EXPERIENCIAS CRISTIANAS. Bosquejos Bíblicos para Predicar Efesios 1:3-1 4
Ésta es una maravillosa e inclusiva declaración de la gracia divina y del progresivo descubrimiento que los creyentes hacen de sus riquezas. «Nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales con Cristo» (v. 3).
La perspectiva del apóstol es desde el punto de vista de Dios. «Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo» (v. 4), luego siguiendo paso a paso hasta el día en que «habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, fuisteis sellados» (v. 13). Será útil invertir este orden, y examinar las verdades tal como aparecen en la experiencia cristiana.
I. «Habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación» (v. 13). ¡Qué evangelio es éste! Buenas nuevas del amor redentor de Cristo, que tiene su origen en el remoto propósito eterno del Dios eterno. Oírlo es contemplar la puerta abierta a la plenitud de bendición en el favor de un Dios reconciliado.
II. «Habiendo oído la palabra de verdad, y habiendo creído» (v. 13). No es suficiente escuchar, sino que tiene que haber la entrega de los afectos y de la confianza del corazón. Esta confianza es la apropiación personal de la oferta que Dios ha hecho en Jesucristo. «Todos sois hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús» (Gá. 3:26).
III. Fuisteis sellados también en él con el Espíritu Santo de la promesa. «Habiendo creído» (v. 13). El Espíritu Santo de la Promesa ha sido dado como arras en nuestros corazones de todo lo que Dios tiene reservado para sus hijos (2 Co. 1:22). «Con el cual fuisteis sellados para el día de la redención» final y perfecta (Ef. 4:30). Sois reivindicados por Él, y lleváis la marca de su firma.
IV. Tenemos redención por medio de su sangre (v. 7). No fuisteis sellados para que pudierais ser redimidos, sino por cuanto habéis sido redimidos. Él se dio a Sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad (Tit. 2:14). Él fue «el Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo». La redención es un pensamiento más antiguo que la creación, y será el tema del cántico final (Ap. 5:9).
V. Tenemos el perdón de pecados, y ello «según las riquezas de su gracia» (v. 7). Adquiridos por la preciosa sangre de Cristo, y perdonados según las infinitas riquezas de la gracia omnipotente. ¡Ah, cuán maravillosa es su misericordia para con nosotros, que nada merecíamos más que su justa condenación! Él ha amado nuestras almas, sacándolas del hoyo, y nos ha llamado hijos de Dios (1 Jn. 3:1).
VI. Somos aceptos en el Amado (v. 6). Sí, aceptos ya en Él en toda nuestra ignorancia, debilidad, fracaso e impotencia consciente, por la fe en Cristo. Dios se complace en envolver al alma que confía dentro de los pliegues de las riquezas de su gracia en Cristo Jesús, para que seamos para alabanza de su gloria (v. 6). ¡Con cuánto reconocimiento y con cuánta plenitud aceptó el Padre al Hijo cuando lo resucitó de entre los muertos! Ésta es la medida de tu aceptación en Él.
VII. En quien asimismo obtuvimos herencia «En quien también hemos tenido porción asignada» (v. 11, margen). No solo aceptos en el Amado, sino también partícipes en su herencia. «Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados» (Ro. 8:17).
Ésta será la herencia de los santos en luz (Col. 1:12). ¿«Herederos de Dios»? ¿Qué significa esto? Jesucristo es el Unigénito Hijo de Dios y el único Heredero. La Iglesia es la Esposa de Cristo. Todos los salvados por su gracia y poseídos por su Espíritu son uno con Él. La Esposa redimida compartirá la gloria y la honra del Esposo en aquel día en que se celebren «las bodas del Cordero».
VIII. Fuimos predestinados a la adopción de hijos (v. 5). Habiendo sido perdonados, aceptados y honrados como herederos, hacemos este gran descubrimiento de que todas estas experiencias tuvieron lugar conforme al propósito predeterminante y beneplácito de su voluntad (v. 5). «A los que de antemano conoció, también los predestinó a ser modelados conforme a la imagen de su Hijo» (Ro. 8:29, 30).
En nuestra simplicidad, podíamos pensar que cuando confiamos primero en Cristo estábamos añadiendo un renovado lustre a la gloria de Cristo, pero ahora vemos que estábamos simplemente cumpliendo la promesa del Padre al Hijo, de que Él le daría al Hijo una heredad de entre las naciones de la tierra. Jesús dijo: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí» (Jn. 6:37).
IX. Nos escogió en Él antes de la fundación del mundo (v. 4). El origen de la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, puede ir tan atrás como «En el principio era el Verbo» (Jn. 1:1). Pentecostés fue la manifestación visible de este propósito eterno (2 Ts. 2:13). No hubo nada casual acerca del pacto que Dios hizo con su Hijo de darle un pueblo para la honra eterna de su Nombre.
Cristo no murió al azar de que alguien fuera a creer en Él y ser salvo. Él sabía que el Padre le había dado poder sobre toda carne, para poder dar vida eterna a todos aquellos que el Padre le ha dado (Jn. 17:2).
Así que nuestro Señor podía decir: «Ésta es la voluntad del Padre, que me envió: Que de todo lo que me ha dado, no pierda yo nada» (Jn. 6:39). ¡Qué halo de gloria se ve aquí en la frente de la iglesia de Dios: que fuera algo ya completo en el propósito divino miles de eras antes de la encarnación de su amado Hijo.
El Cristo que amó la Iglesia antes que naciera, y que se dio a Sí mismo por ella, la presentará un día a Sí mismo, «una iglesia gloriosa, que no tenga mancha, ni arruga ni cosa semejante» (Ef. 5:27). Entonces Él verá del trabajo de su alma, y quedará satisfecho. «Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, dominio y autoridad, ahora y por todos los siglos» (Jud. 24, 25).