La Biblia fue escrita con lágrimas y a las lágrimas entregará su mejor tesoro. Dios no tiene nada que decir al hombre frívolo. - A.W. Tozer
En realidad, la Biblia es clara como el agua en lo relativo a las lágrimas. La Biblia revela al menos siete causas básicas por las cuales llorar. Contiene más de setecientas referencias al llanto, al lloro, las lágrimas y al gemir. Debido a la enorme cantidad de datos, he categorizado este capítulo en siete secciones, cada una de las cuales detalla una clase o causa de llanto en las Escrituras. Creo que es importante conocerlas, ya que cuando interpretarnos correctamente el origen de esta fuente de lágrimas, develamos los misterios del alma.
Jesús, en el día de su resurrección, formuló a María una pregunta muy dura: "Mujer, ¿por qué lloras?" (Juan 20:15). Nosotros también debemos aprender a formular esta pregunta cuando alguien está llorando ante la tumba de una experiencia religiosa. Y debemos escuchar lo que esta persona nos dice entre lágrimas y responderle.
Antes de pasar a las siete causas o clases de llanto que se encuentran en la Biblia, quisiera destacar cinco razones por las que hombres, mujeres y niños lloran en nuestros cultos evangelísticos. Estas cinco razones son:
1. Las personas sienten una culpa abrumadora por su condición pecanunosa expuesta a la luz por la presencia de Jesucristo.
2. Las personas sienten un gozo sobreabundante al ser abrazadas por su Padre celestial. Al experimentar su tierno amor y su misericordia, fluyen las lágrimas. Su paz que sobrepasa todo entendimiento y el testimonio interior de que él tiene todo bajo control las hace llorar.
3. Sus prácticas e indulgencias para consigo mismos los han llevado a un punto de deterioro tal que se encuentran totalmente destruidos, tocando fondo.
4. Sienten una convicción visceral de que han desperdiciado sus vidas y han contristado al Señor, y ahora desean hacer las cosas bien, cueste lo que cueste
5. Llegan a la devastadora conclusión de que un día se encontrarán ante el gran trono del juicio y serán enviados al infierno
Al predicar la verdad a distintos grupos de personas en todo el mundo, hemos visto de todo, desde guerreros de las lágrimas hasta estoicos que no pueden evitar los sollozos.
La predicación de la Palabra del Señor, marcada con lágrimas, atraviesa la parte más profunda del ser humano, y trae a la superficie su verdadero estado espiritual. Se ha dicho que la Palabra de Dios es su carta de amor personal para los cristianos; yo agregaría que también es un telegrama escrito con lágrimas para los guerreros desviados, un fax ferviente para aquellos que han caído o han fracasado.
La solemne verdad es que hemos sido llamados a llorar. El profeta Isaías expresa esta poderosa verdad: "Por tanto, el Señor, Jehová de los ejércitos, llamó en este día a llanto y a endechas, a raparse el cabello y a vestir cilicio; y he aquí gozo y alegría" (Isaías 22:12, 13).
El Señor nos ordena: "Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran" (Romanos 12:15). Hay ocasiones en que deberíamos ser como los imponentes robles de Basán, y soportar firmemente la acción de las fuerzas de la naturaleza. Pero en otras ocasiones deberíamos ser como los sauces llorones a las orillas de los ríos de Babilonia, y permitir que nuestras ramas se doblen humildemente hacia la tierra.
George Gilfillan, en su libro The Bards of the Bible (Los Bardos de la Biblia), comparte sus ideas sobre las distintas personas que han llorado en la Palabra:
Las lágrimas de Pablo lograban lo que sus estallidos, su ciencia y su lógica no podrían haber logrado tan rápidamente. Tan grande como la diferencia entre un hombre y otro es la diferencia entre una lágrima y otra. Las lágrimas de Isaías deben de haber sido de fuego, brillando como un arco iris ante su genio; las de David deben de haber estado mezcladas con sangre; las de Jeremías seguramente fueron copiosas y suaves como las de una mujer; las de Ezequiel, salvajes y terribles.
De las de Jesús, qué podríamos decir, excepto que la gloria de su grandeza y la docilidad de su mansa humanidad seguramente se encontraban en cada gota. Y las de Pablo, sin duda, eran lentas, silenciosas y enormes, como su Profunda naturaleza. Un Pablo demasiado orgulloso para derramar lágrimas jamás habría dado vuelta el mundo. Debemos destacar lo amable de ese corazón escondido bajo el esplendor refulgente de su genio.
Tomado con permiso del Libro: Con Lágrimas en los Ojos
Autor: Esteban Hill
Editorial: Peniel