CRISTO TRANSFIGURADO. Bosquejos Biblicos para Predicar Lucas 9:28-36
Tenemos ante nosotros aquí la más arrebatadora imagen que los ojos de los mortales jamás vieran: una imagen conmovedora, una escena de transformación. Un Hombre despreciado y rechazado, radiante y luminoso con la gloria inefable de Dios. Observemos:
I. El tiempo señalado. «Como ocho días después» (v. 28). Estamos siempre inclinados a asociar el octavo día con la gloria de la resurrección. Fue ocho días después de haberles dicho que algunos de los que estaban allí no gustarían la muerte hasta que hubieran visto el Reino de Dios (v. 27). La transfiguración fue al menos una manifestación de la gloria del Rey designado por Dios.
II. La compañía favorecida. «Tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo» (v. 28). Los hubiera podido dejar detrás, pero en su amor y compasión los tomó consigo. Poco sabían lo que tenían delante de sí mientras lo seguían monte arriba. ¿Estamos conscientes ahora, al seguir a nuestro Señor por el monte de la vida, de la visión que nos espera?
Sigue siendo su deseo que estemos con Él donde Él está, y que veamos su gloria (Jn. 17:24).
III. El propósito especial. «Subió al monte a orar.» Él hubiera podido orar al pie del monte lo mismo que en su cumbre, pero quería enseñarnos la necesidad de ir a solas a propósito para encontrarse con Dios y hablar con Él. Muchos oran antes, o después, de ir a la cama, pero cuán pocos van a una estancia tranquila o a un monte solitario a propósito para orar. Debiéramos ir tan a propósito a nuestra estancia para la oración como vamos a la cocina o al comedor para nuestras comidas.
IV. La gloriosa transformación. Fue mientras oraba que «la apariencia de su rostro se hizo otra», y la gloria oculta de su naturaleza se desveló, como el sol a través de un desgarrón en las nubes (Mt. 17:2).
Nadie ha probado aún la plenitud de las posibilidades de la oración secreta.
Fue mientras Moisés estuvo en comunión con Dios que resplandeció la piel de su rostro. La perfecta comunión con el cielo significa una conformidad perfecta a su semejanza (Ap. 1:16; 1 Jn. 3:2). La oración es un poderoso antídoto para un mal temperamento y para toda otra característica poco amante de nuestro carácter. En lugar de ira, surgirá gloria.
V. Los visitantes celestiales. «He aquí dos varones que hablaban con Él, los cuales eran Moisés y Elías» (v. 30). Moisés y Elías habían experimentado, ambos, lo que era «partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor». La compañía de Jesucristo es tal privilegio y bendición que incluso los glorificados se deleitan en venir a la tierra para compartir en ello. ¡Cuánto más debiéramos apreciar nosotros esto! En su presencia hay plenitud de gozo.
VI. Un tema maravilloso. «Hablaban de su partida» (v. 31). ¡Qué tema para tal ocasión! ¡Qué terrible perspectiva para Uno tan glorioso! ¡Qué valor no deberíamos ver en aquella muerte! Fue probablemente el mayor acontecimiento que jamás haya sido conocido en el cielo. ¿Qué lugar tiene en nuestra conversación? ¿Qué poder tiene sobre nuestros corazones y vidas? Él murió por nuestros pecados.
VII. Una insensata proposición. Pedro, que acababa de despertar de su sueño, y vio su gloria, le pidió licencia para hacer «tres tiendas» (vv. 32, 33). ¿Qué iban a hacer con estas tiendas, cuando Moisés y Elías se volvieran al cielo, y Jesús se dirigiera a su cruz? Los que duermen cuando debieran estar despiertos de cierto hablan insensatamente. ¿Pensaba él que esta gloria podía ser encerrada en templos hechos con manos? (1 Co. 2:13, 14).
VIII. Una voz aseguradora. «Y vino una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado; a Él oíd» (vv. 35, 36). Pedro declaró después que esta voz la oyeron cuando estaban con Él en el monte (2 P. 1:17, 18). La divinidad de Cristo es aquí atestiguada por el invisible Padre. Demos atento oído, no sea que dejemos que se escurra de nosotros esta Palabra aseguradora del poder de Cristo para redimirnos mediante su muerte. Oídle. «Oíd, y vivirá vuestra alma» (Is. 55:3).