Motivos para un Avivamiento. Sermón de David Martyn Lloyd-Jones (1899-1981)
“Y dijo Moisés a Jehová: Mira, tú me dices a mí: Saca este pueblo; y tú no me has declarado a quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado también gracia en mis ojos.
Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo. Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso.
Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra? Y Jehová dijo a Moisés: También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre” (Éxodo 33:12-17).
Si leyéramos la historia de los grandes avivamientos del pasado, especialmente acerca de los hombres que se destacaron notablemente por la manera en que Dios los usó, al estudiar de ellos en el periodo inmediato anterior al avivamiento cuando suplicaban e intercedían, encontraríamos, de manera invariable, que los impulsaban exactamente, los mismos motivos que encontramos aquí en el caso de Moisés.
Por lo tanto, tenemos que ser muy claros en lo que respecta a nuestros motivos. Les llamo a orar por un avivamiento. Sí, pero ¿por qué hemos de orar por un avivamiento? ¿Por qué oraría alguien por un avivamiento?
La primera respuesta que encontramos en el pasaje es ésta: Una preocupación por la gloria de Dios. Está al final del versículo 13: “Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo”.
Ese es el motivo. Esa es la razón. Moisés se preocupaba, principalmente, por la gloria de Dios. Es importante notar que usaba constantemente este argumento con Dios… Le preocupa el nombre, es decir, la reputación y la gloria de Dios.
Esto es lo que vuelve a destacar aquí: “Esta nación”, dice “es pueblo tuyo”. Está diciendo, de hecho, que el honor y la gloria de Dios es parte integral de esta situación. Son, al fin y al cabo, su pueblo: eso es lo que han afirmado.
El Señor les ha dado pruebas de que efectivamente lo eran; los sacó de Egipto de una manera maravillosa y milagrosa. Los llevó a cruzar el Mar Rojo; ¿va ahora a dejarlos aquí en el desierto? ¿Qué dirían los egipcios? ¿Qué dirían las naciones? ¿Ha fracasado? Les prometió grandes cosas, ¿puede dejar de efectuarlas? ¿Acaso no puede cumplirlas? Moisés le está sugiriendo a Dios que su propia gloria y honor están en juego en toda esta situación…
Esto es lo que importa, ¿cierto? La Iglesia, después de todo, es la Iglesia de Dios… Somos un pueblo para ser posesión exclusiva y singular de Dios y ¿por qué nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9)? Es, sin lugar a dudas, para su alabanza y para que anunciemos sus excelencias, sus virtudes.
Por lo tanto, debemos preocuparnos de este tema, principalmente por el nombre, la gloria y la honra de Dios mismo. Nos guste o no, el hecho es que el mundo juzga al propio Dios, al Señor Jesucristo y a toda la fe cristiana por lo que ve en nosotros.
Somos sus representantes, somos el pueblo que se adjudica su nombre, somos el pueblo que habla de Él y el hombre fuera de la Iglesia, considera a la Iglesia como la representante de Dios. Por lo tanto, afirmo que debemos seguir el ejemplo de Moisés, tal como lo encontramos aquí.
Nuestra primera preocupación al orar por un avivamiento debe ser por la gloria de Dios… Esto es lo que tenemos que recuperar. Somos muy subjetivos en nuestro enfoque; pensamos siempre en nosotros mismos. Esa no es la manera de orar por un avivamiento. En primer lugar, tenemos que preocuparnos por la gloria, la honra y el nombre de Dios.
Esto para mí es la esencia de todo el tema. Leamos las grandes oraciones del Antiguo Testamento y veremos que esa prioridad está en todas. Estos hombres sentían una pasión por Dios; se afligían, se sentían mal porque el Dios grande no era adorado como debiera serlo. Y oraban a Dios por el propio bien de Él, por su gloria, para vindicar su nombre, y para levantarse y vencer a sus enemigos. Eso es lo primero.
Lo segundo, que debe ocupar siempre el segundo lugar, nunca el primero, es: Una preocupación por la honra de la propia Iglesia. Me parece a mí que no hay esperanza de avivamiento hasta que tú y yo, y todos nosotros, hayamos alcanzado la etapa en la que comenzamos a olvidarnos un poquito de nosotros mismos y nos preocupamos por la Iglesia, por el cuerpo de Dios, su pueblo aquí en la tierra.
Muchas de nuestras oraciones son subjetivas y egocéntricas. Tenemos nuestros problemas y dificultades, y para cuando acabamos de orar por ellos, estamos cansados y agotados y no oramos por la Iglesia; [lo hacemos únicamente por] mi bendición, mi necesidad, mi esto, mi aquello.
No estoy siendo duro ni cruel; Dios ha prometido encargarse de nuestros problemas. Pero, ¿dónde cabe la Iglesia en nuestras oraciones e intercesiones? ¿Vamos más allá de nuestra familia y de nosotros mismos? Nos ponemos de pie ante el pueblo y decimos que la única esperanza del mundo es el cristianismo. Decimos que la Iglesia y, sólo la Iglesia, tiene el mensaje que se necesita…
Luego, por supuesto, la tercera razón es que Moisés está preocupado por los pueblos apartados de Dios. Quiere que sepan que el Dios de Israel va con ellos: “¿Y en qué se conocerá aquí [en el desierto donde estamos] que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?” (Éx. 33:16).
