EL EVANGELIO APOSTÓLICO Hechos 10:38-44
Bosquejo bíblico para predicar
Fue una recepción muy cálida la que Pedro recibió de Cornelio. Ningún profesor de medicina recibió jamás una mejor acogida por parte de ningún paciente aquejado de dolores. Le recibió como uno encerrado en una ciudad sitiada recibiría al General de las fuerzas de refresco.
Bienaventurados los pies de los que traen buenas nuevas. «Cornelio… postrándose a sus pies…» (vv. 23-26). Luego Pedro «conversando con él, entró». Al compartir sus experiencias individuales, se hizo abundantemente claro para ambos que Dios les había estado conduciendo, y que habían sido traídos juntos para ser testigos de una manifestación muy concreta de su gracia y poder (vv. 27-33).
La visión de Pedro le preparó para ir a donde Dios le enviara. La visión de Cornelio le preparó para recibir lo que Dios le diera (v. 33). En esto tenemos un ejemplo muy decidido de cómo Dios puede preparar un pueblo y un predicador cuando están a punto de llegar tiempos de avivamiento de su presencia.
La fuente de la bendición comenzó a manar por ambos lados en oración secreta, allí donde todo avivamiento divino ha tenido su origen humano. Pedro jamás predicó a una audiencia más interesada que ésta, y aunque la reunión era pequeña, los resultados fueron poderosos y de gran alcance, porque les predicó a JES⁄S.
I. A Jesús, el Ungido. «Ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret» (v. 38). Esta unción se hizo en el Jordán, cuando el Espíritu de Dios, como paloma, se posó sobre Él (Mt. 3:16). «A Él selló Dios el Padre», al que era su Hijo eterno, y en cuyas manos se ha encomendado la salvación de los pecadores y la gloria del Padre.
II. A Jesús, el compasivo. «Éste pasó haciendo el bien». Habiendo sido «ungido para predicar el Evangelio a los pobres» (Lc. 4:18), sus compasivos ojos estaban siempre atentos a las almas humildes y necesitadas, para bendecirlas Él con su bien. ¡Oh, la profundidad de aquel BIEN que estaba en Él!
III. A Jesús el poderoso. «Sanando a todos los oprimidos por el diablo». Él predicó la liberación a los cautivos, porque Él había venido para destruir las obras del diablo (1 Jn. 3:8). El diablo oprime con la carga de las tinieblas, de las dudas y de la total desesperación, afectando a la mente, al corazón y a las perspectivas del futuro.
Él no solo libera del imperio del mal, sino que sana las heridas provocadas por el pecado y por Satanás. Él era poderoso, porque el Omnipotente estaba con Él (v. 38; Jn. 14:10).
IV. A Jesús el sufriente. «A quien mataron colgándole en un madero» (v. 39). ¡Qué condescendencia y gracia abnegada! El que liberó a otros de la opresiva y mortal trampa del diablo se somete a ser oprimido hasta la muerte en manos de los hombres.
Ellos dieron muerte a aquel corazón amante y tierno suyo con la soberbia e incredulidad que manifestaron antes de colgar su cuerpo atormentado y sobrecargado en la cruz. Él sufrió por nosotros, el Justo por el injusto.
V. Jesús, el Resucitado. «A éste, Dios le resucitó al tercer día.» «Sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era IMPOSIBLE que fuese retenido por ella» (Hch. 2:24). El amor de Dios por su hijo y por aquellos por los que Él murió hacían imposible que la muerte pudiera retenerlo.
Habiendo resucitado de entre los muertos, Él es «declarado Hijo de Dios con poder»: con poder para salvar y guardar a todos los que creen en su nombre.
IV. Jesús, el Exaltado. «Designado por Dios como Juez de vivos y muertos» (v. 42). Todo juicio le ha sido encomendado al Hijo, por cuanto Él es el Hijo del Hombre (Jn. 5:22-27). En 2 Corintios 5:10 tenemos el juicio de los vivos, los vivos para Dios. En Apocalipsis 20:11-15 lo tenemos juzgando a los muertos, aquellos que han muerto en sus pecados.
VII. Jesús, el Salvador universal. «Todo el que crea en él, recibirá perdón de pecados» (v. 43). «Por su nombre» es que la puerta de la Misericordia y del Acceso ha sido abierta de par en par, y por medio de esta puerta abierta se está oyendo ahora en el Evangelio la voz de la invitación divina. Cuando esta puerta sea cerrada, nadie podrá entrar (Lc. 13:24-25).