Un perdón completo
Octavius Winslow (1808-1878)
“En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia”. —Zacarías 13:1
Ya hemos… comentado la imposibilidad de que el razonamiento natural comprenda una verdad espiritual. No puede discernir ni la naturaleza, la armonía ni la finalidad de las verdades divinas.
Esta inhabilidad no se debe a la deficiencia de capacidad mental ni a lo difícil que es comprender la revelación, ––porque el intelecto más débil, cuando es iluminado y santificado por el Espíritu de Dios, puede captar la doctrina más profunda en el gran sistema de la teología, hasta donde de esa doctrina ha sido revelada–– sino a la falta de una mente espiritualmente renovada.
Esta y solo esta es la razón… Por lo tanto, que la mente tiene que cambiar y que el cambio lo hace Dios antes de que la verdad divina pueda ser comprendida o recibida, es una verdad obvia.
Por eso encontramos al Apóstol orando por los cristianos de Éfeso: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento” (Efesios 1:17-18).
Entre todas las doctrinas del evangelio está la doctrina de la Expiación de Cristo con su designio especial y de gracia, tan oscura e inexplicable para la mente no renovada. Esto solo puede ser comprendido por una mente vivificada que ahora es consciente de la naturaleza y perversión moral del pecado.
Como la expiación por el pecado fue el gran designio de la muerte extraordinaria de Cristo, el individuo que es ciego al pecado, no puede descubrir y aceptar esta verdad, no importa lo vasto que sean sus poderes mentales o qué firme su creencia en la verdad de la revelación divina… Es a esta tenebrosidad natural, esta ignorancia del pecado, esta falta de enseñanza del Espíritu, a la que tenemos que atribuir todos los conceptos falsos y errados que los hombres han enunciado con respecto a la naturaleza y los designios de la muerte de Cristo.
Es nuestra creencia inequívoca que todo el error en la teología, especialmente aquello que socava la Expiación, tiene su origen en dejar a un lado la Ley de Dios. La Ley debe ser reconocida plenamente como de autoridad divina, de dignidad inflexible y de pureza sin mancha; su sentencia condenatoria debe sentirse en el alma; toda esperanza de justificación debe ser arrasada por una mera obediencia y el pecador colocado delante del pleno ardor de sus terrores. Entonces verá la necesidad absoluta de una Expiación, precisamente una Expiación como la que ofreció en la cruz el Redentor adorado.
Siendo así, ningún individuo que ha sido enseñado por el Espíritu, a quien se le llama enfáticamente “El Espíritu de Verdad”, al que se la ha hecho ver la pecaminosidad extrema del pecado por ser contra un Dios santo, que ha sido vaciado de toda autosuficiencia, cuyos ojos han sido abiertos a la ruina interior y se ha postrado en el polvo como un pobre pecador destrozado, ningún individuo enseñado de este modo jamás afirmaría que Jesús murió con algún otro designio más que aquel por el cual murió: ofrecer a la Justicia Divina una satisfacción plena e infinita por el pecado.
Esto nos lleva a la discusión del tema.
Que podamos sentir que el fundamento sobre el cual nos basamos es santo. Si hay un tema cuya explicación se debe encarar con cautela, humildad y oración, es este. Estén nuestros corazones predispuestos hacia Dios para recibir las enseñanzas de su Espíritu, cuyo oficio bendito en la economía de la gracia es glorificar a Cristo, tomando de las cosas que le pertenecen y haciéndolas saber al alma (Juan 16:14).
¡Oh que recibamos su unción santa mientras tratamos este tema estupendo: Cristo presentándose como sacrificio por el pecado! Con el propósito de presentar el tema claramente para la mente del lector, primero debemos considerar las porciones sobresalientes de la Palabra de Dios que declaran que la finalidad y el designio de la muerte de Cristo fueron ser Expiación por el pecado.
Luego será necesario demostrar que la Expiación de Cristo consiste en borrar enteramente los pecados de su pueblo…
La Palabra de Dios, la única regla de fe y práctica, representa clara e invariablemente la muerte de Jesús como un sacrificio y el designio especial y de gracia de ese sacrificio: una expiación por el pecado. Si esto se niega, ¿cómo podemos interpretar los importantes pasajes que siguen? “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados... mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5-6).
“Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mat. 26:28). “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Rom. 5:6). “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21).
“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7). “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Ped. 1:18-19).
“Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Heb. 9:13-14).
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4:10). ¡Cuán ininteligibles son estas declaraciones de la Palabra de Dios si no las consideramos como afirmaciones de la gran doctrina que estamos considerando! No se aparte el lector de la Palabra de Dios. Si no cree en la doctrina de los sufrimientos vicarios de Cristo, tenga cuidado cómo maneja estas serias declaraciones.
