La Iglesia, que es su Cuerpo. Bosquejos Bíblicos para Predicar Efesios 1:22, 23
Ésta es una sencilla declaración, pero revela un maravilloso misterio. La Iglesia es el cuerpo de Cristo.
¡Cuán precioso y hermoso es este pensamiento de que cada creyente, cada alma verdaderamente convertida, es un miembro vivo del Cuerpo místico del Cristo viviente, y que les tan preciosa como le niña de su ojo!.
Siendo bautizados o plantados en Cristo, somos hechos partícipes de su naturaleza divina, y así venimos a ser herederos de aquella vida eterna. Como miembros de su cuerpo somos parte de él mismo. Esta metáfora es sumamente sugerente.
I. La Iglesia, como su Cuerpo, es la prueba visible de su presencia. Yo no puedo ver tu espíritu; tampoco puedes ver tú el mío; pero nuestros cuerpos son igualmente visibles. La presencia de un cuerpo viviente es la evidencia de la presencia de un espíritu viviente invisible.
El mundo no puede ver al Cristo invisible que mora en su Cuerpo la Iglesia, pero puede ver el cuerpo. Te puede ver a ti y a mí. ¿Vive Cristo en nosotros de forma que nuestras vidas sean evidencia de la presencia y del poder de un Salvador invisible? Cada judío es una prueba de que Abraham existió. Cada cristiano es un testigo del Cristo viviente, con tanta certidumbre como una mano viva demuestra una cabeza viva (Ef. 5:23-30).
II. Como su cuerpo, la Iglesia está animada por el Espíritu divino. «Él os dio vida a vosotros.» La vida es dada por Dios. Es su propia vida. «Yo vivo, y vosotros también viviréis.» Es Dios quien mora en vosotros. En cada cuerpo viviente humano hay un espíritu humano.
La Iglesia de Cristo es un cuerpo divino, y es morada del Espíritu Divino. Cada pámpano en la vid debe participar de esta vital savia de la vid. ¿Nos damos cuenta que como miembros de su cuerpo la fuente y el poder de nuestra vida está solo en él? Así como la mano depende de la cabeza, y espera la dinamización de la voluntad, así nuestros espíritus dependen de Cristo, nuestra Cabeza, y están animados por su Espíritu (1 Co. 6:17; Ef. 4:4).
III. Como su cuerpo, sus miembros son todos uno. La cabeza controla cada miembro del cuerpo, y cada uno de los miembros están conectados entre sí gracias a su conexión con la cabeza. Como miembros de Cristo, somos miembros unos de los otros, y debiéramos tener el mismo cuidado unos por los otros (1 Co. 12:25).
Hay diferentes funciones para los miembros, pero a los ojos de Cristo, la Cabeza, no hay divisiones: todos son uno en Cristo». ¡Ah, que como miembros individuales vivamos y trabajemos bajo el poder de esta verdad sublimadora del alma en cuanto a honor, dando la preferencia los unos a los otros (Ro. 12:9; cf. v. 5; Col. 1:18).
IV. Como su cuerpo, cada miembro depende de la Cabeza. Si la cabeza, el cuerpo no sería nada más que un cadáver corrompido carente de vida. El cuerpo existe para la cabeza, y no la cabeza para el cuerpo. Desde la cabeza cada miembro recibe su autoridad. Hijo de Dios, recuerda esto. Si la cabeza es capacitada para ejecutar cualquier obra diestra, es debido a que le ha sido impartida la sabiduría de la cabeza. Él nos ha sido hecho por Dios sabiduría (Ro. 14:7, 8; Ef. 2:21, 22).
V. Como su cuerpo, está sujeto a sufrimientos. Cristo, como la Cabeza que fue herida, está ahora fuera del alcance del golpeador; pero su cuerpo, la Iglesia, sigue expuesta al escarnio y a la persecución. Es dulce saber que la Cabeza está en la más profunda y estrecha relación con cada uno de los miembros sufrientes.
En cuanto que lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis. Cuando Saulo estaba persiguiendo a los miembros de su cuerpo, Jesús le dijo: «¿Por qué me persigues?». Ah, cristiano, toma paciencia.
Si la cabeza, que siente el dolor más agudamente que el miembro, no se queja, ¿por qué debería hacerlo el miembro? Estas cosas pueden ser permitidas para edificación. «La tribulación produce paciencia» (Stg. 1:3; cf. 2 Ti. 3:10-12; Mt. 19:29; Fil. 3:8).
VI. Como su cuerpo, sus miembros son sus instrumentos de servicio. El cuerpo es el siervo de la cabeza; la Iglesia es sierva de Cristo. La cabeza no tiene otra manera de cumplir sus propósitos más que a través del cuerpo.
Así Cristo, como la Cabeza viviente y pensante de su Cuerpo, la Iglesia, es complace en cumplir su voluntad, y obrar sus propósitos llenos de gracia por medio de los miembros de su cuerpo. ¡Qué privilegio! Colaboradores juntamente con él». Presentaos a Dios como instrumentos de justicia. No sois vuestros. No; sois las manos y los pies, los ojos y la lengua de Cristo.
Es Dios quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer. Si cada miembro de su cuerpo estuviera totalmente entregado a su voluntad, ¡qué cosas más poderosas se cumplirían! ¿Quién puede resistirle a Él? (1 Co. 6:15-20; Ro. 12:1).
VII. Como su Cuerpo, goza de amplia provisión. Los cuerpos quedan frecuentemente arruinados por cabezas irreflexivas, y a veces unas grandes cabezas son estorbadas por unos cuerpos débiles y deformes. Es obra de la cabeza proveer para el cuerpo.
¡Qué provisiones de gracia y de verdad, qué poderes de suficiencia, están en Cristo por nosotros, como miembros de su Cuerpo! Una rama seca no es para honra de la vid. Un cristiano impotente y medio muerto de hambre es un descrédito para Cristo.
Mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Si vosotros, siendo malos, sabéis como alimentar, proteger y vestir a vuestros cuerpos, ¿no hará más por el suyo Jesucristo vuestro Señor? «Hombres de poca fe» (Mt. 6:30-32; Fil. 4:6; Sal. 34:9-10).
VIII. Como su cuerpo, la Iglesia no puede ver corrupción. El Cuerpo de Jesús, que era un tipo de su Iglesia, fue maltratado, golpeado y quebrantado, pero no vio corrupción. La Iglesia como su cuerpo puede quedar desfigurada y mostrarse exteriormente débil, pero es morada del Espíritu de Dios.
Con tanta certidumbre como el cuerpo de Jesús fue glorificado en el Monte de la Transfiguración, así su cuerpo, la Iglesia, será transformado con hermosura de resurrección y lleno de la gloria de Dios.
Él, como la cabeza del Cuero, ya está ascendido. El cuerpo, que sigue estando en la tierra, será igualmente arrebatado un día. No todos dormiremos, pero todos seremos transformados. Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es (1 Co. 15:51; 1 Jn. 3:2; cf. Col. 1:21, 22; Ef. 5:27; Cnt. 4:7; Jud. 24, 25).