Aferrándose a las Promesas de Dios: La Clave para Desatar sus Bendiciones
2 Samuel 7:25
Las promesas de Dios jamás han sido para dejarse de lado como si fueran para desechar: él quiere que las usemos. Su oro no es la moneda de un avaro: él quiere que lo usemos en el comercio. Nada agrada más a nuestro Señor que vernos poner sus promesas en circulación. Le encanta ver que sus hijos se ofrecen a él mientras dicen: «SEÑOR y Dios Cumple tu palabra».
Glorificamos a Dios cuando de todo corazón le requerimos sus promesas. ¿En serio crees que Dios será más pobre por darte las riquezas prometidas? ¿En realidad supones que él será menos santo por otorgarte su santidad? ¿De alguna manera imaginas que él será menos puro luego de limpiar tus pecados?
El Señor dice: «Vengan, pongamos las cosas en claro ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!» (Isaías 1:18). La verdadera fe se aferra a la promesa divina de perdón sin demoras y no dice: Es una hermosa promesa, me pregunto si será verdad.
En cambio, toma la promesa directamente del trono de Dios y suplica: «Señor, aquí está lo que dijiste. "Cumple tu palabra". Entonces él responde: «Que se cumpla lo que quieres» (Mateo 15:28). Cuando un cristiano se aferra a una promesa pero no la lleva ante Dios, lo está deshonrando. No obstante, cuando de inmediato acude al trono de Dios y clama: «No tengo razones para pedirte esto, excepto que es lo que dijiste», entonces su deseo está otorgado.
Nuestro banquero celestial se deleita en hacer efectivos sus propios cheques, por lo tanto, jamás dejes que sus promesas se herrumbren. Saca su Palabra de promesa de la vaina y úsala con una intensa y santa fuerza. Jamás pienses que Dios se sentirá molesto o cargado cuando tú le recuerdes sus promesas. Él disfruta escuchar el fuerte reclamo del alma necesitada, porque se deleita sobremanera en derramar sus bendiciones sobre ellos.
Es más, él siempre está más dispuesto a escuchar de lo que estamos nosotros a pedir. Del mismo modo que el sol jamás se cansa de brillar, ni un arroyo de fluir, la naturaleza de Dios es cumplir sus promesas. Por lo tanto, acude de inmediato a su trono y dile: «Cumple tus promesas».