Rico en Bienes, Pobre en Carácter | Devocional | Ivan Tapia
“1 Subió, pues, Abram de Egipto hacia el Neguev, él y su mujer, con todo lo que tenía, y con él Lot. / 2 Y Abram era riquísimo en ganado, en plata y en oro. / 3 Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el, hasta el lugar donde había estado antes su tienda entre Bet-el y Hai, / 4 al lugar del altar que había hecho allí antes; e invocó allí Abram el nombre de Jehová.” (Génesis 13:1-4)
Abraham había mentido en Egipto. Engañó al faraón presentando a su esposa Sara como su hermana. El monarca, al apreciar la belleza de la mujer, estuvo dispuesto a creerle hasta que se enteró de su mentira. Entonces lo humilló con sus preguntas, pero mostró más carácter que el patriarca y lo expulsó del país.
La salida de Egipto fue una vergüenza para él y su familia. Seguramente sus siervos comentarían el tema, perdiendo reputación e imagen; hoy diríamos que dio mal testimonio. Debe haberse sentido avergonzado delante de los suyos y del Señor.
Entonces decide regresar a aquel lugar que él consideraba sagrado, entre Bet-el y Hai, donde había levantado un altar al Señor. Necesitaba buscar la paz, reconciliarse con Dios y con su propia conciencia. Le urgía ir a adorar a Dios.
A veces pecamos y le pedimos perdón a Dios, pero estamos avergonzados, no sólo ante Él sino ante nosotros mismos; nos avergonzamos de ser tan débiles, tan carnales, tan poco espirituales y fallar una vez más a Dios, a quienes confían en nosotros (la familia, los amigos, los hermanos, los compañeros) y también a nosotros mismos.
Abraham era materialmente rico, pero en cuanto a carácter todavía no había sido enriquecido
Abraham era riquísimo, tenía sirvientes y muchos bienes, ganado, plata y oro. ¿Pero de qué le valía esa riqueza sí no tenía el suficiente valor para decir la verdad y enfrentar sus consecuencias? Era materialmente rico, pero en cuanto a carácter todavía no había sido enriquecido. Tenía fe, pero no la requerida para conducirse en forma honesta y sincera delante de los hombres.
Casi siempre mentimos por cobardía porque no queremos sufrir, vernos expuestos a una situación de peligro o vergüenza, ser juzgados o catalogados de un modo que no deseamos. Pero ese temor, miedo o cobardía no justifica que mintamos y faltemos a la verdad delante de Dios.
La mentira es un pecado que a Dios no le agrada. Hay distintas formas de mentir, de engañar y ocultar la verdad. Como cristianos estamos llamados a hablar con honestidad, sinceridad, franqueza, a ser honestos.
"Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros." (Efesios 4:25)
El miedo de Abraham fue perder a su esposa. El miedo opacó su fe. Fue presa del terror al llegar a ese pueblo; temió que lo mataran para quedarse con su esposa y por eso usó la mentira.
Sentimos miedo de tener una mala consecuencia de una acción nuestra o de algo que somos y por miedo mentimos, ocultamos. Pero luego tendremos que ir ante el Señor a reconciliarnos con Él, buscarlo y adorarlo como le sucedió a Abraham, que debió volver a Bet-el (Casa de Dios)
Después que pecamos viene el remordimiento, la culpa y necesitamos arrepentirnos, volver atrás, al altar del Señor y reconciliarnos con Él, pedirle perdón y rogarle que nos de valor para cambiar, que nos ayude a ser correctos.
Evitaríamos tantos sentimientos negativos si sencillamente fuéramos valientes y veraces.