I. Muy diversos. En 1 Corintios 12:8-10 se especifican nueve dones diferentes, y estos son presentados como dados a otros tantos individuos.
Todos estos varios dones estaban en acción en los días de la Iglesia recién nacida, y eran el resultado de la obra del «Un Espíritu».
Observemos que no se trata de dones naturales, sino espirituales; no el desarrollo de algo bueno desde dentro, sino la implantación de una nueva facultad espiritual desde fuera, y ello en manos del omnipotente Espíritu de Dios.
II. Otorgados soberanamente. «Todas estas cosas las efectúa el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular según su voluntad» (1 Co. 12:11). La edificación del santo templo, la Iglesia, es la obra del Espíritu (Ef. 2:22). Y desde luego Él sabe mejor sobre qué partes otorgar cualquier don o gracia particulares. Por ello, como piedras espirituales, debemos estar totalmente sometidos a su santa voluntad, dejando que Él lleve a cabo la conformación y adecuación; creyendo que Él es poderoso y que está dispuesto a hacer el mejor uso de cada uno entregado a su voluntad.
III. Para provecho de todos. «La manifestación del Espíritu para provecho común» (1 Co. 12:7). Todos (esto es, todo el cuerpo o Iglesia) deben recibir provecho por los dones y revelaciones del Espíritu a cada hombre». Cada creyente debería ser un miembro provechoso del cuerpo de Cristo. Para este fin se da la común manifestación del Espíritu a cada uno. Y estando convencidos de que tenemos el Espíritu en nosotros, podemos tener la certidumbre de que la suficiencia del Todopoderoso (Mr. 9:23) está a nuestro alcance, de manera que no tenemos por que estar siempre lamentándonos como «siervos inútiles» como si ello fuera un logro de la gracia.
IV. Para ser fervientemente deseados. «Desead, pues, celosamente los dones mejores» (1 Co. 12:31). «Desead con celo los dones espirituales, especialmente que profeticéis» (1 Co. 14:1). «Anhelad el profetizar » (v. 39). Pablo menciona la profecía como el don que debe ser buscado con mayor anhelo. La razón de ello se da bien explícitamente en los versículos 22-25. Para que los indoctos e incrédulos puedan ser convencidos y convertidos y que den testimonio de la verdad, para que Dios sea glorificado. Toda el alma del apóstol se dirigía a esto. No es algo vano anhelar incluso «el mejor don» si buscamos sólo la gloria de Dios, porque no negará ningún bien a los que andan rectamente (Sal. 84:11, V.M.).
V. Apropiado para cada poseedor. «Cada uno tiene su propio don de Dios, uno de un modo, y otro de otro» (1 Co. 7:7). No solo es cierto que cada hombre tiene su don, sino que el don que cada uno tiene es su propio don, apropiado de manera exacta a él, y propio en él. Algunos dicen: No tengo don; pero ¿qué dice la Escritura? «Cada uno tiene. » Quizá tú no tengas el don que tiene tu eminente amigo, pero sí que tienes tu propio don. Sí, y tu don apropiado también. Pero, ¿cuál es?
Indágalo y descúbrelo.
VI. Para ser cuidadosamente empleado. «No descuides el don que hay en ti» (1 Ti. 4:14). ¿Cuántos esconden sus preciosos talentos en la tierra como inútiles, porque no son los mismos que otros? (Mt. 25:18).
¿Qué sucedería si tu oído rehusara oír porque no es un ojo? Muchos se quejan de su poquedad y carencia de fruto, y no es de extrañarse, cuando imitan los dones de otros, y descuidan los suyos propios. Y así todo el cuerpo sufre pérdida por una parte deficiente (contrastar con Ef. 4:16). Conténtate con no ser nada más que aquello que Dios quiere que seas, y serás entonces todo lo que Dios desea que llegues a ser.
VII. Para ser constantemente mejorados. «Que avives el fuego del don de Dios que está en ti» (2 Ti. 1:6). El don puede estar en ti como un fuego de lenta combustión, pero debe ser avivado y mantenido en brillante llama. Todos los recursos de nuestro ser deben ser dirigidos a, y concentrados en, el desarrollo de este don celestial: «Luchando según la potencia de Él, la cual actúa poderosamente en mí» (Col. 1:29). ¿Qué es lo que tú puedes mejor hacer para Dios? Luego aviva el fuego de aquel don, y tendrás poder tanto ante Dios como con los hombres. purificación, renovación y de llenura del Espíritu Santo, y su vida nunca ha vuelto a ser la misma desde aquel entonces. ¿Nunca ha reconocido el lector al Señor que él o ella no pertenece a otro más que al Señor que le salvó?

