MOISÉS, NACIMIENTO Y FRACASO
Éxodo 2:1-15
Los personajes de la Biblia, como los manuscritos viejos, necesitan estudio atento y paciente si se ha de entender la profunda y preciosa enseñanza de sus vidas. Cada santo del Antiguo y del Nuevo Testamento es la personificación de algún rasgo especial de carácter que será un ejemplo o modelo para nosotros (1 Ti. 1:16).
I. Su nacimiento. Nació «hermoso». «Fue agradable» (Hch. 7:20).
María y Aarón, su hermana y hermano, eran indudablemente muy atractivos a ojos de sus padres; pero Moisés, el hombre sacado para Dios, era el de mejor parecer. Todos los que son agradables a Dios son personas sacadas: fuera del escondite de oscuridad y de temor, fuera del río de muerte y condenación. Fue escondido por fe y salvado por Dios (He. 11:23).
II. Su crianza. «Dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo.»
En la providencia de Dios su madre fue elegida como su nodriza. Los hermosos hijos de Dios son siempre bien cuidados. «Todas las cosas les ayudan a bien» (Ro. 8:28). Más tarde es llevado al palacio; es enseñado en toda la sabiduría de los egipcios, y es probable que se haya dedicado a actividades militares.
Moisés es como el barro en las manos del alfarero, una vasija sobre la rueda de la infalible providencia de Dios siendo preparada y hecha idónea para uso del Maestro. Que estemos dispuestos a tomar cualquier forma o hechura que su amor y sabiduría quieran imprimimos. Sea hecha tu voluntad en la tierra de este pobre vaso.
III. Su simpatía. «Crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas.»
¡Qué doloroso espectáculo se presentó ante sus ojos! Estaban cavando, amasando, moldeando, llevando, construyendo, mientras suspiraban, gemían y lloraban.
Un hombre no será de mucha utilidad mientras rehuse salir y mirar los sufrimientos de aquellos que están cargados de pecado. Nehemías inspeccionó los muros antes de comenzar el trabajo.
Si el poder del evangelio ha de ser apreciado, la enormidad del pecado y la impotencia del pecador tienen que ser vistas.
IV. Su elección. «Rehusó llamarse hijo de la hija de faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios» (He. 11:24-26).
Habiendo visto su propia relación, y las miserias de sus hermanos, tomó su audaz y resuelto paso para Dios y su pueblo.
Podrá haberle costado muchas noches sin dormir. Había mucho que abandonar, pero la fe ganó la victoria. Nuestra simpatía con los oprimidos y los que perecen no es muy profunda si no nos ha llevado a una consagración definitiva de nosotros mismos a Dios y su obra.
V. Su fracaso. «Miró a todas partes, y… mató al egipcio… ¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?» (Éx. 2:12, 14).
Cuando un hombre tiene que mirar a este lado y al otro antes de obrar, es claro que todavía no es apto para ser usado por Dios.
El temor del hombre todavía le es un lazo. Moisés sabia que era llamado de Dios para librar a sus hermanos. «Pero Él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así» (Hch. 7:25).
El tiempo no había aún llegado, el vaso no estaba preparado todavía. Se había dado a sí mismo a Dios, pero este esfuerzo no era más que la energía de la carne, la impaciencia de la voluntad propia. Tenemos no solo que rendirnos a Dios, sino también esperar en Él.
El reloj de Dios tiene dos manecillas: su promesa y su providencia. Ambas son movidas por la misma voluntad: siempre actúan en armonía.
VI. Su huida. «Moisés huyó delante de Faraón.»
¡Cuán profunda y amarga debe de haber sido su desilusión después de toda su agonía de alma y resolución de propósito! Solo queda Dios. Toda la sabiduría de los egipcios es insuficiente; tiene que ser enseñado de Dios.
Hace falta que se marchite nuestra propia suficiencia si hemos de ser fuertes en el poder divino. «Mirando a todas partes» no puede menos que terminar en huir de delante del hombre. «Si alguno quiere servirme, tome su cruz, y sígame.»