La Gran Tribulación. Estudios Biblicos de R.C Sproul
En el año 168 A.C., el gobernador pagano Antíoco IV Epífanes tuvo la osadía de construir un altar pagano en el templo judío. En lugar de sacrificar toros, machos cabríos o corderos, él profanó el templo sacrificando un cerdo. Esto era el colmo de la blasfemia, porque para los judíos los cerdos eran inmundos. Este repulsivo sacrilegio provocó una de las revoluciones judías más importantes contra los invasores extranjeros.
Debemos entender cuán importante era y es la santidad de Dios para el pueblo judío. Los judíos creían que el templo era sagrado y santo porque el Santo de Israel habitaba en él. Para ellos, este era el lugar más sagrado del mundo. Contaminarlo con sacrificios paganos era el mayor insulto que se podía cometer contra Israel.Los judíos fieles vieron en esta atrocidad el cumplimiento de una profecía que se encuentra en el libro de Daniel que se refiere a la “abominación desoladora” o la “abominación de la desolación” (Daniel 9:27; 11:31; 12:11). Jesús se apoya en este término al continuar su Discurso de los Olivos:
Por tanto, cuando en el lugar santo vean la abominación desoladora, de la que habló el profeta Daniel (el que lee, que entienda), los que estén en Judea, huyan a los montes; el que esté en la azotea, no baje para llevarse algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa. Pero ¡ay de las que en esos días estén embarazadas o amamantando! Pídanle a Dios que no tengan que huir en invierno ni en día de reposo, porque entonces habrá una gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás.
Si aquellos días no fueran acortados, nadie sería salvo, pero serán acortados por causa de los escogidos. Así que, si alguien les dice: “Miren, aquí está el Cristo”, o “Miren, allí está”, no lo crean. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que, de ser posible, engañarán incluso a los elegidos. Ya los he prevenido de todo. Así que, si les dicen: “Miren, está en el desierto”, no vayan; o si les dicen: “Miren, está en los aposentos”, no lo crean. Porque la venida del Hijo del Hombre será como el relámpago que sale del oriente y puede verse hasta el occidente. Porque los buitres se juntan donde está el cadáver (Mateo 24:15-28).
La referencia a la “abominación desoladora” es misteriosa, pero es crucial. Es la señal suprema que indica la cercanía del cumplimiento de estas profecías. La idolatría de Antíoco ciertamente fue abominable, pero este suceso ocurrió en el pasado, y Jesús se refiere a algo que acontecería en el futuro. ¿Pero en qué estaba pensando Jesús?
En el año 40 d. C., el Emperador Calígula de Roma ordenó que se construyera una estatua con su imagen y fuese puesta dentro del templo. Ya podrás imaginar la provocación que eso significó para el pueblo de Israel. Por la bondad de la providencia de Dios, Calígula murió antes de que ocurriera ese sacrilegio.
En el 69 d. C., un año antes de la destrucción de Jerusalén y del templo, ocurrió un hecho sin precedentes. Una secta de judíos radicales llamados zelotes se tomaron el templo por la fuerza y lo convirtieron en una especie de base militar. Los zelotes eran un grupo de judíos apasionados por el violento derrocamiento de sus invasores romanos. Una vez que se tomaron el templo, cometieron todo tipo de atrocidades en su interior, sin mostrar ningún respeto por la santidad de Dios. El historiador Josefo expresó su apasionada denuncia del horrible sacrilegio que cometieron los zelotes contra el templo. ¿Era esto lo que Jesús tenía en mente?
Otra interpretación posible podría ser la presencia de los propios estandartes romanos. Cuando los ejércitos romanos marchaban, portaban sus banderas engalanadas con los estandartes romanos. Para los judíos, estas imágenes eran idólatras. La presencia de estos estandartes en el templo también habría sido considerada una abominación.
Si bien es difícil saber con certeza en qué incidente en particular estaba pensando Jesús, lo que sí sabemos es que durante el sitio de Jerusalén su pueblo siguió sus instrucciones. Recordemos que en el verso 16 Jesús dijo: “Los que estén en Judea, huyan a los montes”. Esta orden de Jesús debió ser totalmente contraria al sentido común de su audiencia.
Cuando llegaba un ejército invasor, el procedimiento normal en el mundo antiguo era huir a la ciudad fortificada inexpugnable más cercana que pudiesen encontrar. Desde luego, en Judea, esa ciudad habría sido Jerusalén. Pero Jesús les dijo a sus discípulos: “Cuando acontezcan todos estos sucesos, no vayan a Jerusalén. Vayan a los montes; corran a las colinas”. Esto es precisamente lo que ocurrió el 70 d. C. Sabemos que alrededor de un millón de judíos fue muerto, pero los cristianos habían huido.
