Él es el Espíritu de verdad, de sabiduría, de vida, de poder. Contristarle a él es obstaculizar sus amantes y misericordiosas operaciones en el corazón, empobreciendo con ello nuestras vidas, y estorbando nuestros más denodados esfuerzos en el servicio de Cristo.
I. Por un hablar no santo y sin provecho (véanse vv. 29 y 31). Las comunicaciones que no son «para edificación», sino que tienen una influencia corruptora, tienen que doler a Aquel que es «Santo», y que ha venido a tomar las cosas que pertenecen al Cristo incorruptible y a mostrárnoslas. El Espíritu de Verdad no puede tener comunión con un habla frívola y con palabras malas.
II. Ignorando su presencia. Si nuestros amigos terrenales nos trataran como nosotros frecuentemente tratamos al Espíritu Santo, nos sentiríamos gravemente ofendidos. Vivir en la misma casa con otro y apenas si ver reconocida la presencia tiene que ser un gran pesar. El reconocimiento mutuo es totalmente esencial para el mantenimiento de una verdadera amistad. No le contristes con la frialdad del olvido.
III. Por el rechazamiento de su enseñanza. Fue por su rebelión contra su conducción que los del pueblo de Israel «contristaron su Santo Espíritu» (Is. 63:10). El Espíritu está siempre tratando de conducirnos a la verdad como es en Jesús, para que podamos ser santificados y hechos útiles para su uso. Nosotros contristamos al Espíritu cuando, por prejuicio o incredulidad, rehusamos aceptar su enseñanza, u obedecer su conducción. Si no crecemos en la gracia y en el conocimiento de Dios, bien podemos sospechar que hemos desobedecido al Señor el Espíritu. Para él tiene que ser muy doloroso que su obra llena de gracia sea en absoluto dificultada en nosotros o a través de nosotros, por cuanto Cristo es por ello mismo deshonrado, siendo que su principal propósito es glorificarle.
IV. Entrando en connivencia con cosas que él aborrece. El Espíritu Santo se opone al pecado en todas sus formas. Toda forma mundana y búsqueda del propio provecho son antagónicas a su naturaleza y misión. Si descubriéramos a cualquiera de nuestros amigos personales gozándose secretamente en cosas que nuestras almas aborrecen, ¡cuán doloridos nos sentiríamos ante tal descubrimiento! ¿Somos nosotros más sensibles que el Espíritu Santo? Si nos avergonzamos de reprender lo que él reprende, y de enaltecer lo que él enaltece, entonces no estamos en la comunión del Espíritu. No contristes al Espíritu Santo alentando a los impíos en su pecado. Recuerda a Sansón.
V. Contristando a los hijos de Dios. El pensamiento poco caritativo que lleva a habla poco caritativa tiene que dolerle a Aquel que es el Espíritu de amor y de unidad. Todo lo que tienda a enajenar los afectos del pueblo de Dios entre sí es contender contra la obra del Espíritu Santo. «Que todos sean uno» fue la oración de Cristo. «Que todos sean uno» es el propósito del Espíritu. Poner estorbos a esta unidad es contristar al Espíritu al desfigurar la unidad del Cuerpo, que él tanto desea mantener.
VI. Sirviendo al Señor con nuestras propias fuerzas. El Espíritu Santo ha venido para que tengamos poder para testificar para Cristo. Hablar y trabajar en nuestro propio poder es una negación de su misión, y debe dolerle en lo más hondo. ¡Qué triste debe ser para el poderoso Espíritu Santo ver a los siervos de Cristo, a los que él ha venido a dotar de poder, usar la energía carnal y las políticas mundanas en lugar de su presencia sometedora y vivificadora. Cuando el Espíritu es contristado por esta autoafirmación, la evidencia de ello se manifiesta en una vida formal y carente de fruto.
Un Espíritu contristado no solo significa un testimonio carente de poder, sino también una ausencia de goce del amor de Dios en el corazón. Si este amor ha de ser derramado en nuestros corazones, necesitamos la comunión del Espíritu Santo: y no podemos tenerla si nuestra forma de vida y servicio se opone a su mente y voluntad. Puede que tengamos nuestras lámparas, y puede que tengamos una medida de luz, como las vírgenes insensatas, pero si no tenemos aquella reserva de aceite que se encuentra en la presencia de un Espíritu no contristado, nos avergonzaremos delante de él en su venida.

