«¡Sé fuerte, bueno y puro! Solo permanecerán los rectos» LONGFELLOW
«Todo lo que Dios hace, si rectamente es entendido, Obrará en último término tu bien definitivo» KEBLE
Este «hombrecillo», como indica el nombre de Mardoqueo, había sido llevado desde Jerusalén con los cautivos. Poco sabían él o sus captores lo importante del papel que estaba destinado a tener en el reino de Babilonia.
«Dios se mueve en un camino misterioso, Para ejecutar sus maravillas».
Poco se imaginaba también, cuando acepto adoptar a su prima huérfana, que iba a ser reina en Babilonia. Este libro de la providencia de Dios es fiel a su carácter, lleno de sorpresas. Fijaremos ahora nuestra atención en la carrera de Mardoqueo. Él era:
I. Misericordioso. Fue muy misericordioso por su parte tomar a la muchacha Ester, huérfana, adoptándola como su propia hija (2:7). Puede parecer algo muy normal, pero la secuencia era extraordinaria. Le pareció que era lo recto a hacer, y lo hizo. Ahí es donde está el quid de la cuestión. Le abrió su corazón además de su hogar, y la bendición que se promete a los misericordiosos le fue dada a él (Mt. 5:7).
II. Fiel. Dos de los eunucos del rey habían conspirado para dar muerte al rey. Aquello llegó a oídos de Mardoqueo, y reveló valientemente aquel perverso designio a Ester, que se lo dijo al rey en su nombre (2:22, 23). Si alguien quiere ser fiel a sí mismo y a la justicia, tiene que estar dispuesto, si ello es necesario, a hacer cosas que lleven a otros a la vergüenza y a la condenación. Los hay que si no conspiran contra el Rey del cielo, sí lo hacen contra su pueblo y causa. Bien, si ello te es conocido, no tienes necesidad de luchar contra ellos. Díselo al Rey, que, por su propia causa, de cierto se cuidará de los ofensores. Sé fiel a los intereses de tu Señor y Rey, y te vendrá
abiertamente la recompensa de la buena mano de Dios.
III. Consistente. «Mardoqueo ni se arrodillaba ni se humillaba [ante
Amán] ... porque ya él les había declarado que era judío» (3:2-4). Rehusó postrarse y darle al soberbio Amán la honra solo debida a Dios. Por este acto de resistencia declaró su fe en y reverencia hacia Dios. Mardoqueo era un hombre para quien una persona vil es de menospreciar, pero que honraba a los que temían al Señor (Sal. 15:4).
La fe de una persona de nada sirve si no afecta su vida diaria. ¿Cómo puede alguien decir que cree en Dios si no está dispuesto a obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch. 5:29)? Esos cuyas vidas están regidas por el temor de Dios no serán hallados haciendo precisamente lo mismo que los demás, ni siquiera «por causa de la paz». Esto puede parecerles una insignificancia a los que gustan de agradar a los hombres, pero si él hubiera cedido en este punto, pudiera no haber accedido nunca al puesto de honor nacional que después fue el suyo.
IV. Menospreciado. «Y se llenó [Amán] de ira» (3:5), y cuando supo que Mardoqueo era judío, «tuvo en poco poner mano en Mardoqueo solamente», sino que intentó la destrucción de «todos los judíos» (3:6). Pero después de hacer sus planes para la destrucción de los judíos lo persuadió su mujer para que colgara a Mardoqueo de una horca de cincuenta codos de altura (5:14). Toda esta ira y derramamiento de sangre tenían como motivo que un hombre había tenido el suficiente valor y convicción para no violar su conciencia y para no negar a su Dios.
¿Vale la pena arriesgar tanto? No, dirá el hombre que camina por vista, y no por fe. Pero, ¿qué dice el Señor mediante su providencia obradora de maravillas? Si alguien quiere vivir piadosamente tiene que sufrir persecución, porque será guiado y controlado por motivos y principios que no tienen lugar en los asuntos de los egoístas y de los impíos. Ahí es donde duele. El hombre de Dios nunca se sentirá cómodo en la actitud del hombre del mundo, y el mismo hecho de no seguir la corriente de este mundo es una causa de ofensa. «Bienaventurados seréis cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo»; grande es vuestra recompensa en los cielos.
V. Puesto a prueba. «Se vistió de saco y... se fue por la ciudad clamando con grande y amargo clamor» (4:1). Se había publicado la sentencia de muerte sobre él y sobre su pueblo entero. Se trataba de una experiencia de lo más terrible. Su saco y su agonía despertaron la compasión y la indagación de la reina (4:4, 5). Se sentía amargamente abatido, pero no destruido, porque su fe en Dios no fallaba. «Si callas absolutamente en este tiempo, vendrá de
alguna otra parte respiro y liberación para los judíos» (4:14). La tensión sobre él era tremenda. ¿Quién iba a interceder por sus inermes compatriotas si no lo hacía él? Si se callaba ahora, quizá otro se levantaría, y ello para su gran vergüenza. No dejó piedra sin mover, sino que ejerció su fe en la providencia infalible de Dios. La prueba de vuestra fe puede ser penosa, pero es preciosa cuando es hallada para alabanza y honra de Dios (1 P. 1:7). Para con Dios nada es imposible.
VI. Exaltado. Dios había comenzado a obrar la liberación para Mardoqueo dándole al rey una noche agitada (6:1). Le fueron leídas las crónicas nacionales, y observó de modo especial el informe acerca de Mardoqueo, surgiendo en su corazón el deseo de recompensar su oportuna denuncia (6:3, 4). ¿Quién podría pensar que, en el transcurso de una semana, aquel hombre que había erigido una horca para colgar a este terco judío que rehusaba postrarse ante él, sería conducido por él mismo sentado en «el caballo en que el rey cabalga», vestido con «un traje real que el rey se haya vestido», y coronado con «la corona real», y proclamando: «Así se trata al hombre a quien el rey desea honrar».
Aquella misma semana tenía Mardoqueo en su dedo el anillo de sellar de autoridad que había tenido Amán, su enemigo. No precisa de mucho tiempo Dios para obrar una perfecta transformación, y para volver las lágrimas de sus siervos y sus lamentaciones en cánticos y alabanza. No solo fue salvado, sino también exaltado a una posición de gloria y de poder, para que fuera él el medio de salvar a otros (8:7, 8). Cuando alguien es introducido por Dios a una posición de privilegio y de poder, es para que pueda hacer cosas grandes y necesarias. «Te bendeciré... y serás bendición» (Gn. 12:2).

