Hebreos 3.7-15
Tienes que relacionarte con cuatro mundos: 1. tú mismo; 2. las cosas; 3. tu hermano; 4. Dios. Hasta que tu relación con Dios sea de compañerismo, y obediencia, ninguna de las demás relaciones resultará bien. Estarás en desarmonía contigo, con las cosas, con tu hermano, mientras no estés en armonía con el centro.
Cuanto te asegures de que el centro es el correcto, la circunferencia tomará su lugar por sí misma. Acerca de su esposo decía una señora: “Tiene una mente brillante; pero no quiere reposar en el Eterno”. Por lo tanto, se hallaba en desacuerdo consigo mismo, con las cosas y con sus prójimos.
El campanario de la capilla de una gran universidad, cuyo ministro es humanista, tiene una veleta en lugar de la cruz, simbolizando la realidad de que la gente se encamina en distintas direcciones, agitada por los vientos de las circunstancias, hasta que adquiere una fe y un compromiso con Dios. Esto da una firmeza inquebrantable a la vida.
Entonces ¿Por qué los hombres no dependen de El? Porque tratan de depender de algo distinto. Aman a Dios con la mente; pero no con el corazón. Algo se apropia de la fuente de sus afectos y, siendo esto así, sus afectos gobiernan sus pensamientos, toda vez que los hombres piensan más de acuerdo con sus emociones que con su mente.
Sus afectos atraen razonamientos hacia ellos, de la misma manera que el imán atrae los fragmentos de acero. Los hombres pierden la fe en Dios no tanto por una duda sincera como por un pecado tramposo.
Un brillante orador, que ganaba alrededor de 25.000 dólares anuales, hablaba con mucha elocuencia acerca de la fe en Dios y él, en efecto, la tenía; pero cambió su fe, y al pronunciar un discurso de graduación asombró al público diciendo: “El cristianismo está fuera de moda; ha dejado de impresionar al mundo”.
En el fondo de aquella pérdida de la fe estaba oculto un rebajamiento moral. Había adquirido una amante. Se le destituyó vergonzosamente. La mente había tratado de encontrar razones para justificar las emociones.
Después de una de las reuniones a mi cargo, un banquero se pasó la noche en vela preocupado, y su hija lloró toda la noche. Los dos habían pecado, pero no querían descansar en el Eterno. Por eso no podían hallar paz.
Oh Dios, no puedo hallar paz, hasta descansar en Ti. Estoy hecho para Ti, como el ojo está hecho para la luz; por lo tanto no puedo hallar mi paz más que en Tu voluntad, porque tu voluntad es mi paz. Oh, permíteme ponerme en paz en Ti. Permite que el errante, inquieto aguijón de mis afectos por fin repose en Ti, oh Estrella Polar de mi vida. Por fin descanso en ti. Amén.
Tomado del libro: Vida en abundancia.