Jesús continúa sus instrucciones: “El que esté en la azotea, no baje para llevarse algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa. Pero ¡ay de las que en esos días estén embarazadas o amamantando! Pídanle a Dios que no tengan que huir en invierno ni en día de reposo” (vv. 17-20). Obviamente se trata de un mensaje de urgencia. Sabemos que los judíos tenían techos planos sobre sus casas a donde se subía por escaleras exteriores. Ellos usaban el techo como un tipo de patio, un lugar de relajo en las tardes a medida que pasaba el calor.
Jesús les está diciendo: “No pierdan tiempo alguno. Tan pronto como se enteren de la presencia de la abominación desoladora, partan rápidamente. No empaquen nada. Si están en el campo, no vuelvan a la casa a buscar más ropa. Lo que sea que lleven puesto o en sus bolsos, tomen eso y olviden todo lo demás”.
El tono de urgencia vuelve a escucharse en los siguientes versos. El tiempo era crucial, y es un hecho muy simple que cuesta darse prisa si alguien está embarazada o amamantando. El invierno es la estación más difícil para sobrevivir a la intemperie, y si estas señales ocurrieran en día de reposo, habría sido un problema para los judíos debido a la prohibición de viajar largas distancias. Jesús les está diciendo a sus seguidores que oren para que estas cosas no ocurran en un momento inoportuno, de modo que nada impida su escape.
Él prosigue en los versos 21-22: “Porque entonces habrá una gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. Si aquellos días no fueran acortados, nadie sería salvo, pero serán acortados por causa de los escogidos”.
Josefo registra el hecho de que la turbulencia política en Roma en efecto acortó el destructivo sitio, lo que permitió más sobrevivientes de los que normalmente se habría esperado. A partir de lo que conocemos acerca de este periodo, parece claro que Jesús hablaba de un suceso en el futuro cercano para su audiencia original, no de algo que ocurriría muchos siglos más tarde.
Luego, Jesús dice en los versos 23 y 24: “Así que, si alguien les dice: ‘Miren, aquí está el Cristo’, o ‘Miren, allí está’, no lo crean. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que, de ser posible, engañarán incluso a los elegidos”. En la iglesia, muchos sostienen la postura de que Satanás es tan poderoso como Dios y está enfrascado en un duelo de milagros con él, realizando prodigios para respaldar sus mentiras. Se cree que estos milagros incluso podrían engañar al pueblo de Dios.
Yo no creo ni por un segundo que Satanás tenga o llegue a tener la capacidad de realizar un milagro genuino. Las señales y prodigios de los falsos cristos y profetas no son señales y prodigios auténticos al servicio de una mentira. Más bien son falsas señales y prodigios. Son trucos con la finalidad de engañar.
Debería preocuparnos la invasión en la iglesia de la creencia de que Satanás puede realizar milagros auténticos. En el Nuevo Testamento, los escritores apostólicos apelan a los milagros de Jesús y los apóstoles como prueba de que ellos eran verdaderos agentes de la revelación. Los milagros eran la prueba visible de que Dios estaba con ellos.
Pero si Satanás puede hacer un milagro, entonces la postura neotestamentaria de que los milagros son un medio para autenticar el mensaje del evangelio queda invalidada. Cuando ocurre un milagro, ¿cómo se podría saber si fue de Dios o de Satanás? Esto no significa que el pueblo de Dios no pueda ser engañado con artimañas. Está claro que eso es posible, de lo contrario Jesús no habría advertido al respecto.
Jesús continúa en los versos 26-28: “Así que, si les dicen: ‘Miren, está en el desierto’, no vayan; o si les dicen: ‘Miren, está en los aposentos’, no lo crean. Porque la venida del Hijo del Hombre será como el relámpago que sale del oriente y puede verse hasta el occidente. Porque los buitres se juntan donde está el cadáver”. Cuando aparezca Jesús, este momento de juicio catastrófico será como un relámpago. El relámpago destella e instantáneamente cruza el cielo. Ni siquiera queda tiempo para medir cuánto dura.
¿Cómo deberíamos entender su última declaración respecto a los buitres y el cadáver? Uno de los motivos por los que cuesta tanto interpretar la profecía predictiva es que la comprensión de la imaginería simbólica es compleja. La forma más segura de interpretar las imágenes de la literatura apocalíptica es entender la forma en que esas imágenes se usan a través de toda la Biblia. Este principio puede ayudarnos, pero no siempre resuelve todas las dificultades.
Si bien no podemos decir con certeza qué quiere decir Jesús con esta última afirmación, algunos de los más hábiles estudiosos del Nuevo Testamento han sugerido una creativa interpretación. La mayoría de las personas ha visto la manera en que las aves carroñeras vuelan en círculos sobre un animal recién muerto. Es interesante que el principal símbolo del ejército romano era un águila. Quizá Jesús está diciendo que Roma es como un ave de presa. Dios será el agente de castigo sobre su pueblo, y justo antes de que su ira se derrame, “las águilas” estarán rondando.