Cambiando la Debilidad en Fortaleza
“No dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad”. (Deuteronomio 21:33)
Nadie sabe a ciencia cierta el origen de la Cruz. Posiblemente fue inventada por los persas o por los fenicios, pero quienes más la utilizaron fueron los romanos. El crucificado tenía que pasar por un gran suplicio, primero el repudio de la sociedad quedando en un completo abandono; luego, la flagelación en la cual el reo era azotado violentamente.
Uno de los beneficios que encontramos es que el Señor anuló el acta de decretos que había contra nosotros que nos era contraria las quitó de en medio y las clavó en la Cruz. Luego, añade que: “despojó a los principados y a las potestades y los exhibió públicamente triunfando sobre ellos en la Cruz” (Colosenses 2:14).
Cuando habla de todos los decretos se refiere a los argumentos que Satanás tenía contra nosotros y con Su muerte en la Cruz del Calvario, el Señor Jesús los clavó. Esos argumentos atestiguaban contra nuestras vidas, pero gracias a la obra redentora, el Señor rompió esa maldición y al quebrantar la maldición despojó a los principados y a las potestades.
Entendamos esto, si hay un argumento en contra de su vida, va a ser prácticamente imposible que usted pueda vencer o despojar los poderes demoniacos que están tratando de controlarla.
El Señor Jesús nos libró de la maldición, tal como lo enseña: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley hecho por nosotros maldición como está escrito: maldito todo el que es colgado en un madero” (Gálatas 3:13).
Cuando el Apóstol Pablo dice que Cristo nos redimió, se refiere a que Él tomó nuestro lugar, Él nos rescató de una inevitable condenación, nos rescató de las garras del adversario que como león rugiente anda alrededor buscando a quien devorar.
El mismo Señor nos hizo libres, por eso dice: nosotros fuimos libres de la maldición para que “la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gálatas 3:14).