La Venida del Hijo del Hombre. Estudios Biblicos de R.C Sproul
Se ha dicho que toda la historia de la filosofía no es más que una nota al pie de las teorías de Platón y Aristóteles. Cuando Platón estableció su academia en los alrededores de Atenas, lo que lo impulsaba era una sola pasión en su búsqueda de la verdad. Según Platón, esa pasión era “salvar los fenómenos”. ¿Qué quiso decir con eso? Él estaba buscando la verdad objetiva que hace posible el estudio de la ciencia. Solo podemos entender los datos (o fenómenos) observables si tenemos un fundamento seguro donde posicionarnos. Platón buscaba una teoría última que esclareciera todos los misterios e interrogantes de este mundo. Él quería descubrir las ideas que explicarían los datos que nos llegan a través de los cinco sentidos.
El destacado físico teórico Stephen Hawking ha anunciado que no necesitamos a Dios para explicar la creación. Su forma de salvar los fenómenos es afirmar lo que él llama “generación espontánea”. Para él, eso significa que el universo se creó a sí mismo. Pero es un completo sinsentido aseverar que algo pueda crearse a sí mismo o pueda llegar a existir por su propio poder.
¿Qué tiene que ver todo esto con el Discurso del Monte de los Olivos? Yo simplemente he estado tratando de salvar los fenómenos en relación con el Discurso de los Olivos. Estoy tratando de construir un marco que nos permita darles sentido a las palabras de Jesús.
Con ese propósito, analicemos lo que dice Jesús después de explicar las señales que aparecerían justo antes de la destrucción de Jerusalén y el templo: “Inmediatamente después de la aflicción de aquellos días” (v. 29). Nuestra sección del pasaje para este capítulo quizá sea la más difícil del Discurso del Monte de los Olivos. Jesús dice:
Inmediatamente después de la aflicción de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo, y los poderes celestiales se estremecerán.
Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre, y todas las tribus de la tierra se lamentarán, y verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo, con gran poder y gloria. Y enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta, y de los cuatro vientos, desde un extremo al otro del cielo, ellos juntarán a sus elegidos.
De la higuera deben aprender esta parábola: cuando sus ramas se ponen tiernas, y le brotan las hojas, ustedes saben que el verano ya está cerca. De la misma manera, cuando ustedes vean todas estas cosas, sepan que la hora ya está cerca, y que está a la puerta. De cierto les digo, que todo esto sucederá antes de que pase esta generación. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mateo 24:29-35).
Imagina que estás con Jesús justo después de escuchar todo lo que ha dicho. Parece obvio que uno querría preguntar: “¿Cuándo ocurrirán estas cosas?”. Él deja claro que estas cosas no sucederán sino después de que otros hechos específicos acontezcan. Luego usa la palabra “inmediatamente” para relatar lo que sucederá a continuación. No dos mil años después, sino inmediatamente.
Nuestra tarea interpretativa se vuelve aun más difícil en los versos siguientes. Por los datos históricos, sabemos que todo lo que Jesús predijo acerca de la destrucción de Jerusalén sucedió. ¿Pero qué ocurre con el verso 29, que dice: “El sol se oscurecerá y la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo”? Podrás imaginar cuánto les gustaría a los escépticos de la Biblia usar este pasaje. Fácilmente podrían decir: “¡Oh, sí! El templo desapareció. Jerusalén fue destruida, los judíos se dispersaron por el mundo.
Pero el sol sigue brillando, y la luna sigue ahí en la noche, y este desastroso retrato de todas esas perturbaciones astronómicas que iban a acompañar la venida del Hijo del Hombre no sucedieron. Por lo tanto, la predicción de Cristo no se realizó”. Las cosas empeoran cuando leemos lo que dice Jesús en los versos 33-34: “De la misma manera, cuando ustedes vean todas estas cosas, sepan que la hora ya está cerca, y que está a la puerta. De cierto les digo, que todo esto sucederá antes de que pase esta generación”.
Hay muchos estudiosos, por quienes siento el mayor respeto, que llegan a conclusiones muy extrañas al abordar este texto. Ellos intentan cualquier forma imaginable para quitar este segmento de la predicción de Jesús del contexto en que se encuentra. Pero parece claro que Jesús quiso abordar todas estas cosas como una unidad. Así que, ¿cómo deberíamos entender este pasaje?
Tenemos varias opciones. Una de ellas es invocar el principio del cumplimiento primario y secundario de las profecías. Cuando se dice una profecía, esta puede tener un cumplimiento inicial dentro de un periodo de una generación y luego tener un cumplimiento último muchos años después. Esta es una posibilidad cierta. Pero incluso si ese fuera el caso, aún nos queda el problema de explicar la descripción del sol que se oscurece y todas las demás perturbaciones astronómicas. No hay registro de que estas cosas hayan ocurrido.
