Humillarse Ante Dios
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:5-8)
La vida cristiana es una imitación de Jesucristo puesto que Él es el Maestro de todo creyente, pero es una imitación distinta a una actuación o reflejo de la Persona de Jesús ya que el Señor ha puesto Su Espíritu en el interior del discípulo.
Es el Espíritu Santo el que produce un cambio de actitud interior y genera una transformación en nuestro modo de actuar. Por cierto, este es un proceso lento a través de los años, de escuchar y leer la Palabra de Dios, reflexionar en ella y disponerse al cambio, reconociendo nuestros errores, deficiencias y pecados.
Cuando el apóstol Pablo dice “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” nos está invitando a posesionarnos del mismo sentimiento y pensamiento de Jesucristo para que Su Espíritu produzca una nueva actitud interior y exterior.
Jesús era más que un simple ser humano, era la Segunda Persona de la Trinidad, Dios mismo encarnado, viviendo como hombre en esta tierra, creciendo desde niño como hijo de José y María, ya adulto trabajando como carpintero en Nazaret y a los 30 años revelándose como Maestro (Rabí), predicador del Evangelio del Reino, Hijo de Dios.
En esencia era y es eterno, habitaba con el Padre y el Espíritu Santo en la eternidad, pero no se aferró a esa forma de Divinidad y fue capaz de despojarse de ella con el propósito de salvar a la Humanidad.
Pocas personas en este mundo hay que renuncian a una forma de vida para ir en pos de algo que ellas consideran superior, porque la mayoría de los seres humanos nos aferramos a lo que es seguro y nos ofrece tranquilidad, seguridad y bienestar.
Es el ejemplo de los pioneros, los inmigrantes, los misioneros, los monjes y anacoretas, algunos fundadores de religiones, los exploradores, en fin, los apóstoles. Habrá ocasiones en que Dios nos presente la necesidad de producir un cambio rotundo en nuestras vidas y para ello tenemos que estar preparados mentalmente teniendo la actitud del Hijo de Dios “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”
Jesucristo, siendo Dios tomó forma de esclavo al hacerse humano, puesto que sin perder Su calidad de Divino ahora tenía forma de hombre con un cuerpo humano, con apetitos y necesidades y con una mente humana.
Como tal se desarrolló desde bebé hasta adulto con sentimientos humanos de tristeza (ante la tumba de su amigo Lázaro), de soledad (cuando los discípulos no lo acompañaron en la oración la noche en que fue entregado), de decepción (cuando Pedro lo negó), de amor (cuando encargó a Juan que cuidara a María, su madre) etcétera.
La idea de despojarse es muy enérgica, es un acto de renuncia, como alguien que se quita una ropa violentamente para quedar desnudo o una persona a la cual la despojan de un bien importante y queda expuesta. Jesucristo, el Hijo de Dios, se despojó a sí mismo de su ser Divino para tomar forma humana, fue un acto radical.
“sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”
Dice la Palabra que fue hecho “semejante” a los hombres; no fue hecho igual al hombre sino semejante o sea parecido al hombre, en el sentido de que era un hombre verdadero, pero no perdía su calidad de verdadero Dios (Concilio de Calcedonia, año 451 d.C.).
Ningún cristiano podrá ser como ese Jesús porque ningún ser humano puede llegar a ser Dios, como algunos predican equivocadamente, ya que Dios hay uno solo. Así como Jesús fue hecho “semejante” a los hombres, Dios quiere hacernos a nosotros “semejantes” a Jesús.
No conforme con ser hombre y renunciar a Su condición de Dios, Jesús permitió que se le vituperara, despreciara, acusara injustamente, torturara física y mentalmente y condenara a la crucifixión.
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” (Isaías 53:7)
Permaneció en silencio, no se defendió, se humilló a sí mismo, obedeció al plan de Dios para salvar al mundo:
“y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”
Nótese que la Biblia dice que “se humilló a sí mismo”. Por supuesto los sacerdotes del sanedrín que lo acusaron, el pueblo que pidió crucificarle, Judas que lo entregó y los romanos que lo ejecutaron, tuvieron toda la intención de humillarlo y lo hicieron, pero esto fue sólo porque Él lo permitió, “se humilló a sí mismo” y entregó su vida:
“ Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” (Juan 10:17,18)
No hay ser humano, hombre ni mujer, que guste de humillarse ante otros. Alguien puede llegar a hacerlo por necesidad en un trabajo o para pedir ayuda, pero interiormente tendrá un sentimiento de indignidad, molestia, rabia y hasta odio. Humillarse sin estos sentimientos negativos es posible sólo ante Dios. La única forma que podamos humillarnos correctamente ante otro ser humano es haciéndolo para el Señor:
“todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 Pedro 5:5-6)
- Piense en un hermano cristiano e identifique una cualidad de Jesús en él.
- ¿De qué aspecto negativo usted ya se ha despojado?
- ¿Ha vivido usted una humillación con resultados positivos?