Estos son los motivos para orar por un avivamiento: Por el nombre, honra y gloria de Dios, y por el bien de la Iglesia cuyo dueño es Él. Sí y luego por el bien de aquellos pueblos apartados que se burlan del Señor, lo desprecian y ridiculizan. “Ay Dios”, dice su pueblo una y otra vez, “levántate y siléncialos. Haz algo para que podamos decirles: ‘Estad, quietos, guardad silencio, entregaos’”.
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Sal. 46:10). Esa es la oración del pueblo de Dios. Tienen puestos sus ojos en los que están apartados. Encontramos ilustraciones de ello a lo largo de toda la Biblia. Y esto ha sido cierto en todos los hombres que han sentido la carga de la condición de la Iglesia y cuyos corazones están quebrantados porque ven que el nombre de Dios es blasfemado.
Oh sí, encontramos lenguaje muy fuerte aquí en la Biblia, a veces, tanto que ciertas personas tienen problemas con los salmos imprecatorios. Pero los salmos imprecatorios no son más que una expresión del celo de estos hombres por la gloria de Dios. “Sean consumidos de la tierra los pecadores”, dice el autor del Salmo 104… No se trataba de un deseo de venganza personal.
Su oración denotaba que a estos hombres los consumía una pasión por Dios y su gloria y su grandioso nombre. Algo pasa con nosotros si no sentimos dentro nuestro este anhelo: que Dios se levante y haga algo para cerrar las bocas y detener las lenguas de estos blasfemos arrogantes de hoy, con sus palabras aparentemente sinceras por radio y televisión; estos supuestos filósofos, hombres impíos y arrogantes. ¿No sentimos, a veces en lo profundo de nuestro ser, el anhelo de que sepan que Dios es Dios y que es el Dios eterno?...
Por lo tanto, esto debiera obligarnos a preguntarnos si nos preocupamos siquiera un poco por este pueblo apartado de Dios. Es terrible el estado de la Iglesia a la cual pertenecemos, si consiste exclusivamente de una colección de gente muy buena y respetable que no se preocupa por el mundo, que ignora a los perdidos, ni tiene en cuenta y se retrae horrorizada por toda su bestialidad, su podredumbre y su monstruosidad.
No sólo queremos que los burladores sean silenciados, sino también anhelamos que los ojos de hombres y mujeres que son como ovejas sin pastor, sean abiertos para ver la causa de sus sinsabores y que sean librados de las cadenas de iniquidad y de los grilletes de infamia, vicio e inmundicia. ¿Nos preocupamos realmente por tales personas y estamos orando para que Dios haga algo, que de alguna manera sean influenciados y afectados?
Según entiendo, esos tres fueron los motivos principales que impulsaron a Moisés cuando elevó estas peticiones a Dios.
Hay algo más digno de notar y eso es: La manera como oró. Hemos visto el motivo de su oración, hemos visto por qué oró por ese motivo; ahora tomemos nota de su método de oración. Si en algo necesitamos instrucción, es en este punto.
Las grandes oraciones bíblicas contienen siempre ciertos elementos y el primero de la oración de Moisés es su osadía, su confianza. En esa oración no hay vacilación. Hay una silenciosa confianza. Ah, déjenme usar otro término: hay una “osadía santa”. Ésta es la gran característica de todas las oraciones que siempre han prevalecido. Es, por supuesto, inevitable. No podemos orar de verdad y, menos aún, interceder si no tenemos la seguridad de que somos aceptados y si no sabemos cómo llegar al más Santísimo.
Si cuando nos arrodillamos recordamos nuestros pecados y nos preguntamos qué hacer con ellos; si nos pasamos todo el tiempo orando para pedir perdón, preguntándonos si Dios nos estará escuchando, ¿cómo podemos orar por un avivamiento? ¿Cómo podemos interceder como Moisés lo hizo aquí? No, Moisés se encontraba cara a cara con Dios; tenía absoluta confianza; mostraba una audacia santa. Como hemos visto, Dios ya le había dado muestras de su cercanía y era por eso que podía hablar con confianza y seguridad…
Pero, hay un segundo punto que también es muy valioso e interesante, y éste es que entra en juego el elemento de razonar y de argumentar. Es muy osado, pero se basa en lo cierto. Permítanme recordarlo. “Y dijo Moisés a Jehová: Mira…”, lo cual realmente significa que está discutiendo con Dios. “Mira, tú me dices a mí: Saca este pueblo, y tú no me has declarado a quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú dices…”. Notemos que le está recordando a Dios lo que Él ha dicho.
Está argumentando con Dios: “Sin embargo, tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado también gracia en mis ojos. Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que…”, dice Moisés, como si estuviera diciéndole a Dios: “Sé lógico, sé consecuente, cumple lo que tú mismo afirmas. No puedes decirme esto y después no hacer nada”. “Ahora, pues, si…” ?todavía argumentando? “…he hallado gracia en tus ojos te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo”.
