¿A quién no le agrada recibir la visita de un buen amigo? Nos da la oportunidad de ponernos al día con las noticias y los acontecimientos, refrescar la relación y recordar experiencias memorables y valiosas. Pero no deja de ser una visita y, por lo tanto, llega el momento cuando se acaba, obligándonos a volver a la rutina cotidiana. Sabiendo eso, procuramos sacar el mayor provecho de la oportunidad que se nos brinda con la visita.
La Biblia revela que Dios también, de tanto en tanto, visita a su pueblo de manera especial, haciendo posible un adelanto en la relación íntima con él. Sus visitas siempre proporcionan refrigerio y renovación, pero también implican la necesidad de que nos volvamos más sensibles a su voz, más atentos a lo que desea comunicarnos en esas ocasiones tan especiales.
¿Quiénes recuerdan alguna de esas ocasiones especiales de visitación divina?
La vida de una persona no es una mera rutina en la cual todo se desarrolla conforme a un esquema monótono; tiene sus cumbres y sus valles, sus luces y sus sombras. Hay ocasiones en las que el aprendizaje es más fácil, la incorporación de nuevas realidades en la vida más factible.
Los niños, por ejemplo, están mucho más dispuestos a aprender cosas nuevas que los adultos.
Los novios están más propensos a escuchar el uno al otro que los que llevan varios años de vida matrimonial. Un nuevo seguidor de Cristo suele tener hambre y sed más intensas de Dios y su palabra que una persona que lleva muchos años de creyente.
La relevancia de esta realidad hace más entendible el lamento de Jesús sobre la ciudad de Jerusalén y sus habitantes, tal como relata Lucas:
Cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo:
«¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán … por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.» Lucas 19:41–44 (RVR 1960)
Con la llegada de Jesús el Mesías y con el anuncio de que «el reino de los cielos se ha acercado», Dios determinó un cambio profundo y maravilloso en la suerte del pueblo de Israel.
Quiso cambiar su lamento en baile, su lloro en cantar. Quiso cambiar las tablas de la ley por una maravillosa experiencia de la gracia de Dios en el corazón. Quiso acercar los padres a los hijos y los hijos a los padres, como también tornar más amorosa y considerada la relación entre maridos y esposas. Quiso aliviar la carga sobre los apesadumbrados, abrir los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos, a la vez que devolvía la esperanza y felicidad a los desalentados y descarriados.
Pero por más compasivo y misericordioso que fuera Jesús, el pueblo en general le cerró su corazón. Después de un encanto inicial, rechazó su invitación a una vida de intimidad y responsabilidad. No se convenció de la ventaja de dejar sus tradiciones acostumbradas para abrazar una vida de fe y entrega a la voluntad de Dios.
Así cerró la puerta de su oportunidad de conocer una vida nueva y llena de aventura y proyección, y volvió a la rutina cansadora y esclavizada de antes. Pasó su oportunidad; desapareció su esperanza. Solo habría que aguardar ahora las consecuencias inevitables de esa triste equivocación.
La palabra traducida visitación en el texto de Lucas significa «una demostración ocasional del poder divino» o «una visitación de gracia que se manifiesta como protección o cuidado». La misma palabra aparece en 1 Pedro 2:12:
Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras.
Con eso Pedro exhorta a sus hermanos en la fe a vivir en el mundo conforme a la voluntad y la santidad de Dios, para que en el día en que Dios se muestre con poder y gloria, otros puedan engrandecer al Señor por la fidelidad de los seguidores de Cristo. Hasta que Dios se manifieste en gloria y poder, muchos no se darán cuenta del valor de una relación íntima con él.
En la versión griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta), la misma palabra aparece en Génesis 50:24, cuando José muestra su gran confianza en el propósito de Dios para con su pueblo:
Y José dijo a sus hermanos: «Yo voy a morir; mas Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob».
De esa manera José anticipó que cuando Dios visitara a su pueblo, se acabaría su vida de esclavitud en Egipto.
Llegó esa ocasión muchos años más tarde, tal como se lee en Éxodo 3:16–17 en las palabras de Dios a Moisés, cuando lo llamó como libertador de Israel:
Vé, y reúne a los ancianos de Israel, y diles: «Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me apareció diciendo: En verdad os he visitado, y he visto lo que se os hace en Egipto; y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto …»
γ
Me parecen obvias varias lecciones de estos textos:
Dios es el único que puede determinar cuándo nos visitará de esa manera especial, a fin de revelar la abundancia de su gracia, su cuidado y su protección.
Nos toca estar atentos a esas ocasiones cuando Dios obra de una manera que no habíamos anticipado y nos involucra en su propósito soberano. Esta actitud dispuesta y receptiva ante el
Señor debe caracterizar siempre nuestra relación con él.
Debemos entender que esa visitación divina implica una «ventana» maravillosa, que no siempre estará abierta. Cuando Dios visita a su pueblo podemos experimentar un gran adelanto, un crecimiento significativo. O la podemos perder y sufrir las consecuencias de una vida ofuscada y rutinaria en el plano espiritual.
Dios ha determinado visitar a su pueblo. ¿Estaremos listos y dispuestos?
Pastor Orville Swindoll