Somos Más que Vencedores. Devocional cristiano por Charles Spurgeon
"Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó." Romanos 8:37
Acudimos a Cristo en busca de perdón, pero luego, con demasiada frecuencia, vamos a la ley buscando el poder para batallar contra nuestro pecado. Sin embargo, Pablo nos reprende por esto: «¡Oh gála-tas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad … Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?» (Gálatas 3:1-3, RVR 1960).
Lleva tus pecados a la cruz de Cristo ya que el viejo hombre solo puede ser crucificado allí porque «nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él» (Romanos 6:6). La única arma para pelear contra el pecado es la lanza que atravesó el costado de Jesús.
Permíteme dar un ejemplo. Si deseas superar tu temperamento propenso al enojo, ¿cómo lograrlo? Es muy posible que jamás hallas probado la única manera correcta: acudir a Jesús.
Si quieres ser un vencedor, lo serás únicamente «por medio de aquel que [te] amó»
¿Cómo recibí la salvación? Acudí a Jesús tal como soy y confié en que él me salvara. Por lo tanto, de esa misma manera debo hacer morir mi mal temperamento. Es la única manera de matarlo definitivamente. Debo llevarlo a la cruz y decirle a Jesús: «Señor, confío en que tú me libres de esto». No hay otra manera de asestarle un golpe mortal.
¿Eres codicioso? ¿Estás enredado en «las cosas de este mundo» (1 Corintios 7:31)? Puedes luchar contra diversos males en tu vida, pero si hay uno que te atrapa, jamás podrás liberarte de él de ninguna manera, hagas lo que hagas, excepto por la sangre de Jesús. Llévalo a los pies de Cristo y dile: «Señor, he confiado en ti. Tu nombre es Jesús «porque [tú salvarás a tu] pueblo de sus pecados» (Mateo 1:21). Señor, este es uno de mis pecados. ¡Sálvame de él!
La ley no es nada sin Cristo como el medio por el cual hacer morir nuestro pecado. Todas tus oraciones, toda ocasión de arrepentimiento y todas tus lágrimas; la combinación de todas ellas no valen nada fuera de él.
Nadie puede hacerle bien a un pecador sin esperanza (ni a un santo sin esperanza), solo Jesucristo. Si quieres ser un vencedor, lo serás únicamente «por medio de aquel que [te] amó» (Romanos 8:37). Tus coronas de laureles deben crecer entre sus olivos en Getsemaní.