ángel le había dicho que le invitara y el joven obedeció la voz del ángel en vez de obedecer la voz de Dios, y camino de su casa encontró un león y el león le despedazó.
No hemos de poner nuestra fe en ningún hombre ni aun en un profeta si su palabra es distinta y contraria a la palabra de Dios; no hemos de creer al mejor de los hombres si lo que dice es contrario a la palabra de Dios. Si Dios lo dice hemos de mantenernos firmes en ello. La palabra de Dios per¬manecerá cuando estos hombres y su nombre habrán sido barridos y olvidados.
Siempre ha habido falsos maestros que han tratado de enseñarnos que no hace ninguna diferencia lo que un hombre cree con tal que lo haga con sinceridad. Amigos míos, pongamos nuestra fe en el Dios vivo y se hará luz allí donde ahora hay tinieblas.
Cómo conseguir la fe
Volvamos ahora a Juan 20. Supongo que algunos de los presentes dirán: «Me gustaría tener fe en Dios, pero no sé cómo conseguirla.» Yo acostumbraba a orar: «Oh, Dios, dame fe», y entretanto no me preocupaba de la Biblia y la tenía arrinconada. Aquí está; ved la forma en que hemos de tener fe: «Estas cosas están escritas para que podáis creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo podáis tener vida en su nombre.» Juan tomó la pluma y escribió su evangelio con este propósito mismo.
¿Cuál es el propósito? Que los hombre puedan creer que Jesucristo es el Hijo de Dios. Cada uno de los capítulos de Juan excepto dos hablan de creer y si uno marca en este evangelio la palabra «creer» hallará cuál es el motivo por el que se escribió el evangelio. Es: «¡Creed, creed, creed, creed!» y sigue insistiendo en ello.
Y Juan escribió el evangelio para que podamos creer y para que creyen¬do podamos conseguir la vida. Volvamos ahora a Romanos 10: 15: «¿Y cómo predicarán si no han sido en¬viados? Como está escrito. ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian bue¬nas nuevas! Mas no todos obedecieron al evangelio, pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe viene del oír y el oír por medio de la palabra de Dios.» ¿Queréis saber cómo conseguir fe? Es conociendo a Dios.
Jehová dice: «Reconciliaos conmigo y tened paz.» Hallamos que las personas que están en mayor contacto con Dios son las que tienen más paz. Los que no confían en Dios son los que no le conocen bien. Los que le conocen ponen su confianza en Él. No he conocido a un hombre que conociera bien a Dios y que no confiara en Él.
Cuanto más se conoce a un hombre íntegro más confianza se pone en él. Conocí a cierto hombre hace diez años; no puse mucha confianza en él, porque no le conocía bien. En el curso de un año le conocí mucho mejor y hallé que era un hombre íntegro; tuve más fe en él. al cabo de dos años aún tenía más fe y este año tengo más fe en él que nun¬ca, porque le conozco bien ahora. Si conoces a Dios no puedes por menos de confiar en Él.
El pequeño Willie
Un día quería enseñar a mi hijito lo que era la fe, por lo que le puse sobre la mesa. Esto ocurrió no hace mucho. El niño tenía unos dos años. Me aparté de la mesa dos o tres pies y le dije: «Willie, salta.» El peque¬no me miró y me dijo: «Papá, tengo miedo.» Yo le dije: «Willie, yo te voy a agarrar; mírame a los ojos y da un salto», y el pequeño se dispuso para dar el salto, miró al suelo y dijo: «Tengo miedo.» «Willie, ¿no te dije que te agarraría? ¿Crees que papá te engañará? Mira, Wi¬llie, mírame a los ojos y da el salto que yo te agarra¬ré.» El niño, por tercera vez, se preparó para dar el salo, pero miró al suelo y dijo: «Tengo miedo.» «¿No te dije que te agarraría?» «Sí.» Al fin le dijo: «Willie, no me quites los ojos de encima.» Le miré a los ojos y le dije: «Ahora da el salto, no mires al suelo.» El mucha¬cho dio un salto y mis brazos le recogieron.
Entonces él me dijo: «Déjame saltar otra vez.» Le puse otra vez sobre la mesa y cuando yo estaba todavía a seis pies de distancia me gritó: «¡Papá, que salto!» Corriendo le agarré a tiempo, pero por un pelo. Parecía que estaba poniendo demasiada confianza en mí. Pero es imposible que nadie ponga demasiada confianza en Dios. Ahora bien, la fe no mira nunca hacia abajo. La fe siempre mira hacia arriba. Dios dice: «Tened fe en mí y Dios va a llevarnos a través de todas nuestras dificul¬tades si queremos confiar en Él. ¿Quién quiere confiar en Él esta noche? ¿Quién quiere tener fe en Él esta noche? «Todo lo que os diga hacedlo», dijo la madre de Jesús en las bodas de Caná, y todo lo que Dios te diga hazlo.
Si Dios te dice que corras corre. Si Dios dice:
Creed», cree, y siempre tendrás seguridad al hacer exactamente lo que Dios te dice que hagas.
