LLAMADO A ESTA GENERACIÓN. Ivan Tapia
"¡Oh generación! atended vosotros a la palabra de Jehová. ¿He sido yo un desierto para Israel, o tierra de tinieblas? ¿Por qué ha dicho mi pueblo: Somos libres; nunca más vendremos a ti?" Jeremías 2:31
"¡Oh generación! atended vosotros a la palabra de Jehová." El Señor llama a nuestra generación, nos llama en esta época. Si bien es cierto esta Palabra fue escrita hace siglos, es una palabra vigente, real, una palabra de Dios, siempre actual. "Atended vosotros a la palabra de Jehová", a la Palabra de Dios.
Quizás ponemos más atención a lo que nos comunican los medios, a lo que se dice en la calle, a lo que se conversa en la mesa o a la novela que estamos leyendo y no atendemos a lo más importante que es la Palabra de Dios. Esta Palabra la encontramos escrita en la Biblia, la podemos escuchar comentada por predicadores en la televisión, la radio y la internet y por cierto podemos escucharla cada sábado o domingo en nuestra iglesia.
No está lejos de nosotros la Palabra de Dios, somos nosotros los que la eludimos, la alejamos y quizás la consideramos seca, abstracta, extraña, incomprensible, anacrónica... Pero no, la Palabra de Dios se ofrece incluso, en nuestros días, en un lenguaje sencillo, simple claro, llegador, amable y amigable. ¡Oh generación actual! Atiende a la Palabra del Señor!
"¿He sido yo un desierto para Israel, o tierra de tinieblas?" El Señor nos pregunta si acaso Él es un desierto para nosotros, algo o alguien que no tiene vida, que está muerto. Aún los que miran una imagen del Cristo crucificado pueden verlo vivo, moribundo pero vivo; muy pocas veces se representa a Jesús muerto, tal vez en una pintura o en La Pietá, escultura famosa de Miguel Ángel Buonarroti.
Pero si ha de buscar uno a Dios, lo buscará en un Ser vivo porque Dios está vivo, no está muerto, no es un desierto, es un ser lleno de vida, amor, creatividad, poder, fortaleza, inteligencia, espiritualidad. Es el Creador de todo el universo, que quiere salvarnos, no es un desierto ni tampoco es tierra de tinieblas.
Dios es luz, dice San Juan: "Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él." (1 Juan 1:5) y Jesús afirma: "... Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." (Juan 8:12). De modo que esta pregunta que Dios nos hace es muy provocadora para todos nosotros.
Es el Señor que nos quiere decir: Escúchenme, atiéndame, mírenme! Estoy vivo, no estoy muerto, soy eterno y cuando estuve muerto después de la crucifixión, en espíritu estuve vivo porque bajé al lugar de los muertos a proclamar salvación y a liberar a los cautivos. Y al tercer día resucité de entre los muertos porque Yo soy la resurrección y la vida! Un día el señor le dijo a Marta: "... Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá." (Juan 11:25)
"¿Por qué ha dicho mi pueblo: Somos libres; nunca más vendremos a ti?" Con dolor el Señor se pregunta por qué Sus hijos dicen que se han librado de Él y ahora harán lo que ellos quieran. Nunca más vendremos a Tí. Han apostado de su fe, han renunciado a ser hijos de Dios, han renunciado a ser guiados por el mismo Creador, ya no quieren entenderse con Dios pues se han sentido esclavos de Él sometidos a Él y a Su Ley y ahora desean liberarse de ese yugo que sienten desagradable porque los reprime de sus deseos carnales y de sus proyectos personales.
Este caso suele verse muchas veces entre creyentes en las iglesias; personas que dejan de participar en la comunidad cristiana y se van al mundo, olvidadas de Dios, pensando que así serán más felices, más libres, donde nadie les dirá lo que tienen que hacer con sus vidas. Aunque los hermanos sean cariñosos y los pastores seamos tolerantes, comprensivos y pacientes con ellos, de todas formas sus almas se sienten oprimidas por la fe y la Palabra de Dios.
Quizás hay un espíritu rebelde en ellos o ellas, que les impulsa a soltarse de la mano de Dios, deshacerse de la Iglesia. Mas esas personas desconocen una realidad muy humana, que es que en verdad nunca somos absolutamente libres. Nuestra libertad termina en la libertad del otro, siempre habrá personas que nos limiten, leyes y normas morales en esta sociedad, en la familia y en la Iglesia; siempre hay algún tipo de límites.
La verdadera libertad está en el amor, la verdadera libertad está en Cristo, la verdadera libertad está en la Verdad: "y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres." (Juan 8:32). Esta verdad es el Evangelio que nos hace libres y para vivir el Evangelio necesitamos a Cristo y la Iglesia.
Necesitamos a Cristo porque Él es el Salvador y el Señor; y necesitamos la Iglesia porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en la tierra. Por tanto de una u otra forma tendremos una libertad controlada por el Espíritu Santo y por la Palabra de Dios. Lo contrario es el orgullo, creyendo que no necesitamos acudir a Dios ni humillarnos ante Él.