El Aceite de la Viuda, o la Suficiencia de la Gracia. Bosquejos Bíblicos para Predicar 2 Reyes 4:1-7
Los períodos de aflicción son comunes a todos, pero solo a los hijos de Dios se les obran maravillas en tales experiencias. Es solo en el día nuboso que se ve más fácilmente el arco iris de su promesa. Hay siempre un fructífero «después» para aquellos cuyas almas son ejercitadas en el día de la angustia
(He. 12:11).
Fue mientras los israelitas estaban en el desierto que vieron la gloria de la bondad de Dios al darles pan del cielo y agua de la roca de pedernal. Esta viuda de uno de los hijos de los profetas ha sido traída a aguas hondas, pero veamos como Dios, en su gracia y poder infinitos, pudo suplir toda su necesidad. Obsérvese el orden:
I. Confesión de pobreza. «Ha venido el acreedor para llevarse dos hijos míos por siervos» (v. 1). Su marido ha muerto, y encontrándose con unas deudas que no pude pagar, sus hijos, su única esperanza para el futuro, están a punto de ser vendidos.
¡Qué triste apuro! Pero confiesa honradamente toda la verdad. Así éramos algunos de nosotros cuando la ley, como inmisericorde acreedor acudió repentinamente sobre nosotros, diciendo: «Págame lo que me debes» (Mt. 18:28), y cuando descubrimos que nada teníamos «con que pagarle» (Lc. 7:42), que estábamos ya «vendidos al pecado». Estando limitados a la fe, ¿qué otra cosa podíamos hacer que clamar a Aquel que es el verdadero Eliseo, «poderoso para salvar».
II. El ofrecimiento de la gracia. «¿Qué te haré yo?» (v. 2). Eliseo, como representante de Dios, abre de par en par, por así decirlo, la puerta del privilegio celestial, para que ella pida lo que quiera.
Fue la oferta de la gracia suficiente para toda su necesidad. Tan pobre era que no tenía nada en la casa «sino una vasija de aceite». Pero la pobreza no es obstáculo en la presencia de la gracia y plenitud del Todopoderoso (Lc. 18:41). Son aquellos que creen que no tienen necesidad de nada los que excluyen al Salvador de sus vidas (Ap. 3:20). ¿Qué te haré yo? «Abre tu boca, y Yo la llenaré» (Sal. 81:10).
III. Necesidad de preparación. «Ve y pide para ti vasijas prestadas… vasijas vacías, no pocas» (v. 3). Hasta ahora no tenía lugar para la gran bendición que Dios estaba para darle. Es maravilloso como hasta nuestros vecinos, con sus actos de bondad o de otro tipo, nos pueden suplir con lo que nos enriquecerá de bendiciones celestiales.
La demanda de vasijas vacías en préstamo fue un ejercicio de fe. Ella creyó para poder ver. Así fue con los israelitas cuando llenaron el valle de zanjas (2 R. 3:16-20). El valor relativo de cada vasija, para ella, era la capacidad que tenía de recibir. Ésta es también la manera que Dios tiene de tratar con sus vasos de gracia (2 Co. 12:10).
IV. La recompensa de la fe. «Ella echaba del aceite… las vasijas estuvieron llenas» (vv. 5, 6). Fue una gran crisis en la vida de esta mujer cuando «cerró la puerta, encerrándose ella y sus hijos» y se aventuró, como a solas en la presencia de Dios, a reivindicar la promesa por medio de la fe.
Cuando uno se ha decidido en su mente a «cerrar la puerta» y a probar a Dios de una manera concreta, habrá ciertamente un maravilloso derramamiento del aceite del Espíritu Santo (Mt. 6:60. Ella no podía hacer el aceite, como tampoco podemos nosotros manufacturar la gracia salvadora de Dios, pero ella podía sostener el vaso y confiar en Dios que él hiciera brotarla.
V. La obstaculización de la bendición. «Él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite» (v. 6). En tanto que hubiera una vasija vacía, y fe para usar el don de Dios, no habría carencia. Su gracia fue suficiente. Nunca tenemos apreturas en Dios, sino siempre en nosotros, cuando cesa el fluir de su bendición.
Siempre que nuestra debilidad consciente da lugar a la autosatisfacción, el aceite de su espíritu queda obstaculizado y detenido (Mi. 2:7). Las bendiciones de su gracia, aunque en Él haya infinita plenitud, son demasiado preciosas para ser derramadas y perdidas donde no haya la vasija vacía de un corazón necesitado.
La gracia solo puede ser dada para afrontar una verdadera necesidad (2 Co. 12:9). Los hay que hablan de una forma gozosa de los tiempos pasados, cuando el aceite dado por Dios corría libremente. Pero, ¿por qué se ha detenido ahora? (Jue. 16:20). ¡No más vaciedad!
VI. El logro de la liberación. «Ve y vende el aceite, y paga tus deudas » (v. 7). Habiendo recibido el don de Dios, puede ahora afrontar todas las demandas del acreedor. Ella y sus hijos fueron salvados solo por la gracia.
Las demandas de una ley quebrantada pueden ser solo afrontadas plenamente por nosotros por medio de la infinita gracia de Dios que nos ha sido traída por Jesucristo; por aquel amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, y que constituye «el cumplimiento de la ley». Si a estos hijos se les preguntara cómo fueron salvados de la esclavitud, podrían decir con verdad que fue mediante «el don de Dios». Y no es diferente con nosotros (Jn. 3:16).
VII. La provisión dada. «Tú y tus hijos vivid de lo que quede» (v. 7). El aceite, que les salvó de la deuda y de la esclavitud, debía también servirles de sustento de día en día. Los hijos de Israel no solo fueron salvados por la sangre del cordero, sino sustentados alimentándose de él (Éx. 12:8).
Cristo vino no solo a redimirnos de la maldición de la ley, sino también a satisfacernos a diario, como el «pan de Dios» que descendió del cielo. Vivid tú y tus hijos por la fe en el Hijo de Dios, que pagó toda tu deuda en la cruz del Calvario. Lo que quede, por su gracia para ti y los tuyos, es suficiente para todas tus necesidades, tanto para el tiempo como para la eternidad.