UN SIERVO CIEGO. Bosquejos Bíblicos para Predicar 2 Reyes 6:8-17
«Tú que ojos me has dado para ver, y amar este espectáculo hermoso; Dame corazón para a Ti encontrarte, Y a Ti en todas partes leerte» GELL
Las armas del «varón de Dios» no son carnales, sino espirituales. Eliseo pudo, mediante su maravillosa perspicacia espiritual, salvar al rey de Israel, «no una vez, ni dos» (v. 10, V.M.), de las emboscadas que le tendía el rey de Siria (vv. 9, 10). Van entonces a espiar al profeta, y vuelven diciendo:
He aquí que él está en Dotán». Y por ello un gran ejército es enviado de noche a rodear la ciudad para capturar al vidente. Este hombre de oración es un mayor obstáculo para el rey de Siria que el ejército de Israel.
¡Ah, qué poder se encuentra al alcance de aquel que está en contacto favorable con Dios! Eliseo era un hombre cuyos ojos había abierto Dios para que viera cosas invisibles, pero tenía un siervo espiritualmente ciego. Un «mozo» v. 17) que había entrado recientemente a su servicio después que el engañoso Guejazí hubiera salido leproso. Hay aquí algunas lecciones de vital importancia. Podemos aprender que:
I. Hay realidades invisibles. Eliseo dijo: «Más son los que están con nosotros que los que están con ellos» (v. 16). Este hombre de Dios vivía por la fe y persistía, a semejanza de Moisés, como viendo fuerzas invisibles.
No miramos a las cosas que se ven, mas a las que no se ve, y que son eternas. Tener esta visión que discierne las cosas espirituales es ser salvado del temor del hombre y estar siempre confiado en la victoria del Nombre de Dios. «Mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo».
«Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Ro. 8:31). Estas cosas espirituales no son creadas por la fe, sino que son reveladas por la fe, como la luz lo hace con un objeto terrenal. ¿No estaba acaso nuestro Señor consciente de que había más de doce legiones de ángeles dispuestas y a sus órdenes para defenderle? (Mt. 26:53).
II. Algunos hombres están ciegos a estas realidades. Cuando el siervo de Eliseo vio aquella hueste de sirios rodeando la ciudad, dijo: «¡Ah, Señor mío!, ¿qué haremos?» (v. 15). Como los espías incrédulos, este joven sólo podía ver con aquellos ojos carnales y carentes de unción que nunca pueden ver el camino de liberación de Dios.
La hueste celestial estaba también allí, pero el siervo no tenía ojos para verla. Para él, la situación era desesperada. «El hombre natural no capta las cosas que son del Espíritu de Dios» (1 Co. 2:14). La ceguera espiritual, si no conduce al temor y a la desesperación, llevará ciertamente a la soberbia y a la confianza propia.
«¿Qué haremos?» ¿Nos rendiremos a estas fuerzas del mal que nos rodean, o haremos un desesperado esfuerzo por escapar? ¿Nos dejaremos cautivar por el poder de este mundo, o lucharemos contra él con nuestras propias fuerzas? Expresa o implícita, ésta es toda la salvación que conocen los que no han sido iluminados.
III. Solo el Señor puede dar esta nueva visión. «Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos.» ¡Cuán confiado puede orar el hombre que vive y se mueve con ojos abiertos, como en la presencia de Dios, y entre las realidades de la eternidad! Es fácil para el hombre de Dios orar la oración de la fe (Stg. 5:17).
Bienaventurado el hombre que tiene a tal Amo. ¿No es acaso la voluntad de tu Amo celestial que tus ojos estén abiertos de tal manera que puedas ver con claridad a estas fuerzas poderosas que son por ti, para que puedas ser más que vencedor? Orar que los ojos de un siervo se abran, para que pueda ver aquella nube de testigos que también le rodean a él, es llevarlo a novedad de vida. Si ésta es la «segunda bendición», es ciertamente grande.
V. Los ojos abiertos traen reposo y satisfacción. «Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo».
Antes, solo había podido ver al enemigo alrededor de la ciudad. La hueste de Dios estaba allí, no para proteger a la ciudad, sino al hombre de fe. Vosotros sois la sal de la tierra. ¡Qué revelación fue ésta para el joven, temblando de miedo, y cómo le curaría de sus dudas y alarmas! Ahora él podía decir en verdad: «Dios es mi salvación; confiaré y no temeré » (Is. 12:2).
Esta gran visión salvadora se centra ahora alrededor de la Cruz de Cristo. Es allí en el Monte Calvario que los ojos abiertos pueden ver los carros de la misericordia, gracia y poder de Dios, vencedores sobre el infierno. Ésta es la visión que libera del temor de la muerte y del temor del hombre, que trae paz y reposo al alma, que inspira a la alabanza y al servicio, y con la esperanza de la victoria eterna. «Cree, y verás.»