Detrás de tus Espaldas. Bosquejos Bíblicos para Predicar 1 Reyes 14:9
«A mí me echaste tras tus espaldas» (1 R. 14:9) «Echaste tras tus espaldas todos mis pecados» (Is. 38:17).
¡Qué asombroso contraste! En el primer pasaje Dios está hablando a un rey; en el segundo, un rey está hablando a Dios. En el primero, vemos a un pecador echando a Dios tras sus espaldas, mientras en el segundo vemos a Dios echando no al pecador, sino los pecados del pecador detrás de sus espaldas.
Otra vez decimos, ¡Qué asombroso contraste! ¡Qué magnanimidad de parte del Señor, que trate de manera tan misericordiosa con el alma arrepentida! Pero, así es como Él es.
Algunos textos de las Escrituras demandan mucha explicación, pero estos dos son meridianamente claros, y no demandan interpretación. Sin embargo, aunque parezca que se ven claros de lejos, podremos ver más hermosuras en ellos si los inspeccionamos de cerca. Veamos en primer lugar:
I. El pecador echando a Dios tras sus espaldas. Nuestro primer pasaje de las Escrituras formaba parte de un mensaje dirigido a Dios por Jeroboam, primer rey de las diez tribus. Hay razones para creer que antes de ser elevado al trono era un humilde seguidor de Jehová, porque cuando nació su primogénito, lo llamó Abías, que significa «Jehová es mi padre», o «Jehová es mi deseo».
Sin embargo, tan pronto llegó a ser rey, cometió el error de su vida: erigió unos becerros dorados para que los adorasen sus súbditos. Lo que dictó este paso fue una mera prudencia política mundana. Tomó consejo consigo mismo, y no con el Señor (véase 1 R. 12:26). Ahora bien, su pecado parece tanto más abominable cuando vemos que él sabía que era por este mismo pecado que el Señor había permitido la revuelta (véase 1 R. 11:33).
Le fueron enviadas advertencias, pero sin resultado alguno, y ahora Dios permite que su hijo primogénito caiga enfermo con una dolencia incurable. Ansioso por su amado hijo, el rey recurre al menospreciado y desoído profeta de Dios, pero, no dispuesto a acudir él personalmente, como un cobarde, envió a su mujer, mandándole que se disfrazase y que llevase solo el presente de una persona casi destituida de todo.
Pero los esfuerzos de la mujer por disfrazarse resultaron inútiles, y el Señor le dio al profeta este duro mensaje que debía ser enviado al rey por su mujer. Ahora bien, ¿podría haber habido una acusación más grave y condenatoria? Echar detrás de la espalda es un acto que expresa el desprecio más absoluto. Significa que Dios había sido tratado como carente de todo valor, sin consecuencia, como indigno e inútil.
Pero acerquémonos algo más. ¿Acaso no puede Dios acusarnos a cada uno de nosotros en el mismo sentido? Él puede decirte con verdad a ti, querido lector: «Tú me echaste tras tus espaldas». ¿Acaso lo niegas? Bien, podrías acaso decir:
«He puesto al Señor siempre delante de mí?». Es decir, ¿has hecho siempre de Él tu modelo e ideal, lo has tenido siempre presente, reconociendo su presencia contigo? Si no puedes–y quién osará decir que lo haya hecho así–, si Él no está delante de ti, ha de estar detrás de ti. ¿Y qué entonces de la Ley de Dios? En la oración de arrepentimiento ofrecida en Nehemías 9:26, Israel confesó que sus padres habían echado la ley de Dios «tras sus espaldas ».
¿Acaso has amado siempre y guardado sus leyes? La realidad es que nacimos de espaldas a Dios. Y aunque algunos lo echan tras sus espaldas de manera deliberada y consciente, la inmensa mayoría lo hacen irreflexiva y descuidadamente, pero, de todas maneras, se hace igualmente. ¡Qué alivio volver a nuestro segundo pasaje de las Escrituras!
II. Dios echando tras sus espaldas los pecados del pecador. Esto forma parte de la alabanza en que prorrumpe el buen Rey Ezequías a Dios al recuperarse de una enfermedad muy grave. Recuerda él, y registra, que, aunque en común con sus semejantes, había echado a Dios tras sus espaldas, pero que al confesar sus pecados y buscar misericordia, Dios había echado sus pecados detrás de sus espaldas. Y hoy día hay miles de personas que pueden dar y dan este mismo testimonio gozoso.
Esto no es conforme a lo que hemos merecido. Si recibiésemos lo que hemos merecido, Él nos trataría como nosotros le hemos tratado a Él. ¿Y acaso Él actúa así porque se toma el pecado a la ligera? Para hallar la respuesta a esta pregunta, hemos de acudir al Calvario. Jesús, nuestro Señor, padeció en nuestro lugar. Es gracias a que Dios echó a su amado Hijo tras sus espaldas que Él puede ahora echar tras sus espaldas el pedo del pecador arrepentido.
«Mi pecado está siempre delante de mí», gemía otro rey con el corazón lleno de dolor. ¡Ah, esto es! Cuando el pecador pone sus pecados delante de su propio rostro y los confiesa al Señor, es entonces que el misericordioso Señor los echa tras sus espaldas. ¡Aleluya!