Un Amigo Intimo o Distante
Cuando oímos a Dios, ¿escuchamos a un amigo íntimo o a uno distante que sólo mantiene con nosotros un vínculo casual? La intimidad forma parte vital de la vida cristiana. Dios quiere lograr una relación de intimidad con nosotros. Una de las pruebas evidentes es el hecho de que vino a este mundo en la persona de Jesucristo a fin de andar como hombre entre los hombres.
En la actualidad, cuando abordamos el tema de la intimidad, la mayoría de las personas piensa únicamente en el sexo. Pero la intimidad más grande es la de la amistad, o sea, la intimidad emocional. Cuando oramos y hablamos con Dios, escuchamos a un amigo íntimo, alguien que nos oye lo que queremos decir.
Nuestro Señor es un amigo verdadero, genuino y fiel. Está siempre allí, podemos contar con El. Un amigo distante podrá prestar oídos a nuestras oraciones si da la casualidad de que nuestros intereses coinciden con los suyos, pero un amigo íntimo es alguien que escucha, sea o no de su interés. El que entendamos a Dios como un amigo íntimo o como un conocido distante influye en el grado de apertura que podamos tener en nuestras conversaciones con El.
Cuando trabajaba como repartidor de diarios, conocí a un maestro que se detenía al lado de la calle y me compraba un ejemplar del periódico. Yo sabía que recibía el diario en su casa, pero de todos modos me compraba uno. Luego pasaba unos momentos conversando conmigo; me decía que pensaba y que oraba por mí. Puesto que mi padre falleció cuando tenía sólo siete meses de edad, ese maestro se convirtió en mi figura paterna.
Me mostró que Dios me amaba y que no estaba demasiado atareado como para ocuparse de Charles Stanley. Me sirvió de gran aliento, y probablemente fue el único hombre que me proporcionó la perspectiva más equilibrada acerca de lo que era Dios, o sea, un Dios que se ocupaba en forma amorosa de sus criaturas, un amigo que nunca tenía apuro, que me amaba y me aceptaba incondicionalmente.
Un maestro paciente o intolerante
Supongamos que usted haya hecho un disparate. Ha metido la pata, y se acerca al Señor a fin de considerar la situación. ¿Es esto lo que le oye decir? «Entiendo. Permíteme que te muestre en qué fallaste. Permíteme que te muestre por qué fracasaste y por qué te sientes desilusionado. Permíteme que te muestre por qué estás desalentado y cómo puedes evitarlo la próxima vez. Aun cuando lo vuelvas a hacer, sin embargo, te voy a seguir amando, porque has sido aceptado por gracia, no por tu comportamiento.
Te enseñaré por medio de mi Espíritu, aunque tropieces y caigas, porque mi meta final es que llegues a ser la persona que quiero que seas, conforme a la imagen de mi Hijo. De manera que sigue adelante, porque siempre estaré contigo».
¿O será esta la respuesta que recibe? «Pues bien, has arruinado todo de nuevo. ¿Será posible que no te entre en la cabeza que cuando te digo algo, es así como quiero que lo hagas? ¿Por qué será que te he dicho exactamente lo mismo vez tras vez, y te empeñas en complicarlo todo?»
Si vemos a Dios como el maestro paciente que sabe de dónde hemos salido y lo poco que sabemos, que comprende que los miembros de nuestra familia no eran cristianos practicantes, que entiende nuestros sentimientos de inferioridad, entonces escucharemos con un corazón abierto, dispuesto a aprender.
Si, en cambio, vemos a Dios como un maestro criticón que no hace sino insistir sobre nuestra falta de entendimiento espiritual, entonces vamos a vivir permanentemente esperando ser castigados por ese maestro intolerante que no aguanta nuestros errores o fracasos. Si esa es la idea que tenemos de Dios, en ese caso estamos escuchando a una deidad prefabricada, preprogramada que no tuvo su origen en las Escrituras.
Con frecuencia una de las razones de nuestra perspectiva incorrecta de Dios es que cada vez que vamos a algún culto de la iglesia, encendemos la televisión o incluso leemos un libro, alguien nos dice: «Estás pecando contra Dios». «No estás obedeciendo a Dios». «No estás haciendo esto». «Deberías hacer aquello».
«Dios está insatisfecho». «Dios está enojado». Recibimos una paliza verbal, emocional, desde todos los ángulos, pero esto no está de acuerdo con el Dios de la Biblia. El Dios de la Biblia es alguien ante quien podemos presentarnos sabiendo que nos va a recibir con paciencia y comprensión. No es un ser criticón, estricto e intransigente. No nos reprende ni nos hace sentir insignificantes porque no logramos el nivel esperado.