Una Palabra Viva
“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” Romanos 10:17
La mayoría de las personas adquiere la fe en Jesucristo a través de la escucha de otros que testifican de la vida cristiana y le conversan acerca de la Biblia, de Dios y del Evangelio.
Por cierto, hay quienes llegan a la fe cristiana por medio de lecturas, videos y otras formas de evangelización de los medios de difusión, como habrá también quienes investigan en forma personal nuestra fe porque tienen una gran curiosidad y deseo de saber la Verdad.
Cuando dice la Palabra de Dios que la fe es por el oír, no debemos tomarlo en forma tan literal porque también hay personas que son sordas pero que pueden conocer al Señor por medio de otras formas de comunicación, como la lengua de señas, imágenes, lectura orofacial, etcétera.
Más bien lo que el Espíritu Santo quiere decirnos es que se ingresa a la fe por una comunicación viva de parte de Dios, quien utiliza medios o, como se diría en términos tecnológicos, “interfaces”. Hay una interfaz que Dios usa para comunicarnos la fe de Jesús.
Creo también que aquí se refiere al sentido del oído porque es un sentido que requiere casi nada de esfuerzo humano para percibir. Cuando vamos en un transporte público y de pronto sube un músico y nos dice que va a cantar un tema de moda, no hay forma de no escuchar, salvo que nos tapemos los oídos, pero oiremos involuntariamente.
No es la audición como el sentido del gusto en que hay una acción de nuestra boca, la lengua y el paladar para disfrutar un alimento o como el sentido de la vista en que podemos abrir o cerrar nuestros ojos para ver, incluso dar vuelta la cara si no queremos ver algo. Para percibir táctilmente necesitamos también mover las manos y tocar. En cambio, para oír no tenemos que hacer ningún esfuerzo.
El único esfuerzo lo hace la onda de sonido que penetra por las orejas, mueve los huesecillos que están en el oído medio y lleva esa comunicación a nuestro cerebro. La fe viene por el oír en forma involuntaria. Dios nos habla a través de personas o medios de comunicación y recibimos ese mensaje qué es el Evangelio.
El mensaje de Dios entra a la mente y toca la conciencia porque nos conmueve de alguna forma para hacernos reconocer que somos pecadores y necesitamos de la salvación, de una ayuda externa, de la manifestación de Dios que envió a Su Hijo Jesucristo a rescatarnos de las tinieblas.
De modo que el alma es tocada por la Palabra de Verdad hasta producir en nosotros el arrepentimiento, que es puerta de entrada para la conversión al Señor Jesucristo.
No es algo banal lo que se escucha y se recibe en el corazón, sino que es algo muy específico y especial, la Palabra de Dios que es como una semilla plantada en nuestro interior, una semilla que inmediatamente empieza a activar la conciencia para que la persona se arrepienta, reconozca que es pecadora y reciba a Cristo como Salvador, lo que implica recibir Su Persona en el interior, recibir el Espíritu Santo en nuestro espíritu.
Además de la mente y la conciencia se involucran en esta operación espiritual también el corazón y el espíritu. El corazón es el núcleo central del alma, el asiento de todas nuestras motivaciones y el espíritu es aquella esencia intangible que tiene el ser humano y que Dios también tiene.
En Su caso es el Espíritu Santo y en el nuestro el espíritu humano que se abre para recibir el Espíritu de Dios que comandará después toda la vida del cristiano y su desarrollo como discípulo de Jesús.
“… la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.” (Hebreos 4:12,13)
La Palabra de Dios penetra hasta lo más profundo del ser y es capaz de separar y discernir entre alma y espíritu; es la herramienta que usa Dios para nuestra conversión y luego una de las herramientas principales para nuestra santificación.
Debemos entender que salvación y santificación son dos situaciones distintas: La salvación es la liberación de las tinieblas, el paso de un reino espiritual de maldad a un reino de amor y la santificación se da en ese reino de amor qué es el Reino de Dios o de los cielos, siendo el desarrollo del cristiano, su crecimiento a la imagen de Jesús.
Cada palabra que despleguemos en la conversación con personas que no conocen a Dios es un importante medio para su conversión. Debemos cuidar nuestras palabras, que no muevan a confusión, que no den un mal testimonio de la Iglesia, que no estén contaminadas con malos pensamientos, desconfianza y otros pecados.
El cristiano debe cuidar su boca, su vocabulario, su expresión, si quiere que el Evangelio llegue a otras vidas. Es indudable que el testimonio de vida es muy importante para que sean las almas convencidas de que Cristo es “el camino y la verdad y la vida” pero no podemos dejar de testificar con palabras, con lenguaje oral o escrito, acerca de Dios, la Biblia, el Hijo de Dios, Salvador y Señor y el Espíritu Santo.
Hay algo especial en la Sagrada Escritura, no es como cualquier libro, novela o enciclopedia, es una Palabra inspirada por Dios, donde se percibe el pensamiento de Dios. La Palabra de Dios es una expresión de Su mente. Jesús dijo “Mis palabras son espíritu y son vida”, por tanto, la Palabra tiene gran poder.
Oración: Padre, te damos gracias por esta magnífica herramienta que nos has entregado para comunicar el Evangelio de Salvación, la Palabra de Dios que es semilla sembrada en los corazones de los hombres, que es una espada del Espíritu Santo que penetra a lo más profundo del ser, que es alimento, un pan espiritual que da la vida de Cristo al que la lee o la escucha, que es lámpara en el camino de los que te buscan.
Ayúdanos a saber sembrarla con prudencia y pasión, a blandirla en el combate diario para vencer los espíritus y darla de comer a las almas hambrientas de Dios. En el nombre de Jesús. Amén.