Confirman la doctrina de la Expiación o no significan nada. No tienen ningún significado si se interpretan de otra manera. Volvamos a las asombrosas expresiones: “Herido por nuestras rebeliones”. “Molido por nuestros pecados”. “Cargó en él el pecado de todos nosotros”. “Mi sangre... derramada para remisión de los pecados”. “Murió por los impíos”. “Lo hizo pecado”. “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”. “Propiciación por nuestros pecados”. ¿Qué vemos aquí, sino la sangre expiatoria, la satisfacción total, el que llevó el pecado, el garante, el sustituto?
¿Y como explicamos los sufrimientos de Cristo, que fueron intensos y misteriosos, si no lo hacemos sobre la base de su carácter vicario? Esos sufrimientos fueron extremadamente intensos. Hay en ellos una severidad que, si no fuera por los requerimientos de la justicia divina, serían totalmente incomprensibles.
Cielo, Tierra, Infierno, todos conspiraron en su contra. Repasemos su historia rica en experiencias: tomemos nota de cada paso que tomó desde Belén hasta el Calvario. ¿Qué aprendemos de sus sufrimientos, sino que fueron tremendísimos y sumamente intensos? Sus enemigos, como perros entrenados para la guerra, arremetieron contra él.
Aun los que profesaban ser sus seguidores se quedaron paralizados ante lo que le estaba pasando a su Señor. Uno lo traicionó, otro lo negó, y todos, en su hora más extrema, lo abandonaron. Por lo tanto, no nos extrañe que en la angustia de su alma su humanidad sufriente exclamara: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22:42).
En aquel instante terrible, todas las fuerzas de la ira de Dios, por los pecados de su pueblo, se desataron contra él. El Padre, el último recurso de consuelo, apartó su rostro y lo privó de su reconfortante presencia. En la cruz, bebiendo las últimas gotas de la copa de sus sufrimientos, cumplió la profecía que se refería a él: “He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo” (Isa. 63:3).
Sus sufrimientos también fueron misteriosos. ¿Por qué un Ser santo, inofensivo, cuya vida entera había sido un acto de bien sin paralelos, tenía que ser condenado a una persecución tan grave, a sufrimientos tan agudos y a una muerte tan dolorosa e ignominiosa? Avergüéncese por este relato el que niega la expiación.
La doctrina de un sacrificio vicario lo explica todo y presenta la clave del misterio “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21). “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gál. 3:13). Todo el misterio ha desaparecido. “Por nosotros lo hizo pecado”.
Fue “hecho por nosotros maldición”. Cargó con el pecado y consecuentemente con la pena del pecado. Lector cristiano, si tuviéramos que cargar con nuestros pecados, tendríamos que pagar solos el castigo por ellos. Pero Jesús tomó sobre sí nuestros pecados.
Para esto, fue partícipe del pacto de redención. Para esto, asumió nuestra naturaleza.
Para esto, sufrió en el Getsemaní. Para esto, la Ley de Dios lo condenó a la pena máxima. Y para esto, la justicia de Dios lo hizo pagar esa pena de muerte.
¡Oh cuánta verdad hay en esto! ¡El Hijo de Dios ofreciéndose como sacrificio por el pecado! El que no conocía pecado, que era santo, inofensivo y puro, sin un pensamiento malo en su corazón, ¡aun así fue hecho pecado o una ofrenda por el pecado! ¡Oh la enormidad de este pensamiento! De no haberlo declarado el mismo Dios, no hubiéramos podido creerlo, aun si lo hubiera anunciado la trompeta de un ángel.
¡Dios mismo lo proclamó! Y porque lo hizo, lo creemos. Solo Dios lo puede escribir en el corazón. “¡Oh tú, bendito y adorado Emanuel! ¿Fue esta la finalidad y el designio de tus sufrimientos intensos y misteriosos? ¿Fue que tenías que obedecer, cargar con el pecado, sufrir la maldición y humillarte en la muerte para que yo fuera libre? ¿Fue todo esto en mi lugar y por mí? ¡Oh amor sin paralelos! ¡Oh gracia infinita y gratuita! que Dios se encarnara, que el Santo cargara con el pecado de tal manera que fuera objeto de la justicia más severa, como si él mismo fuera el pecador; que tuviera que vaciar la copa, ofrecer su espalda para ser flagelado, soportar la vergüenza y los esputos, y, por último, ser crucificado en la cruz y derramar la última gota de su sangre preciosa. ¡Y todo esto por mí, por mí, un rebelde; por mí, un gusano; por mí, el primero de los pecadores! ¡Asómbrate, oh cielos! ¡Maravíllate, oh tierra! ¿Hubo alguna vez un amor semejante a este?”
