Las obras de la carne son el resultado natural de un principio activo en el interior. El fruto del Espíritu no brota de nada que esté en nosotros de natural, sino que es el resultado de la nueva vida engendrada en nosotros por el Espíritu Santo, y mantenida por su plenitud continuada. «En mí, esto es, en mi carne, no mora el bien» (Ro. 7:18).
El fruto del Espíritu no se cita en forma plural como sí sucede con las obras de la carne. Esto significa la unidad del fruto. Cada una de las gracias mencionadas constituye sólo una parte de un todo, de modo que ningún cristiano está al completo hasta que no queda caracterizado por ninguna de estas nueve gracias (Gá. 5:22). El fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia, verdad
(Ef. 5:9). ¿Qué es el fruto? El fruto es:
I. Una evidencia de muerte. «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Jn. 12:24). Estoy crucificado, y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí. Solo esta nueva vida puede traer fruto para la gloria de Dios. Concluimos, entonces, que una razón por la que tantos cristianos carecen de fruto es porque el yo no ha muerto, y por ello quedan solos.
II. La necesidad de la gracia. «Todo pámpano que en mi no lleva fruto, lo quita» (Jn. 15:2). Cavaré «alrededor de ella... y si da fruto, bien; y si no, la cortarás después» (Lc. 13:9). La rama estaba en la vid, la higuera estaba en la viña, ambas cosas en el lugar de gracia y privilegio. Para mantener este sublime privilegio se tiene que encontrar fruto. Lo que no tiene fruto no puede gozar mucho tiempo de los privilegios de lo no fructífero; más tarde o más temprano se hundirán en el lugar de la rama marchita. La ausencia de fruto y el favor no pueden vivir juntos: tiene que haber un divorcio.
III. La manifestación de carácter. «Por el fruto se conoce el árbol» (Mt. 12:33). «Que llevéis mucho fruto, y seáis, así, mis discípulos» (Jn. 15:8). Ellos les mostraron el fruto de la tierra (Nm. 13:26) justo para demostrarles el carácter de la tierra. Así, el fruto manifiesta:
1) El carácter del árbol.
2) De los hombres.
3) De la tierra.
Por sus frutos los conoceréis, no por sus apariencias. Si el Espíritu Santo mora en nosotros, el fruto del Espíritu se tiene manifestar a través de nosotros. No salen higos de los espinos, ni uvas de los abrojos (Mt. 7:16).
IV. El resultado de la abundancia de vida. «De mí será hallado tu fruto» (Os. 14:8). He venido para que tengan vida abundante (Jn. 10:10). El fruto sólo puede venir cuando hay vida de sobras, cuando hay más que la necesaria para el sustento propio. El fruto del Espíritu en nosotros es el resultado de corrientes de agua sobre el sequedal. El alma misma tiene que quedar primero abundantemente satisfecha antes que se pueda encontrar fruto en ella. El pozo tiene que estar lleno antes que pueda rebosar.
V. El resultado de la permanencia constante. «Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí» (Jn. 15:4). «Dan fruto por su constancia» (Lc. 8:15). El árbol que no está arraigado será por ello mismo sin fruto. «Que habite Cristo por medio de la fe en vuestros corazones, a fin de que arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces» (Ef. 3:17, 18). En Colosenses 2 el orden es: Arraigados y... abundando en acciones de gracias (Col. 2:7). No seáis llevados a la deriva, como una rama sin fruto, desarraigada. Permaneced en Mí, son las palabras del Señor.
VI. Algo para bien de otros. «Envió sus siervos... para que recibiesen sus frutos» (Mt. 21:34). El fruto no es para el bien del árbol. Aunque sí es el bien del árbol. El fruto del Espíritu es en toda «bondad». Para que ellos puedan ver vuestras buenas obras, y glorificar a vuestro Padre (Mt. 5:16). Si buscamos fruto meramente para nuestro propio nombre, deshonramos al Padre. Recordemos que Jesús dijo: «Mi Padre es el Labrador». Muchos van desfalleciendo por falta de este fruto (Lm. 4:9).
VII. El objeto de la búsqueda del Señor. «Vengo a buscar fruto» (Lc. 13:7). He aquí, el Labrador espera el fruto de la tierra, y ha mostrado mucha paciencia (Stg. 5:7). Producid fruto para Dios (Ro. 7:4). El fruto del Espíritu en nosotros es lo que el bendito Señor busca de nosotros. Él es un paciente Labrador. ¿Cuánto tiempo ha esperado Él? Hasta la lluvia temprana y la tardía. La lluvia temprana de la conversión, y la tardía de la consagración.
VIII. El método natural de la propagación. «Dijo Dios: Produzca la tierra... árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género» (Gn. 1:11). La semilla está en el fruto. Si no hay fruto no hay semilla. Entonces, si el fruto del Espíritu no se manifiesta en nuestras vidas, somos un estorbo real para la extensión del reino de Dios. Que «el Dios omnipotente te bendiga, y te haga fructificar» (Gn. 28:3). «Llevando fruto en toda buena obra» (Col. 1:10). Cuidaos de los espinos que ahogan (Mr. 4:7).