La incredulidad es el mayor enemigo
Tengo gran admiración por la anciana que dijo que si Dios le mandara que saltara a través de una pared de piedra lo haría; que ella pasara por la pared estaba a cargo de Dios, no de ella, y ella estaba dispuesta a hacer todo lo que Dios le mandara. El mayor enemigo de Dios y del hombre es la incredulidad. Cristo la halló a ambos lados de la cruz.
Es precisamente lo que le dio muerte. Los judíos no creyeron en Él; no creyeron que Dios le había enviado; lo llevaron al Calvario y lo mataron, y lo primero que Jesús encontró cuando se levantó del sepulcro fue otra vez incredulidad. Tomás, uno de sus propios discípulos, no creía que Él hubiera resucitado. Dijo Jesús a Tomás: «Toca estas heridas», y Tomás lo hizo y creyó y dijo: «Señor mío y Dios mío.»
Ahora bien, los cristianos que hay aquí, que han aprendido a confiar en Dios en el pasado, van a respal¬darme en esto: que cuanto más conocen más ven que pueden confiar en Él. ¿Por qué? Porque cuando el hombre ha fallado Dios nunca ha fallado y cuando todos los demás les han decepcionado Dios se ha mos¬trado veraz. Así que vosotros, los que no habéis confía¬do en Él, ¿por qué no dais un salto en sus brazos esta noche? ¿Por qué no hacéis lo que os dice y creéis en Él ahora?
El mayor insultó
Se considera que no se puede insultar más grave¬mente a un hombre que llamándole embustero. La in¬credulidad dice que Dios es mentiroso. Supón amos que un individuo dice: «Mr. Moody, yo no tengo fe en lo que usted dice»; ¿no voy a sentirme agraviado? No hay nada que ultraje más a un hombre que el que se le diga que no es digno de confianza. Muchos hombres dicen: «Oh, tengo a Dios en mucho respeto y reverencia.» Sí, profundo respeto, pero no fe.
Pues esto es un insulto, simplemente. Supongamos que alguien dijera: «Mr. Moody, yo tengo un profundo respeto para usted, una profunda admiración por usted, pero no creo una sola palabra de lo que dice.» El respeto o admiración de este individuo no me importaría un comino. Su amistad no me importaría nada. Dios quiere que pon¬gamos nuestra fe en Él. Cómo lastimaría los sentimientos de una madre el oír que sus hijos le dijeran: «Mamá, te amo mucho, pero no creo lo que dices.» ¿No lastimaría esto los sentimientos de la madre?
Y esto es, con ligeras variaciones, lo que dicen muchos que profesan ser hijos de Dios. Algunos parece que creen que es una gran desgracia el que no tengan fe. Hay que recordar que no es una desgracia, sino que es el pecado que está condenando al mundo.
Dios mantiene siempre su palabra
¿Hay alguna razón por la que no tengas fe en Dios? ¿Ha dejado de cumplir Dios alguna vez su pala¬bra? Reto a cualquier incrédulo a que ponga el dedo sobre cualquier promesa hecha por Dios alguna vez al hombre y que no la haya cumplido. Puedo mostraros que durante 6.000 años el diablo ha estado mintiendo y dejando sin cumplir todas las promesas que ha hecho. ¡Qué mentira le dijo a Adán y Eva y, con todo, puedo encontrar fácilmente a mil personas que están dispuestos a tragarse más fácilmente una mentira del diablo que creer en la verdad de Dios.
Los hombres se tragan las mentiras, pero cuando se llega a la verdad pura, entonces son pocos los que creen en la palabra Dios. ¿Por qué no ha de tener fe en Dios todo hombre y mujer que forma parte de esta audiencia? ¿Por qué no ha de poner cada uno de los presentes su confianza en Él ahora y confiar que Dios le salve? Y dejadme de¬cir: si llegáis a ser salvos tendréis que llegar a este punto de confiar en Dios para la salvación. Nunca vas a ser salvo hasta que pongas tu fe y confianza en, Dios.
Poniendo el sello
Leemos Juan 3:33: «El que recibe su testimonio, éste testifica que Dios es veráz.» En aquellos días los hombres llevaban un anillo con un sello en que había sus iniciales y en vez de firmar sus nombres se quita¬ban el sello y con él sellaban el documento. Sellar un documento era responder de él. Y ahora Dios descien¬de a este mundo incrédulo y dice: «¿Quién quiere cer¬tificar que Dios es veraz?
El incrédulo dice: «Yo no.» La fe dice: «Yo pondré mi sello.» ¡Oh, que Dios nos ayude a muchos a decir: «Yo certificaré, pondré mi sello afirmando que Dios es veraz»; en este mismo momento y, amigos, en el momento en que pongáis vues¬tro sello sobre el hecho que Dios es verdad y pongáis vuestra fe en Dios, entonces vendrá la paz y la felicidad que has estado buscando durante muchos años.
