El Evangelio llega a Atenas, la ciudad donde se concentraban los sabios, artistas y filósofos. Nota con cuidado la descripción que da Lucas (16-17-21). ¿A qué ciudad de tu país la podrías comparar?
La energía de un celo consumidor (16). Pablo está solo en la gran urbe pero no se acobarda. Allí en el Panteón, donde hoy admiraríamos el arte, al apóstol lo enardece la idolatría. ¿Qué es lo que observamos cuando visitamos una ciudad?
El alcance de una metodología adecuada (17). Dos métodos: sinagoga y plaza. Uno es bueno para judíos y prosélitos, el otro para griegos acostumbrados a la acrobacia intelectual.
El apóstol se ejercita en ambos, llegándole a cada cual donde está, y según su costumbre. El principio para la actuación cristiana se hace visible: hay que ir donde está la gente.
El impacto de un mensaje poderoso (18-20). ¡Qué síntesis excelente nos ofrece Lucas! Jesús y la resurrección, he ahí el mensaje. ¡Cómo te envidiamos Pablo, hoy con tantos medios causamos tan poco impacto!
Para los epicúreos no hay nada después de la muerte, así que la filosofía se reduce a esto: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. Para los estoicos hay la vaga esperanza de inmortalidad del alma. ¡Cómo no iba a confundirlos (20) el simple mensaje de Cristo resucitado!
La oportunidad de un testimonio brillante. El Areópago era una especie de tribunal que juzgaba y censuraba lo que se enseñaba en la ciudad.
Pablo, el trastornador de ciudades y conciencias, tendrá que “dar razón a su fe” ante los respetables señores de la élite cultural ateniense.
Para pensar. El Evangelio es para todos. ¿Qué estamos haciendo entre los intelectuales?
Oración. Señor, te confesamos un pecado: hemos hecho muy poco entre los intelectuales de nuestro país.