Luego, en el versículo 16: “Si…” ?si no haces esto– “¿y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados…?”. Razonó con Dios. Argumentó con Dios, le recordó a Dios sus propias promesas y le suplicó a la luz de estas. Dijo: “Oh Dios, ¿no te das cuenta que habiendo dicho esto tienes que…?”.
¿Es correcto, puede preguntarse alguno, hablarle a Dios de esa manera? ¿No es mucha presunción? No, estos dos elementos van juntos. El autor de la Epístola a los Hebreos que habló tanto de presentarnos confiadamente ante el Trono de Gracia, nos recuerda también que lo hagamos con reverencia y temor santo. Todo esto es cierto.
Lo que sucede aquí es que no estamos considerando al hombre bajo la ley dirigiéndose al Dador de la Ley. No, esto se trata de un niño hablándole a su padre. Y el pequeñito puede tomarse libertades con su padre que un adulto que no es su hijo, no se atrevería a tomarse.
Oh sí, el que habla es un niño y él lo sabe. Dios le había hablado, por así decirlo, cara a cara, y Moisés lo sabía. Se acerca con su amor, su reverencia, su temor santo y se aventura a discutir. Le dice: “Tú has dicho esto, por lo tanto…”.
Algo más que debemos notar en la oración es su orden, su franqueza: la petición es específica. Notemos que Moisés no eleva una oración general indefinida, imprecisa. No, se concentra exclusivamente en una gran necesidad.
Por supuesto, adoró a Dios; por supuesto, hubo reverencia y temor santo; pero ahora se ocupa sólo de un factor: La importancia de la presencia de Dios. No se desvía de ello. De hecho, expresaba: “De aquí no me muevo a menos que tú vengas. Tienes que acompañarnos”. Le da sus razones y se apoya en todos estos argumentos.
En cuanto a mí, no estaré satisfecho y optimista, a menos que sienta que la Iglesia se está concentrando exclusivamente en esto: En orar por un avivamiento. Pero todavía no hemos llegado a ese punto. Todavía estamos en la etapa de decidir qué comisiones nombraremos para que hagan esto, aquello y lo de más allá, pidiendo a Dios que bendiga lo que hemos hecho.
Es inútil encarar así nuestras oraciones. Estas tienen que enfocarse explícitamente en ese único motivo. Tenemos que sentir esta carga, tenemos que ver que ésta es la única esperanza y tenemos que concentrarnos en esto y en esto perseverar: El orden, su organización, su concentración, su argumento y siempre su urgencia.
Moisés aquí es como Jacob en Génesis 32. Este elemento siempre está incluido en la verdadera intercesión: “No te dejaré ir”, dijo Jacob. Continuaré. Rayaba el alba; había estado luchando toda la noche. “Déjame ir”.
No, “no te dejaré, si no me bendices” (Gn. 32:26). Allí está la urgencia. Leamos las grandes oraciones bíblicas y comprobaremos que todas incluyen ese sentido de urgencia. En Hechos 4, leemos que los cristianos le rogaban a Dios que actuara ¡“ahora”!
De hecho decían: “Ahora, Señor; debido a esto, debido a nuestra situación en este momento: haz esto. Danos alguna indicación, danos algunas señales, capacítanos para testificar con esta osadía santa y a dar testimonio de la resurrección de la cual nos prohíben hablar”.
Notemos la urgencia de la oración. Moisés la sigue repitiendo, expresándose de formas diferentes y desde distintos puntos de vista. Pero había únicamente esta sola cosa: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”. Insiste con urgencia: “No te dejaré”.
Esas, me parece a mí, son algunas de las lecciones de este pasaje. Verbalizamos nuestras oraciones, pero ¿hemos orado alguna vez? ¿Sabemos algo de este encuentro, esta reunión? ¿Tenemos seguridad de los pecados perdonados? ¿Estamos libres de nuestro amor propio y de nuestro egocentrismo para poder interceder? ¿Sentimos realmente una carga por la gloria de Dios y el buen nombre de la Iglesia? ¿Nos preocupamos por los de afuera? ¿Y estamos clamando a Dios por el bien de su propio nombre debido a sus propias promesas de escucharnos y contestarnos? ¡Oh, nuestro Dios, haznos intercesores como Moisés!
No vale que alguien diga: “Ah, pero él era un hombre excepcionalmente grande”. Dios, como lo hemos visto en la historia de avivamientos, ha utilizado a hombres que no eran nadie, exactamente de la misma manera como usó aquí a Moisés… Puede ser cualquiera de nosotros. Quiera Dios hacernos intercesores tal como lo fue Moisés.
Tomado de Revival (Avivamiento) por David Martin Lloyd-Jones, copyright © 1987, pp. 187-198. Usado con permiso de Crossway, un ministerio de publicaciones de Good News Publishers, Wheaton, Il. 50187, www.crossway.org.