Corresponde ahora demostrar por medio de la Palabra de Dios que la Expiación del bendito Redentor fue para borrar plena y completamente los pecados del creyente. ¿Necesitamos detenernos para reflexionar en la enorme importancia de esta verdad? ¿Necesitamos mencionar cuán estrechamente depende de Cristo la paz, la santificación y la gloria eterna del pecador? No se conforme el lector con un conocimiento superficial de la verdad de que Cristo hizo Expiación por el pecado.
Uno puede creerlo y, no obstante, no disfrutar de la bendición, paz y santificación de este hecho. ¿Por qué? Porque no profundiza plenamente lo que es vivir la verdad por experiencia. ¿Podríamos decir también que sus conceptos del pecado son superficiales y no considera su enorme pecaminosidad?
Los conceptos profundos del pecado siempre resultarán en conceptos profundos del Sacrificio por el pecado; a un conocimiento inadecuado del pecado, un conocimiento inadecuado de Cristo; a un concepto despreciable del yo, un concepto elevado de Cristo. Por lo tanto, no nos conformemos con tratar superficialmente esta verdad maravillosa. ¡Quiera Dios, el Espíritu Eterno, guiarnos ahora a profundizarla!
Antes de considerar lo completo de la Expiación de Cristo, sería bueno dar un vistazo a la base o causa por la que fue tan completa. Esto nace de la dignidad infinita de su Persona, su Deidad constituye la base de su obra perfecta.
Garantiza, por así decir, el resultado glorioso de su Expiación. Fue esto lo que dio perfección y virtud a su Expiación. Fue esto lo que hizo que su sangre fuera eficaz para perdonar el pecado y para la justicia, de modo que él logró una justificación completa del alma.
Toda su obra hubiera sido incompleta sin su Deidad. Ningún Salvador creado, ese sueño de los socinianos40, podía haber dado total satisfacción a una Ley infinita quebrantada por el hombre, la cual clamaba por venganza.
¿Cómo hubiera podido un sacrificio ofrecido por un supuesto Salvador creado, “magnificar la ley y engrandecerla” (Isa. 42:21)? ¡Totalmente imposible! Un ser finito la había quebrantado, un Ser infinito tenía que repararla.
Se requería una obediencia que fuera, en todo sentido, igual en gloria y dignidad a la Ley que había sido violada. Los derechos del gobierno divino tienen que ser mantenidos, la pureza de la naturaleza divina tiene que ser resguardada y el honor de la Ley divina tiene que ser vindicada.
Para lograrlo, Dios mismo tiene que hacerse carne; para realizar esto totalmente ¡el Dios encarnado tiene que morir! ¡Oh profundidad de la sabiduría y de la gracia! ¡Oh amor infinito, amor inmenso, amor gratuito!... Sellada, como lo está la obra de Cristo, con la gloria infinita y dignidad de su Deidad, no será tarea fácil ni agradable considerar su perfección, como se nota, primero, cuando borró por completo todo pecado, y segundo, cuando logró la justificación completa de la persona.
El perdón de los pecados del creyente es un perdón completo. Es el perdón completo de todos sus pecados. No sería ningún perdón si no fuera un perdón completo. Si fuera solo borrar parcialmente el espeso nubarrón, si fuera solo una cancelación parcial de la sentencia de muerte, si fuera el perdón de solo algunos pecados, entonces el evangelio no sería buenas nuevas para su alma.
La Ley de Dios lo ha declarado culpable de una violación total. La justicia de Dios demanda una satisfacción equivalente a la enormidad de los pecados cometidos y de la culpa en la que incurrió.
El Espíritu lo ha convencido de su total impotencia, su completa bancarrota. ¿Qué alegría podría sentir ante el anuncio de una expiación parcial, de un Salvador a medias, del pago de una parte de la deuda? No le produciría ni un ápice de gozo. Al contrario, una burla así ante su desgracia profundizaría la angustia de su espíritu. Pero, acerquémonos al alma cansada y cargada de pecado que lamenta su vileza, su impotencia, y proclamémosle el evangelio.
Digámosle que la expiación que Jesús ofreció en el Calvario fue una satisfacción completa de sus pecados. Que todos sus pecados fueron cargados y borrados en ese momento terrible. Que el pagaré que la justicia divina tenía contra el pecador fue cancelado en su totalidad por la obediencia y los sufrimientos de Cristo, y que, aplacado y satisfecho, Dios está “listo para perdonar”. ¡Qué hermosos son los pies que llevan noticias tan extáticas como estas! ¿Y acaso no coinciden perfectamente estas declaraciones con la propia Palabra de Dios? A ver si lo comprobamos.