Otro enfoque consiste en considerar el marco de tiempo. Frases tales como “antes de que pase esta generación” o palabras tales como “inmediatamente” pueden tomarse, no literalmente, sino figuradamente. Muchos comentaristas prefieren este enfoque. Ellos creen que la referencia a esta generación es una referencia figurada a cierto tipo de persona. No se refiere realmente a un tiempo aproximado de cuarenta años. Además, muchos entenderían las referencias de Jesús a su retorno también en sentido figurado.
Al parecer, una pregunta clave que deberíamos hacer es: ¿cómo se describen habitualmente las referencias a un marco de tiempo en la Biblia? En un nivel aún más práctico para esta discusión, ¿cómo se describen habitualmente las predicciones del juicio universal de Dios? ¿Literal o figuradamente?
En la profecía del Antiguo Testamento hay un útil patrón que queda demostrado en los capítulos 13 y 14 de Isaías.
Allí leemos vívidas descripciones del juicio divino sobre Babilonia y Edén que efectivamente aconteció en la historia. Cuando los profetas describían el juicio de Dios, decían cosas como: “Ese día las estrellas y los luceros de los cielos no darán su luz; el sol se oscurecerá al amanecer, y la luna no dará su resplandor” (Isaías 13:10), y “Se vendrá abajo todo el ejército de los cielos, como cuando se caen las hojas de las parras y de las higueras, y los cielos mismos se enrollarán como un pergamino” (Isaías 34:4). Suena muy similar al lenguaje de Jesús, ¿verdad?
El lenguaje del juicio divino suele comunicarse mediante metáforas y figuras. Amós 5:20 dice: “El día del Señor no será de luz, sino de tinieblas. ¡Será un día sombrío, sin resplandor alguno!”.
En todo el Antiguo Testamento, hay varias advertencias proféticas a Israel respecto al juicio de Dios. El libro de Ezequiel se destaca como un excelente ejemplo. Ezequiel contiene algunas de las porciones más extrañas de la Escritura, tales como la descripción en el capítulo 1 de la merkabah giratoria, la rueda dentro de la rueda.
Muchos creen que esta es una referencia al trono rodante de Dios que lo lleva a diversos sitios del mundo para llevar juicio. Elías y Eliseo usaron este tipo de lenguaje en 2 Reyes 2:12: “Al ver esto, Eliseo exclamó: ‘¡Padre mío, padre mío! ¡Tú has sido para Israel su caballería y sus carros de combate!’ Y nunca más volvió a verlo”. Cuando Dios retiró su gloria de Jerusalén en Ezequiel 10, la nube shekinah iba acompañada del carro del juicio de Dios. En Mateo 24, Jesús emplea el mismo tipo de lenguaje cuando advierte a sus seguidores sobre lo que está por venir.
En el verso 30, Jesús dice: “Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre”. No conozco a ningún comentarista del evangelio de Mateo que hable con certeza dogmática acerca de la verdadera naturaleza de esta señal. Pero existen algunas observaciones extrañas en los escritos del historiador judío Josefo, respecto a ciertas señales que se avistaron entre el 60 y el 70 d. C., una de las cuales fue un flameante cometa que cruzó los cielos. Considera un extraordinario pasaje de sus escritos. Parece tan extraño que da la impresión de que Josefo estuviera reacio a registrar este suceso.
Aparte de estas [señales en los cielos], algunos días después de la fiesta, a los veintiún días del mes, ocurrió o apareció cierto prodigio e increíble fenómeno: yo supongo que contarlo parecería una invención, si no hubiese sido relatado por los que lo vieron, y si los acontecimientos que le siguieron no fuesen de naturaleza tan considerable como para merecer tales señales; porque, antes de la puesta del sol, se vieron carros y tropas de soldados con sus armaduras corriendo entre las nubes y los alrededores de la ciudad.
Además, en la fiesta que llamamos Pentecostés, cuando los sacerdotes iban durante la noche al [atrio del templo] interior, como era habitual, el sacerdote dijo que, en primer lugar, sintieron un temblor, y oyeron un gran ruido, y después de eso oyeron un sonido como de una gran multitud, que decía “vámonos de aquí”.
Por lo tanto, los sacerdotes y multitudes de otras personas testificaron que los mismos carros que rodearon la ciudad también aparecieron en las nubes con multitudes de soldados celestiales.
Probablemente se justificaría que los llamásemos ángeles. Luego se escuchó una voz audible desde el cielo que decía “vámonos de aquí”. Es casi el mismo fenómeno que aconteció cuando Dios dejó Jerusalén en tiempos de Ezequiel (Ezequiel 10).
A mí me parece que la lectura más natural de Mateo 24:29-35 sería que todo lo que Jesús dijo que sucedería ya ha acontecido en la historia. Él no se refería a un cumplimiento todavía futuro desde nuestro punto de vista. Él se refería a un juicio sobre la nación de Israel que aconteció el 70 d. C.