¿Qué es la meditación? Sermón cristiano de Thomas Watson
Ante la pregunta de qué es la meditación, respondo: “Meditación es el alma que se recluye para pensar seria y solemnemente en Dios, para que el corazón pueda elevarse hasta los afectos celestiales”.
Esta descripción incluye tres ramas.
1. Meditación es el alma que se recluye a sí misma. Cuando el cristiano se dispone a meditar, se retrae del mundo. El mundo arruina la meditación: Cristo se apartó a un monte para orar (Mt. 14:23), así que apártate cuando vayas a meditar. “Había salido Isaac a meditar al campo” (Gn. 24:63).
Se aisló y recluyó a sí mismo completamente para poder caminar con Dios por medio de la meditación. Zaqueo se propuso ver a Cristo y salió de entre la multitud: “Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle” (Lc. 19:3-4); entonces, cuando queremos ver a Dios, tenemos que salir de entre la multitud de los quehaceres del mundo.
Tenemos que subirnos al árbol de la reclusión de la meditación y allí, tendremos la mejor perspectiva del cielo. La música del mundo, o nos pone a dormir o nos distrae de nuestra meditación.
Cuando se mete una mota en el ojo, dificulta la visibilidad; cuando los pensamientos mundanos se meten como motas en la mente, que es el ojo del alma, es imposible mirar fijamente al cielo para la contemplación. Por eso, como cuando Abraham fue a sacrificar [a Isaac], les dijo a sus siervos: “Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos” (Gn. 22:5).
De igual manera, cuando el cristiano sube al monte de la meditación, debe dejar todas las preocupaciones seculares al pie del monte para poder estar solo y dedicarse a los asuntos celestiales. Si las alas del pájaro están cubiertas de fango, no puede volar. La meditación son las alas del alma; cuando el cristiano está cubierto del fango de la tierra, no puede volar a Dios sobre sus alas.
San Bernardo, solía decir a la puerta del templo: “Dejo aquí todos mis pensamientos mundanos para poder conversar con Dios en el templo”. Entonces, di a ti mismo: “Ahora voy a meditar. ¡Eh, todos ustedes, pensamientos vanos, apártense, no se acerquen!”.
Cuando subas al monte de la meditación, cuídate de que el mundo no te siga y te arroje desde lo alto de este pináculo. Lo primero que el alma tiene que hacer es esto: Recluirse a sí mismo: Cerrar y asegurar el cerrojo de la puerta contra el mundo.
2. Lo segundo en la meditación es pensar seria y solemnemente en Dios. La palabra hebrea meditar significa recordar y juntar con intensidad los pensamientos. La meditación no es un trabajo superficial con pensamientos fugaces acerca de la religión como los perros del Nilo que lo lamen y huyen. Sino que en la meditación debe haber una fijación del corazón en el objeto, una inmersión de los pensamientos.
El cristiano carnal es como el mercurio que no puede quedarse fijo [en ninguna parte]: sus pensamientos deambulan de un lado para otro y no [permanecen enfocados], son semejantes al pájaro que salta de una rama a otra y no se queda en ninguna. David era un hombre apto para la meditación: “Mi corazón está dispuesto, oh Dios” (Salmos 108:1).
Para meditar tiene que haber una permanencia de los pensamientos sobre el objeto, no como el jinete del correo postal que pasa galopando por el pueblo y no se fija en nada, sino como un artista o un pintor que fija su mirada en un paisaje y ve toda su composición y cómo será su retrato. Observa simetrías y proporciones, y se preocupa por cada sombra y color.
El cristiano carnal y displicente es como el viajero, sus pensamientos corren como los jinetes del correo postal y es indiferente a Dios. El cristiano sabio es como el artista: Observa con seriedad y reflexiona sobre las cosas de la religión. “Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc. 2:19).
3. Lo tercero en la meditación, es elevar el corazón a los santos afectos. El cristiano entra a la meditación como el hombre se sumerge en las aguas salutíferas para ser sanado. La meditación sana al alma de su mortandad y mundanalidad.
Tomado de Un cristiano en el monte (A Christian on the Mount) en Discursos sobre temas importantes e interesantes (Discourses on Important and Interesting Subjects) Tomo 1, 199-201.