¿Me Amas? Bosquejos Bíblicos para Predicar Juan 21:15
«¿Me amas tú?» (V.M.) Que penetre profundamente en nuestros corazones esta tierna pero escudriñadora pregunta de nuestro Señor. No es suficiente para Él que amemos sus palabras y obras si Él mismo no fuera el principal objeto de nuestros afectos. Si «Aquello que yo amo determina como amo», entonces el amor hacia Cristo, el «todo Él un encanto», debería determinar la manera e intensidad de nuestro amor para con otros.
I. El amor, deseado. «¿Me amas tú?» Tres veces, y con variado énfasis, hizo Cristo esta pregunta a Pedro (Jn. 21:15-17). El celo por la verdad sin una devoción personal al Hijo de Dios como encarnación del amor divino no es una verdadera piedad, sino una exhibición de una enmohecida teología.
Al hacerle esta pregunta a Pedro, el Hijo del Hombre estaba simplemente buscando aquel único fruto que podía dar satisfacción a su corazón lleno de gracia. En grado, nuestro amor no puede ser como el suyo, pero debiera parecerse a él en especie.
II. El amor, reconocido. Allí donde hay amor a Cristo, Él es siempre pronto para reconocerlo y confesarlo. La mujer en casa de Simón, que le había lavado, secado, besado y ungido sus pies por cuanto «ella amó mucho», fue no solo observada y encomiada, sino empleada también por el Señor como poderosa reprensión para el fariseo de corazón congelado (Lc. 7:44-47). Es solamente el amor que puede comprender el amor, y dar una respuesta adecuada. El perfecto amor echa fuera el temor.
III. El amor manifestado. El amor tiene que revelarse a sí mismo; no puede ocultarse. Si Dios amó al mundo, este amor se ve en el don de su Hijo. Si Cristo amó a la Iglesia, se dio luego a Sí mismo por ella. Si amamos a Dios, entonces amaremos a nuestro hermano. El amor a Cristo se manifestará:
1 BUSCÁNDOLE. Fue el amor de María hacia Él que la constriñó tan apasionadamente a buscarle (Jn. 20:15). El amor de Cristo nos constriñe. ¿A quién buscáis?
2 CONFESÁNDOLE. Pedro dijo: «Sí, Señor; tú sabes que te amo» (Jn. 21:15).
Con el desvanecimiento de nuestro primer amor sobreviene un desvanecimiento del deseo de testificar. Si le amamos de todo corazón, entonces le confesaremos con toda nuestra fuerza y poder.
3 SIRVIÉNDOLE. Después de la triple confesión de Pedro de amor por Él, vino la triple instrucción del Señor de servirle. Si le amamos de todo corazón, entonces le confesaremos con todas nuestras fuerzas y capacidad.
4 SACRIFICÁNDONOS por Él. El amor que no puede sacrificar es superficial e hipócrita. La pecadora en la casa de Simón, a causa de su «mucho amor», le sacrificó su «cabello» y su «ungüento de gran precio» a Él (Lc. 7:38; véase también Jn. 12:3).
El apóstol que podía decir «me amó y se entregó a Sí mismo por mí» podía decir también: «Estoy dispuesto no solo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús» (Hch. 21:13).
«El amor no puede ser comprado con nada más que con él mismo». Así como el acto más sublime del amor de Dios fue el sacrificio de su Hijo, la expresa imagen de Sí mismo, del mismo modo el más sublime acto del amor humano es el sacrificio del yo para la gloria de Dios.