Creer en Jesús
“¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”. (Juan 11:40)
Marta, la hermana de Lázaro, se rehusó a remover la piedra de la tumba donde éste había sido sepultado, su argumento era: “Hiede ya”. Marta no alcanzaba a comprender que Jesús, quien pedía mover la piedra, era el mismo Dios, el Señor de la vida y la muerte, y lo único que pedía era que ella creyera para que el velo fuera quitado y pudiera ver en Jesús la misma gloria de Dios.
Marta era muy diferente a su hermana María, quien permanecía horas a los pies del Señor escuchando Su palabra. Pero Marta pasaba mucho tiempo ocupada en los quehaceres del hogar. Y el mismo Jesús ya la había amonestado al respecto diciéndole: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Lucas 10:41-42).
Cuando el Señor Jesús declaró: “verás la gloria de Dios”, Él anhelo de corazón fue llevar al creyente a una dimensión fuera de lo normal, buscó elevarlo al mundo de la fe, para que camine en lo sobrenatural; para que tenga la fuerza espiritual que caracterizó a hombres como Abraham, quien nunca bajó de ese nivel de fe, ni permitió que la duda llegara a su corazón.
Solo las personas de fe tienen la capacidad de llamar las cosas que no son como si fuesen; de cambiar las tinieblas en luz, de remover la montaña de la enfermedad para traer la sanidad. De romper las cadenas de odio que ha causado la separación y destrucción de hogares, traer lazos de perdón, reconciliación y restauración de familias.
Esa clase de fe nos lleva a andar de la mano del Dios verdadero, el que nos da luz y esperanza para ver un futuro mejor en nuestras vidas, familias y aún poder ver que nuestra nación se levanta como símbolo de fe e inspiración divina.
Podremos declarar como David: “Pueblos todos, batid las manos; Aclamad a Dios con voz de júbilo. Porque Jehová el Altísimo es temible; Rey grande sobre toda la tierra. El someterá a los pueblos debajo de nosotros, Y a las naciones debajo de nuestros pies. El nos elegirá nuestras heredades; La hermosura de Jacob, al cual amó” Salmos 47:1-4.
Marta solo podía ver la piedra que había declarado que su hermano había muerto, pero el Señor logró cambiarle todo el panorama diciendo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”.
¿Cómo podría Marta ver algo que aparentemente estaba muerto recobrar la vida? Y ante el asombro de todos Jesús dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió” (Juan 11:41-44). ¡Y el milagro de resurrección sucedió!
Aprender a vencer el temor es aprender a entender que los sueños pueden tener vida, que se pueden disfrutar y cumplir, eso fue lo que aprendí a través del proceso que tuve que vivir con mi segundo hijo David, ya que nació prematuro, y todo ello fue fruto del temor que vino a mi vida por las dificultades que experimenté en mi primer embarazo. Mi hija Valery, mi primer bebé, nació antes de tiempo y, por ello, sacarla adelante no fue una tarea fácil, así que no quería más bebés.
Al enterarme que nuevamente estaba embarazada, vino un gran temor a mi corazón, y como lo decían los médicos a través de las múltiples ecografías las cuales mostraban que no había evidencia de vida: “Lo que viene mal, la misma naturaleza lo rechaza”, así que estaba teniendo un aborto y no había ninguna esperanza, según ellos.
Entré en oración y Dios me mostró que el temor es un espíritu que entra y nos hace abortar nuestros sueños y anhelos, pero que si nos apoyamos en Él, en el poder de Su Palabra, aun lo que esté muerto puede vivir, y eso fue lo que pasó, me aferré con toda mi alma a esa palabra:
“YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA AL QUE CREA EN MÍ AUNQUE ESTE MUERTO VIVIRÁ”, esta Palabra no solo trasformó las circunstancias, sino que le dio vida a una nueva generación, pues eso es lo que representan mis hijos David y Valery.
Como padres pudimos vencer a ese gigante del temor; ahora abrazo cada día el milagro de la vida, y solo puedo decir que hay vida en la Palabra de Dios. Una sola Palabra lo cambia, lo trasforma todo.