Sanidad y Milagros
“Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:8
La sanidad y los milagros eran algo muy normal en el diario vivir de los apóstoles y discípulos de Jesús. Fue una llave otorgada por Dios para que la gente entendiera que el deseo del corazón de nuestro Padre es el bien de cada uno de sus hijos.
Pedro y los demás apóstoles acompañaban sus predicaciones con la manifestación de señales, maravillas y prodigios. “Tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos. Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados” Hechos 5:15-16.
El apóstol Pablo se movió en este mismo nivel de fe: “Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aún se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían” Hechos 19:11-12.
Los milagros ocurren por un acto de fe. Si usted tuvo la fe para creer en la salvación, también Dios le dará la fe para obtener la sanidad que requiera o el milagro que necesite.
Uno de los milagros extraordinarios en la época del apóstol Pablo sucedió cuando las personas después de que escucharon la predicación del evangelio tuvieron tal convicción de pecado que se deshicieron de todo aquello que les estorbaría en su crecimiento espiritual: “Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos.
Asimismo muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata. Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor” Hechos 19:18-20.
Podemos ver todo lo que la fe hace en el corazón de aquellos que creen al evangelio:
> Mantenían contacto con los apóstoles. Las personas que se convierten deben poner de su parte para acudir, ya sea a la iglesia, a la célula o al discipulado para seguir creciendo en la fe.
> Confesaban específicamente sus faltas. “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado” Salmos 32:5.
> Se despojaron de todos los objetos y libros de hechicería. “Las esculturas de sus dioses quemarás en el fuego; no codiciarás plata ni oro de ellas para tomarlo para ti, para que no tropieces en ello, pues es abominación a Jehová tu Dios; y no traerás cosa abominable a tu casa, para que no seas anatema; del todo la aborrecerás y la abominarás, porque es anatema” Deuteronomio 7:25-26.
Como resultado de todo esto los cielos se despejaron y los apóstoles pudieron predicar con mucha libertad, viendo la conversión de muchos. Posiblemente hay algo del pasado que sin darse usted cuenta aún lo conserva y esta puede ser la causa que impide que las bendiciones de Dios lleguen libremente a su vida, pero que esta sea la oportunidad para deshacerse de todo ello. David dijo: “Muchos dolores habrá para el impío; mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia” Salmos 32:10.
Algo en qué Pensar
Cuando llegó el tiempo del cumplimiento del embarazo de mi segundo hijo y estábamos emocionados por recibirlo, al llegar a la clínica el doctor me dijo: “Usted está atravesando una de las enfermedades más graves que se producen en el embarazo, se llama preclamsia con Síndrome de hellp”.
Sorprendida pregunté: -¿Qué significa?-. “Pues, que todo su cuerpo está completamente alterado. Su hijo está bien pero usted está en peligro de muerte”. Fue uno de los momentos más críticos de mi vida, pues los doctores no me daban esperanza, simplemente dijeron, ¡puedes morir! Fue un tiempo muy difícil para mí y para mi familia.
Sentimos cómo el espíritu de la muerte quería llegar, aquel fue el día malo para nosotros así como nos habla la Palabra, donde el temor quiere apoderarse de los pensamientos trayendo incertidumbre y confusión. Pero en medio de ellos vimos la poderosa mano de Dios obrar.
Antes de entrar a la sala de cirugía el médico nos advirtió que cualquier cosa podía pasar: “Te puedes desangrar, puedes quedar ciega, puedes quedar paralítica, etc”. Pero nosotros no aceptamos lo que ellos decían.
Al momento de entrar a la sala de cirugía sentí la mano de Dios sobre mí, sabía que Él estaba a mi lado; pude experimentar que el haberme guardado para Dios sirviéndole con todas mis fuerzas no había sido en vano, tenía argumentos a mi favor y eso fue lo que me sostuvo.
Contaba también con la cobertura de una familia sacerdotal y el apoyo de toda la iglesia orando por mí. El asombro de los médicos fue grande al ver que nada de lo que había declarado sucedió. Tanto mi hijo como yo salimos perfectos de la cirugía. Fue una experiencia que marcó nuestras vidas, un tiempo en que vimos el poder sobrenatural de Dios obrar en nosotros.