OBSTÁCULOS A LA ORACIÓN. Bosquejos Bilbicos para Predicar 1 Pedro 3:7
Algo debe ir mal cuando sembramos mucho en oración y conseguimos poco fruto. Para que vuestras oraciones no sean estorbadas, cercioraos de:
I. Amar al Señor. «Pon asimismo tu delicia en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón» (Sal. 37:4). ¿Es tu corazón recto para con Dios? La naturaleza del amor es buscarlo a Él mismo, y Él ha prometido manifestarse a aquellos que le aman. Deléitate también en su Palabra si quieres que tus peticiones sean sin estorbos al acudir a él (Jn. 15:7).
II. Confesar el pecado. «Si en mi corazón hubiese acariciado yo la iniquidad, el Señor no me habría escuchado» (Sal. 66:18). El pecado descubierto en el corazón y no confesado delante de Dios permanece como una barrera a la oración. Estos pecados hacen que él oculte su rostro de nosotros para no escuchar (Is. 59:1, 2).
El Señor mira el corazón, y no debe haber ninguna controversia secreta ahí con él: no traidores en el campo. No se trata de qué es lo que otros puedan pensar de mí. Si yo acaricio la iniquidad allí, entonces debo confrontarla si quiero prevalecer con Dios.
III. Quitar los ídolos. «Estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón… ¿Acaso he de ser consultado yo en modo alguno por ellos?» (Ez. 14:3). Un ídolo es cualquier cosa que pongamos como cosa prioritaria en nuestros afectos, tomando el lugar de Dios.
Vistos o no por los hombres, quedan erigidos frente a su faz. Puede que tomen la forma de Placer, Moda, Amigos, Negocios, Pecado, o el Yo. No hay sitio en el corazón para un ídolo y el Espíritu Santo. El corazón debe ser limpiado si ha de prevalecer el espíritu de oración.
IV. Negar el yo. «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites» (Stg. 4:3). El deseo de ir en pos de nuestros placeres personales ahoga una multitud de oraciones. Las peticiones son buenas en sí mismas cuando rogamos pidiendo sabiduría, poder, gracia, o la salvación de nuestros amigos; pero si nuestro motivo es nuestro propio deleite, pedimos mal.
¿Acaso no ha dicho el Señor: «Si alguien quiere venir en pos de mí [en oración], niéguese a sí mismo»? Dios sigue ocultando muchas cosas de los «sabios y de los prudentes » que buscan su propio placer.
V. Ser firmes. «Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la ola del mar; … no piense… que recibirá cosa alguna del Señor» (Stg. 1:6, 7). No hay estabilidad en una ola del mar; carece absolutamente de propósito, arrastrada por el viento, criatura de las meras circunstancias.
La oración de la fe perseverante asalta el fuerte de la bendición. Una oración puede ser como una ola lanzada al trono de Dios, por la fuerza de alguna prueba tempestuosa, pero no se trata de una oración llena de duda. «Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis».
VI. Consideraros los unos a los otros. «Vosotros, maridos, igualmente… tratando a la mujer como a vaso más frágil, y dándoles honor también como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean estorbadas» (1 P. 3:7). Lo que es cierto de los maridos es asimismo cierto de las mujeres, y, en gran medida, de los hijos y de las hijas, hermanos y hermanas, y de toda la familia de la fe. Todos son «coherederos de la gracia de la vida» (1 P. 3:7).
Todos uno en Cristo Jesús; por ello el descuido en dar honor unos a otros, especialmente a los vasos más frágiles, actúa como obstáculo a la oración, por cuanto con ello se contrista al Espíritu Santo, y se causa deshonra al amor del Padre y a la gracia redentora del Salvador.
El acuerdo mutuo es una poderosa condición para la oración que prevalece, y ello hasta el punto de que «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos»
(Mt. 18:19).