¿Qué simbolizaba el arca a la cual alude el apóstol en Hebreos 9, que contenía el maná, la vara de Aarón y las tablas del pacto, y sobre el cual estaban los querubines de la gloria cubriendo el propiciatorio? ¿Qué, si no la cobertura total del pecado? Porque así como el propiciatorio del arca escondía la Ley y el Testimonio, escondió el Señor Jesucristo los pecados de su pueblo escogido, del pacto, no del ojo omnisciente de Dios, sino del ojo de la Ley.
Quedan legalmente absueltos. Tan completa fue la obra de Jesús, tan infinita y satisfactoria su obediencia que la Ley de Dios los pronuncia absueltos, y nunca puede condenarlos. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:1).
“¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió” (Rom. 8:34). ¿Cómo podría el Apóstol, que hablaba la verdad, haber hecho una declaración tan asombrosa y lanzado un desafío tan intrépido si este punto que estamos queriendo establecer no fuera estrictamente como afirmamos que es?
¿Y acaso la fraseología que emplea el Espíritu Santo al anunciar la doctrina del perdón divino no confirma la afirmación que hemos hecho? “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Isa. 44:22).
¿Dónde estaría el poder impulsor del motivo para “volver a Dios”, sino sobre la base de que todo pecado ha sido borrado total y completamente? Esto… somete, vence y reconquista al hijo descarriado de Dios.
Esto… humilla el alma, profundiza la convicción de su vileza; hace tan aborrecible el pecado de apartarse, de ingratitud, de rebelión cuando sobre la base de que borrará total y gratuitamente todo pecado, Dios llama al alma, diciendo: “Vuelve a mí”: “Yo deshice como niebla tus pecados”, por lo tanto regresa. Aunque has ido tras otros amantes, aunque te has apartado de mí, olvidándome y abandonándome, yo “deshice como una nube tus rebeliones...; vuélvete a mí, porque yo te redimí”.
También “En aquellos días y en aquel tiempo, dice Jehová, la maldad de Israel será buscada, y no aparecerá; y los pecados de Judá, y no se hallarán” (Jer. 50:20). “Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miq. 7:19).
¡Qué verdad asombrosa contienen estos dos pasajes! El primero declara que si una buscara la iniquidad de Israel y el pecado de Judá, no lo encontraría. Tan completo habían sido borrados, tan gloriosa fue la obra de Jesús, tan perfecta su obediencia, que si la Ley de Dios los buscara ––¿y acaso habrá un lugar que no puede penetrar?–– no los podría encontrar.
El segundo declara qué tan insondable es la profundidad de ese mar de sangre expiatoria que Cristo derramó, que en ella fueron arrojados, para nunca volver a aparecer, todos los pecados del creyente. Es así que el alma temblorosa puede exclamar: “Más a ti te agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (Isa. 38:17).
¿Y quién puede leer sin profunda emoción estas conmovedoras declaraciones del Dios del cielo? Reprendiendo con suavidad a su pueblo errante pero amado, dice Jehová… “Y los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados con que contra mí pecaron, y con que contra mí se rebelaron” (Jer. 33:8). “Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal. 103:11-12).
¡Levanten sus ojos, ustedes santos de Dios que están desconsolados por el temor a la condenación! Vean todos sus pecados cargados a la cuenta de su Garante soberano. Sí, véanlos todos cargados sobre él como su sustituto. Véanlo llevándoselos, hundiéndolos en el océano de su sangre, echándoselos sobre su espalda. ¡Levanten la vista y regocíjense! No dejen que el resabio de pecado, los restos de corrupción humana les causen que pasen por alto esta verdad maravillosa: todos sus pecados han sido completamente borrados por la sangre expiatoria del adorado Emmanuel.
Es cierto, y es el privilegio de ustedes vivir disfrutándolo en santidad. Recibiéndolo plenamente en el corazón por la enseñanza del Espíritu Santo, su tendencia será tener un carácter totalmente santo, santificador y humilde.
Debilitará el poder del pecado. Impulsará el corazón a conformarse a lo divino. Reducirá la influencia de lo que anhelan los sentidos, expulsará el amor por el mundo y por el yo, impartirá compasión a la conciencia y causará que el alma ande con cuidado: “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:10).
De Atonement and the Cross (Expiación y la cruz) reimpreso por Tentmaker Publications, www.tentmaker.org.uk.
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Un Garante es alguien que se compromete y está obligado a hacer algo por otro, como ser pagar una deuda por él o ponerlo a salvo en algún lugar o algo similar; de modo que si saldó la deuda que tenía el otro, o cumplió su obligación, entonces se da por pagada la deuda del otro o cumplida su obligación. –Thomas Goodwin