Las Excusas de Moisés. Bosquejos Biblicos para Predicar Éxodo 3:11-14; 4:1-16
En la zarza ardiente el llamado de Dios vino a Moisés clara y distintamente, pero suele suceder que no todo está hecho, aun cuando la voluntad de Dios es conocida y el curso de acción está manifiestamente indicado. Somos propensos a mirar en dirección a nosotros mismos en busca de los debidos sentimientos y aptitud para llevar a cabo la buena voluntad de Dios. La mayor dificultad de Dios con sus siervos es conseguir que crean que Él es poderoso para obrar en ellos así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Moisés ofreció varias excusas para no obedecer.
I. Su propia indignidad personal. «Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya?» (Éx. 3:11). Este lenguaje revela un cambio muy grande en el carácter de Moisés desde que dejó Egipto (Éx. 2:12). Es bueno conocer nuestra propia falta de mérito, como tenemos que conocerla cuando, a semejanza de Moisés, somos puestos cara a cara con Dios y su gran obra; pero está mal convertir eso en una excusa para no recibir la gracia y el honor que Él nos está ofreciendo.
Si nosotros como obreros cristianos apreciáramos toda la importancia de la obra que se nos ha dado que hacer, seríamos más sensibles a nuestra propia ineptitud para ella, y más prontos a confesarla. Pero notad cómo Dios en su gran gracia refuta esta objeción. «Yo estaré contigo.» Como si Dios estuviera diciéndole: «Tú dices: ¿Quién soy yo?, pero no se trata de quién eres Tú, sino de quién soy yo.
Yo estoy contigo; bástete eso». «Toda potestad me es dada. Id» (Mt. 28:18, 19). Cuando Moisés abrió bien su boca, diciendo: «¿Qué les responderé?», Dios la llenó con «Yo soy el que soy». Aquí está el secreto del buen éxito en el testimonio para Dios: 1 Él me ha enviado. Su palabra está en mí. Su presencia está conmigo. Él es todopoderoso.
II. La incredulidad del pueblo. «Moisés respondió: He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz» (Éx. 4:1). Parece haber olvidado lo que nosotros tantas veces olvidamos, que Dios había tomado en cuenta toda la natural aversión mental y dureza del corazón humano. No te oirán a ti; pero si estás lleno del Espíritu Santo, estarán compelidos a escuchar al Dios que está en ti.
«Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere (perdiere su sabor, el poder del Espíritu), no sirve más para nada» (Mt. 5:13). ¿Cómo destruyó el Señor esta segunda razón de Moisés? Como lo hizo con la primera: con otra manifestación de su propia plenitud. Le dio una triple seguridad en la vara, la mano y el agua (Éx. 4:2-9).
1 LA VARA SE HIZO UNA CULEBRA. La señal de su poder vencedor, al traer juicios terribles sobre aquellos que se oponen a su voluntad.
2 LA MANO LEPROSA SE SANÓ. La señal de su poder restaurador. Era poderoso para sanar al marchito y leproso Israel, y restaurarlos a libertad y reposo.
3 EL AGUA SE HIZO SANGRE. La señal de su poder transformador, capaz de cambiar los corazones y caracteres de aquellos a quienes era enviado. ¿Qué voz tiene todo esto para nosotros? ¿No nos recuerda el poder que todavía pertenece al evangelio del Dios bendito: poder para vencer por convicción, poder para sanar enfermedades, poder para transformar vidas? El evangelio es potencia de Dios para todo aquel que cree.
III. Las flaquezas de su propio cuerpo. «¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra; soy tardo en el habla y torpe de lengua» (Éx. 4:10). Un habla rápida y elocuente podrá tener mucha influencia con hombres naturales, pero el silbo apacible y delicado no se oyó en la tempestad o el terremoto.
El poder de Dios es una cosa diferente de mera afluencia de palabra (1 Co. 4:19). Notad cómo el Señor respondió a este argumento: «¿Quién dio la boca al hombre? ¿No soy Yo Jehová?». Dios sabía todo en cuanto a su debilidad física, y estaba dispuesto a perfeccionar su potencia en la flaqueza, y era poderoso para hacerlo. Lo que nos impide en el servicio de Dios no son nuestros achaques, sino nuestra incredulidad. Dios ha escogido lo flaco. Más aún, sugiere:
IV. La renuencia de su mente. «Él dijo: ¡Ay, Señor!, envía, te ruego, por medio del que debes enviar» (Éx. 4:13). Como diciendo: «Envía a cualquier otro, pero no pidas que sea yo el que hable». Esto parece indicar una tímida negativa a hacer todo lo que Dios estaba pidiéndole hacer. La divina contestación a esta última resistencia fue severa y final. Jehová se enojó, y dijo: «Aquí está Aarón, tu hermano. Yo sé que Él puede hablar bien; Él será quien lleve tu palabra».
La mala disposición de Moisés no aparta a Dios de su propósito. Si un instrumento resulta inadecuado, elige otro; pero Moisés ha perdido el honor que hubiera sido suyo si no hubiese sido tan tardo de corazón para creer. ¿Hay alguna esfera de servicio en que tú o yo hemos sido eliminados por la misma razón? ¿Preferiríamos tener un vocero antes que hablar directamente? Andemos como es digno de Dios.