Cristo y el Padre. Juan 14:6-21
Cuando Felipe le dijo a Jesús: «Señor, muéstranos el Padre, y nos basta», estaba expresando el más profundo, secreto y misterioso anhelo del alma humana. El ojo curioso y crítico nunca puede ver la faz de Dios; son los de puro corazón los que le ven.
Felipe, como multitudes en cada generación, era perfectamente sincero en su deseo, pero tardo en creer que Jesús mismo era la expresión visible del Dios invisible. «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre». En este capítulo nuestro Señor se extiende acerca de este hecho, quizá en respuesta a la petición de Felipe.
La relación de Cristo con el Padre sólo puede ser comprendida, en la medida que sea, pensando profundamente en las mismas declaraciones de Cristo acerca de ella. Las hipótesis de los racionalistas carecen de valor ante el hecho de sus propias y claras declaraciones. De su enseñanza aprendemos que:
I. Él moraba en el Padre. «¿No crees que yo estoy en el Padre?» (v. 10). El hogar de su alma era el seno de Dios. Como Hijo Él moraba en el amor de su Padre, deleitándose en su voluntad. Él moraba en el Padre para poder estar siempre con Él para la gloria de su Nombre entre los hombres (1 Jn. 4:12-16).
II. Su Padre moraba en Él. «Creedme que yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí» (v. 11). El Padre, con todas las riquezas de su glorioso carácter, moraba en el Hijo para la edificación y salvación del hombre.
Él no se agradó a Sí mismo; más aún, se despojó a Sí mismo, para que el Padre se gloriara en Él. Estando en el Padre, moraba en amor eterno; estando el Padre en Él, se manifestó así el amor de Dios.
III. Él es la revelación del Padre. Lo vemos cuando dijo a Felipe: «Si me conocieseis, también conoceríais a mi Padre; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto… El que me ha visto, ha visto al Padre». Él es la imagen del Dios invisible (Col. 1:15).
Ésta es la causa de aquel halo de gloria que rodea el carácter de Jesucristo, haciéndolo inaccesiblemente singular entre los hijos de los hombres. La revelación de Jesucristo en la tierra fue el apocalipsis (el desvelamiento) del Padre. Conocer a Cristo en su verdadero carácter interior es conocer al Padre.
IV. Sus palabras eran las palabras del Padre. La palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Esta doctrina, de una u otra forma, es declarada enfáticamente unas diez veces en este Evangelio.
Es aquella verdad profunda y de gran alcance que los críticos de Cristo y de su enseñanza tan a menudo olvidan o ignoran de una manera deliberada. «Mi doctrina», dice Él, no es mía, sino de Aquel que me envió (cap. 7:16). «Yo, lo que he oído a Él, esto hablo al mundo» (cap. 8:26-28). Rechazar sus palabras es rechazar el mensaje del Dios y Padre eterno a los hombres, y perecer en pecado e ignorancia.
V. Sus obras eran las obras del Padre. «Para que el mundo conozca que amo al Padre, actúo como el Padre me mandó» (v. 31).
Los mandamientos del Padre eran el motivo secreto de su vida. Precisamente cuando estaba para acabar su carrera de obediencia hasta la muerte, dijo: «Yo he guardado los mandamientos de mi Padre» (Jn. 15:10). Tenía poder para poner su vida, y poder para volverla a tomar, porque había recibido «este mandamiento» de su Padre.
Sus maravillosas obras, así como sus maravillosas palabras, fueron manifestación de la gracia y poder del Padre operando por medio del Hijo. Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre en Mí; si no, creedme por las mismas obras.
VI. Su deseo era que el Padre fuera glorificado en Él. «Cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, la haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (v. 13).
Para que el Padre pueda ser glorificado es por lo que Él no se agradó a Sí mismo, sino que habló las palabras e hizo las obras de su Padre; y ahora promete responder a la oración en su Nombre, para que el Padre, que es representado por el Hijo, pueda ser glorificado en el Hijo.
Es ciertamente este hecho divino el que explica el valor y el poder de su Nombre en oración (Jn. 16:24).
VII. Él es el camino al Padre. Yo soy el camino nadie viene al Padre, sino por medio de Mí. Perder a Cristo como el Camino, la Verdad y la Vida es perder al Padre, porque el Padre está en Él y Él está en el Padre. Éste es el verdadero Dios y la vida eterna.
Él es el Camino al Padre, porque Él es la Verdad acerca del Padre, y la misma Vida del Padre. Cristo como el Camino debe ser recibido por fe, así como Cristo la Verdad y la Vida.
Acudir a Él como el Camino es abandonar nuestro propio camino y esperar en Él como la Verdad y la Vida, y venir así a la comunión con el Padre en Él y por medio de Él (Ef. 2:18).
VIII. Amarle a Él es ser amados por el Padre. «El que me ama, será amado por mi Padre, y Yo le amaré, y me manifestaré a él» (v. 21).
Amar al Señor Jesucristo es amar al Padre y ser amados por Él de una manera muy especial. El efecto de este amor mutuo es una manifestación adicional y más plena del mismo Cristo como la imagen del Padre al corazón del que ama.
¡Qué consolación saber que por cuanto amamos al Hijo de Dios somos amados por Dios, y que este gran amor de Él no puede encontrar una mayor recompensa que dar a sus amantes que una experiencia más plena y profunda de su Hijo, Jesucristo! ¡Ah, las profundidades de las riquezas que están en Él! ¡Cuán aguzadamente debe haber sentido el apóstol esta verdad cuando dijo: «Si alguno no ama al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene (1 Co. 16:22).