SALVADOS Y JUSTIFICADOS. Bosquejos Biblicos para Predicar Hechos 16:31
«Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia» (Ro. 4:3).
«Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hch. 16:31).
Hace muchos años, se incendió un gran bloque de pisos. Se creía que ya todos los ocupantes se habían puesto a salvo cuando, ante la mirada horrorizada de los socorristas y espectadores, aparecieron dos niños en la ventana más alta. El hueco de la escalera era un horno ardiente, y tenían por ello impedida la huida. ¿Qué se podía hacer? Rápidamente, unos hombres fuertes extendieron una gruesa manta, y manteniéndola tensa para amortiguar su caída, gritaron a los niños que saltasen. Sin embargo, todo lo que los chiquillos hacían era mirar con ojos asustados.
En esto, el fuego iba rugiendo y devorando, y saltando de piso a piso, hasta que pareció apoderarse de toda la estructura con un ardiente abrazo. «¡Saltad! ¡saltad! ¡saltad!», chillaba la gente hasta enronquecer, pero sin conseguir nada. Justo entonces un hombre dobló la esquina. En un momento se dio cuenta de la situación. Adelantándose rápido, gritó: «¡Saltad!», y los niños obedecieron en el acto, y fueron salvados. Dirigiéndose a él, los que habían estado intentando rescatar a los niños todo aquel tiempo le preguntaron cómo era que los niños habían saltado en el acto cuando él dio la orden, mientras que todos los ruegos de ellos habían sido inútiles. «Soy su padre», respondió.
¿Qué fue lo que salvó a los niños? ¿Las mantas? Difícilmente. ¿La obediencia? No del todo. Fue la fe en su padre lo que les condujo a confiar en su palabra. Fue por medio de la fe que se salvaron. Creyendo en su padre, pudieron creerle a él. La fe que salva es la fe que cree en, no meramente acerca de: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo». En el Evangelio especialmente escrito para que los hombres crean, esto es, Juan, se nos llama a la fe en Él. Muchos dicen que creen en el Señor Jesús, pero solo creen algunas cosas acerca de Él. No han dado aún el paso vital de poner la confianza personal en Él.
¡Cuán sutil es el enemigo! En la biografía del doctor Andrew Bonar tenemos esta confesión: «Resolví entrar en el estudio de la teología. Mi principal motivo era la esperanza y creencia inconcretas de que con ello podría tener una posibilidad de hallar la salvación». Pronto descubrió su error y vio que era necesaria la fe. Entonces se sintió tentado a confiar en su propia fe.
«Él me mostró que estaba descansando mi esperanza en mi creencia, y no en el Objeto de aquella creencia, y que no recibía mi gozo de aquel Objeto.» «… para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn. 3:16). A veces me he sentido inclinado a pensar que la fe es mayor que el amor. El amor es a veces dado a los indignos, pero esto no es cierto de la confianza.
Tan pronto como la confianza descubre que ha sido mal situada, muere. El hijo o la hija descarriados son amados por los sufrientes padres aunque no puedan confiar en ellos. Pero 1 Corintios 13:13 es decisivo. Sin embargo, la fe tiene la precedencia. Un maestro de Escuela Dominical en Irlanda, a mediados del siglo pasado, visitó tres veces a una pobre mujer, y en su tercera visita ella le dijo: «Oh, señor, yo no amo a Dios». «¿Y qué tiene usted que ver con amar a Dios?», le contestó él.
«Él no se lo pide a usted en su estado actual, sino que le tema. ¿Cómo puede usted amar mientras no se da cuenta del amor de Él por usted? Esto no podrá hacerlo hasta que crea. Es una insensatez pensar en amar a Dios antes de obtener el perdón y conseguir que la virtud de la sangre del pacto lave sus pecados.» Ella le contestó: «Señor, nunca lo había entendido así». Lo mismo que muchos otros, ella había pensado que era necesario amar a Dios antes de poder confiar en Él. No, sino que la fe ha de preceder al amor a Dios.
¿No te has dado cuenta nunca del valor de la conjunción «y» en relación con la fe? El primer resultado bienaventurado de la fe es el temblor. «Los demonios también creen, y (literalmente) tiemblan» (Stg. 2:19). La salvación comienza con el temblor. Cuando el pecador tiembla ante el pensamiento del pecado e impureza personales, y de la bondad y santidad del Dios airado, hay gran esperanza.
El segundo y bienaventurado resultado de la fe es la justificación. «Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia» (4:3). El tercer resultado bienaventurado de la fe es la salvación: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo». Muchos tienen una dificultad acerca de la fe. Lo mismo sucedía con Frank Crossley, aquel gran ingeniero y filántropo de Manchester. Un gran dolor lo llevó a la oración, y, dice su biógrafo, «de la oración provino el creer». Y pronto estuvo regocijándose en el Salvador.