LA REVELACIÓN CRISTIANA. Bosquejos Bíblicos Para Predicar 1 Corintios 2:9-16
I. Esta revelación no puede en absoluto ser invención de los hombres. El ojo de la mente carnal del hombre jamás la ha visto. El oído de la sabiduría humana del hombre jamás la ha oído. Ni ha entrado jamás en el corazón del hombre (aparte de por el Espíritu Santo) cuáles son las cosas que Dios ha preparado para los que le aman (v. 9), y así ha sido desde el comienzo del mundo (Is. 64:4). El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría (1:21).
II. Es una revelación de Dios. «Pero Dios nos las reveló» (v. 10). Solo Dios podía revelar los misterios de su sufriente Hijo. «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios!» (Ro. 11:33). Conocimiento acerca de su Hijo. Ésta es la gloria del mensaje del Evangelio, que es tan verdadero y tan lleno de gracia como el Dios que lo dio (Gá. 1:12).
III. Lo que es esta revelación. Es el desvelamiento del misterio de Cristo, y de Él crucificado (v. 2). La revelación del hecho de que Él murió por nuestros pecados, y de que resucitó para nuestra justificación, y de que volverá para nuestra liberación final (He. 9:26). Es una revelación de su gracia abundante a hombres pecadores, y de su poder para salvar hasta lo último a todos los que a Él acuden.
IV. Cómo se da a conocer esta revelación. «Dios nos las reveló a nosotros por medio del Espíritu» (v. 10). Ha venido de Dios, y es traído al corazón creyente por el Espíritu de Dios. Porque «el Espíritu escudriña las cosas profundas de Dios».
«Nadie conoce las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (v. 11). El Espíritu Santo es el ministro de las cosas de Cristo (1 Co. 12:8-11). Él es el «Espíritu de Verdad», y Él os enseñará todas las cosas que tienen que ver con la voluntad revelada del Padre, «tomará de lo mío, y os lo hará saber» (Jn. 16:13).
¡Ah, que todo su pueblo fuera así enseñado por Dios! Con tal «Maestro venido de Dios» no hay excusas que valgan para la miseria espiritual. «Recibid el Espíritu Santo». Pues puede que conozcáis la letra de la palabra, y que empero seáis extraños a su enérgica potencia.
V. Cómo se deberían predicar estas cosas. «Ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder» (v. 4). «Nuestro evangelio no llegó a vosotros solamente en palabras, sino también en poder, en el Espíritu Santo» (1 Ts. 1:5).
Sin este poder, la predicación carece de autoridad: «címbalo que retiñe». Puede que se dé una exhibición de palabras elocuentes y de energía carnal, pero sin la demostración del Espíritu es espiritualmente impotente (v. 13). «Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo: y me seréis testigos» (Hch. 1:8). Vosotros ministros de Él, esperad «hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto» (Lc. 24:49). «Porque para vosotros es la promesa» (Hch. 2:39).
VI. La actitud del cristiano hacia esta revelación divina. «Resolví no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado » (v. 2). En Corinto había muchas contiendas, como las hay por todas partes del mundo hoy.
Pero Pablo sabía que la una cosa necesaria por parte de todos era el poder del Evangelio de Cristo. Los mundanos, en su sabiduría, llamarían a esto estrechez de mente; pero es la sabiduría de Dios ofrecer el remedio divino para todos los males del mundo. «Resolví», dice él.
«Una cosa hago.» Quiera Dios que esta decisión fuera el motivo asentado en los corazones de todos los que sirven en la predicación de la Palabra de Dios. Todo el consejo de Dios emana de «Cristo, y de Él crucificado». «Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Fil. 3:8).