El hombre está compuesto por cuerpo y alma, aunque en ciertos pasajes se añade «espíritu». Tanto el alma como el espíritu se ponen en contraste con el cuerpo, significando el componente incorpóreo del hombre; sin embargo, hay una distinción entre alma y espíritu.
Con frecuencia, se emplea el término alma para expresar la parte inmortal del ser humano, y en ocasiones se usa para denotar la persona, como en el pasaje de Gn. 46:26: «Todas las personas (heb.: «nephesh»: alma) que vinieron con Jacob a Egipto»; «ocho almas» (gr.: «psuchë») fueron salvadas en el arca (1 P. 3:20); «el alma que pecare, esa morirá» (Éx. 18:4, 20).
Como ya se ha indicado antes, el término hebreo generalmente traducido como «alma» es «nephesh»; en muchos casos se traduce como «vida», como en Jon. 1:14: «No perezcamos por la vida [alma] de este hombre.» En el NT, el término «psuchë», también mencionado antes, se usa tanto de la vida como del alma. Cp. Mt. 16:25, 26.
El alma, cuando es distinguida del espíritu, lo es como el asiento de los apetitos y deseos. El rico dijo: «Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, bebe, regocíjate» (Lc. 12:19). Aquella noche le fue pedida su alma. La salvación del alma no puede ser distinguida de la salvación de la persona.
El espíritu es, característicamente, la parte más elevada del hombre, marca la individualidad consciente, y así distingue al hombre de la creación. Dios sopló en la nariz del hombre el aliento de la vida, y por ello el hombre fue puesto en relación con Dios, y no puede realmente ser feliz separado de Él, ni en su existencia presente ni en la eternidad.
Los términos usados son, respectivamente, el heb. «ruach» y el gr. «pneuma», y son los mismos que se usan constantemente para denotar el Espíritu de Dios o Espíritu Santo, y los ángeles como espíritus, así como los espíritus malos. La palabra de Dios es cortante y penetra hasta partir el alma y el espíritu del hombre (He. 4:12), aunque pueda no ser fácil para el hombre ver esta división.
El apóstol oraba por los tesalonicenses para que el espíritu (que probablemente es contemplado como el asiento de la obra de Dios), así como el alma y cuerpo, fueran santificados (1 Ts. 5:23). En la Epístola a los Hebreos leemos de los «espíritus» de los justos hechos perfectos: su puesto es con Dios por medio de la redención.
Aquí, es evidente que «espíritus» significa las personas fuera de sus cuerpos. Al haber sido dado el Espíritu Santo al cristiano, como la energía en él de la vida en Cristo, es exhortado a orar con el espíritu, a cantar con el espíritu, a andar en el espíritu, de forma que en algunos casos es difícil distinguir en estos pasajes entre el Espíritu de Dios y el espíritu del cristiano.
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