LA CENA DEL SEÑOR o SANTA CENA
Bosquejo Bíblico para predicar de 1 Corintios 11:23-29
Esta ordenanza es la herencia de la Iglesia Cristiana. Los emblemas son de un carácter de lo más simple y hogareño: «Pan y vino». Pero el significado de los mismos en manos de Cristo incorporan las más profundas realidades en la fe cristiana. El pan: «Mi Cuerpo»; el vino: «Mi Sangre». Símbolos de su carácter y misión.
I. Su encarnación. «Tomó pan… y dijo: … esto es mi cuerpo» (v. 23). Me preparaste cuerpo. Él no tomó naturaleza de ángeles, sino «semejanza de carne de pecado» (Ro. 8:3). Tomó el cuerpo preparado para Él por el Padre, para que pudiera tener algo que ofrecer como sacrificio visible por el pecado del mundo. La toma del pan como símbolo de su cuerpo fue un acto voluntario, porque Él se humilló a Sí mismo cuando tomó forma de siervo (Fil. 2:7).
II. Su devoción. Dio gracias (v. 24). Tomó el pan, emblema de su cuerpo, y dio gracias a Dios por él. ¡Pensemos en ello! ¡Dando gracias a Dios por un cuerpo que iba a ser herido y clavado en una cruz: Dando gracias al Padre por el privilegio de morir por una humanidad culpable y desagradecida! En este sencillo acto vemos la cordial devoción de nuestro Señor a la terriblemente dolorosa obra que el Padre le había encomendado. «No se haga mi voluntad, sino la tuya.»
III. Su sufrimiento. Después de dar gracias, lo partió. Cada palabra, cada acción, parecen llenos de significado. No le pidió a Judas que lo partiera. Él mismo lo partió. Jesús se dio a Sí mismo en sacrificio por nuestros pecados. Él podía decir: «Nadie toma mi vida de Mí: Yo de mí mismo la pongo».
Él partió el pan, del que había dicho: «Éste es mi Cuerpo» (Jn. 10:18). Fue por su amor para con nosotros que se dio a Sí mismo por nosotros como ofrenda a Dios (Ef. 5:2). Su vida fue una vida de acción de gracias; su muerte fue una ofrenda voluntaria. «Heme aquí, oh Padre.»
IV. Su Sustitución. «Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido.» No partido por accidente. Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él. Él fue experimentado en quebranto por ti (Isaías 53:5). El vino de su preciosa sangre fue derramado por nuestra redención (1 P. 1:19).
Somos propensos a hablar a la ligera y a pensar poco en estas palabras pronunciadas en su última comida en la tierra. «Mi cuerpo, partido por vosotros». ¿Cuáles serían sus pensamientos en su mente al pronunciar estas palabras? Él ya veía la Cruz, y quizá ya sentía las angustias de Getsemaní en su alma. Pero el amor le constreñía.
Cuando nos sentamos a la mesa del Señor y tomamos el pan y la copa, ¿somos conscientes como deberíamos serlo de: «Mi Cuerpo partido por vosotros», «Mi Sangre derramada por vosotros»?
V. Su invitación. «Tomad, comed». «Haced esto en memoria de Mí.» Después de haber quedado cumplida la expiación mediante su sufrimiento y muerte, viene (simbólicamente) la invitación a participar de los beneficios adquiridos. «Tomad, comed», apropiaos de aquello que es puesto aquí delante de vosotros.
Éste es el mensaje del Evangelio. «Haced esto en memoria de mí». No hay virtud en los meros actos de comer y beber.
El alma de la ordenanza está en recordarle a Él. Los elementos son simplemente memoriales de lo que Él ha hecho por nosotros al dar su Cuerpo y Sangre como Rescate por nuestras almas.
V. Su propósito en ello. «Porque todas las veces que comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del Señor estáis proclamando.» No nos han dejado ninguna ordenanza simbólica para proclamar su Encarnación, ni su Transfiguración, ni su Ascensión, pero sí para su Crucifixión.
¿Por qué su muerte debe ser mantenida tan prominente y persistentemente delante de nuestras mentes? Porque toda nuestra salvación procede de ella, y todas las esperanzas de los impíos se encuentran en ella. «Jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gá. 6:14). Predica a Cristo, y a Él crucificado.
VII. Su expectativa. «La muerte del Señor estáis proclamando hasta que él venga» (v. 26). Cuando Él venga, según su promesa, la Iglesia no tendrá necesidad de este memorial de Él.
Tenemos poca necesidad de la fotografía de un amigo ausente cuando Él mismo ha venido a nosotros. La actual dispensación es un intervalo entre su Cruz y su Trono.
Mientras que podemos sentarnos a su mesa con corazones entristecidos, pero en paz; mientras que pensamos en su dolor y vergüenza por nuestra causa, podemos mirar con esperanza hacia arriba, sabiendo que Él volverá a recibirnos a Sí mismo (Jn. 14:1-3).
Cuando pensamos en la mesa del Señor tenemos que reconocer que no se trata de la mesa de ninguna Iglesia o secta en particular. Es del Señor, y tienen acceso a ella todos los que pueden discernir el cuerpo del Señor en los emblemas.
Nuestra aptitud o inaptitud para sentarnos a su mesa reposa no en nuestra buena educación, ni en nuestro carácter moral, ni en nuestra profesión religiosa, sino en nuestro discernimiento espiritual (v. 29).