No hay paz sin confianza
Hay muchos que buscan la paz y la felicidad antes de confiar. No habrá paz ni felicidad ni gozo hasta que pongas tu confianza en Dios. El gozo que fluye a través del corazón del cristiano es el resultado de confiar en Dios. Supongamos que yo encuentro a un hombre esta noche que está dando saltos de alegría, riéndose a car¬cajadas, y le digo: «Amigo, ¿qué es lo que te pone tan contento?» «oh, no lo sé; estoy tan contento que no puedo dominar los sentimientos.» ¿Qué dirías de esta persona? Lo más probable es que dijerais que se había vuelto loco.
Pero supongamos que encuentro a un mendigo de los que he visto en la puerta mendigando noche tras noche y le digo: «Hola mendigo, es usted?» «No me llame mendigo, ya no soy ningún mendigo.» «¿No es este el hombre que estaba mendigando a la puerta cada noche,» «Sí.» «¿Dónde consiguió traje tan hermoso? ¿Por qué ha dejado de ser un mendigo?» «NO, ya no soy un mendigo; poseo más de mil libras esterlinas.» «¿Cómo ha ocurrido la cosa» «Bueno, anoche, mientras estaba aquí mendigando, vino un señor y me entregó mil libras esterlinas.»
«¿Cómo sabía usted que el dinero era bueno?» «Porque lo llevé al Banco de Inglaterra y me dieron oro a cambio.» «Pero ¿cómo sucedió?» «Pues mire, vino el señor, yo extendí la mano y él puso un cheque en ella y yo lo llevé al banco y allí me dieron oro a cambio.» «¿De veras lo consiguió de esta manera?» «Sí.» «Pero como sabía us¬ted si el hombre ... » «Mire, yo no se nada más excepto que el señor vino y me dio el cheque con el que obtuve el dinero.»
La fe es la mano que se extiende y que recibe la bendición. Toda fe que me lleva a Cristo es una fe verdadera y en vez de mirar a tu fe mira a Cristo. Al¬guien ha dicho que la fe ve una cosa en la mano de Dios y dice: «Voy a tenerla.» La incredulidad la ve y dice: «Dios no va a dármela.» Ve a Dios esta noche por fe y recibe la salvación.
¿Quién quiere tenerla?
Toda persona puede tenerla si quiere poner su con¬fianza en Dios. ¿No es digno Dios de que tengamos confianza en Él? ¿No merece Dios nuestra confianza? Has de tener una opinión muy pobre de Dios si no pue¬des confiar en Él.
Todos consideramos que tenemos una opinión pobre de un hombre si no podemos con¬fiar en él. Si un hombre me dice algo y yo no creo una palabra de lo que dice es que tengo una opinión pobre de él. La fe pone confianza en la palabra de Dios. Echa mano de su palabra esta noche. Él salva a todo aquel que acude a Él y, por tanto, te salvará a ti si vas a Él.
Fuera todo, menos Cristo. Recíbele ahora. ¿Quién quiere recibir a Cristo esta noche? Alguien ha dicho: «La fe es decir sí a Dios.» ¿Quién quiere decir sí esta noche y aceptarla? Ahora bien, ¿es demasiado pedir o esperar que toda persona en esta sala ponga fe en Dios? Si Dios no nos salva, ¿quién podrá hacerlo? Los hombres no pueden, la Iglesia no puede, los credos y doctrinas no pueden; los sacramentos no pueden; el bautismo no puede.
Has de tener un Cristo vivo, personal, y Dios lo ofrece al mundo. ¿Quién quiere acep¬tarle? ¿Quién quiere recibir a Cristo, quién quiere confiar en Él? La fe dice: «Yo quiero.» ¿No es esto preci¬samente lo mejor que puedes hacer? ¿Puedes hacer algo mejor que confiar en Dios respecto a tu salva¬ción? ¿Qué he de hacer para ser salvo? Cree en el Se¬ñor Jesucristo, confía en el Señor Jesucristo para tu salvación y confía en Él ahora.
La historia de un reo de muerte
Hace algunos años nos cuenta la historia que un hombre fue condenado a muerte y que cuando ya tenía la cabeza puesta sobre el tajo el príncipe le preguntó si tenía alguna petición que él pudiera concederle y todo lo que pidió el reo fue un vaso de agua.
Le llevaron un vaso de agua, pero al ir a beberlo le temblaba la mano tanto que no podía llevársela a la boca. El príncipe le dijo: «Tienes la vida en seguridad hasta que te bebas este vaso de agua.» El reo le cogió la palabra y al punto tiró el agua del vaso al suelo. No pudieron recogerla, as¡ que el reo salvó la vida. Amigos, podéis ser salvos esta noche si echáis mano de la palabra de Dios. El agua de vida es ofrecida a «todo el que quiera». Tómala ahora y recibe la vida. La fe viene por el oír y el oír por la palabra de Dios (Romanos 10: 17).
La fe no es lo que vemos o sentimos, sino que es simple confianza en lo que un Dios de amor ha dicho respecto a Jesús, el justo.