Jesús Escogió a Pecadores para que fueran Discípulos
Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte. 1 Corintios 1.26–27
No era que los líderes religiosos que se creían justos no creyeran en los milagros de Jesús. En ninguna parte del evangelio se dice que alguien haya negado la realidad de los milagros de Jesús.
Francamente, nadie podía preguntarse si Él tenía poder sobre el mundo sobrenatural
¿Quién hubiera podido negarlos? Eran tantos, y la gran mayoría hechos públicamente, que ni el más escéptico de los enemigos de Jesús se habría atrevido a negarlos. Por supuesto, algunos trataron en forma desesperada de atribuir los milagros de Jesús al poder de Satanás (Mateo 12.24).
Nadie, sin embargo, negó jamás que los milagros fueran reales. Todo el que quisiera podía ver que Él tenía poder para echar fuera demonios y hacer los milagros que quisiese hacer. Francamente, nadie podía preguntarse si Él tenía poder sobre el mundo sobrenatural.
Pero lo que irritaba a los líderes religiosos no eran los milagros. Ellos podrían haber vivido con el hecho de que Jesús había caminado sobre el mar o que pudo alimentar milagrosamente a cinco mil personas. Lo que no podían tolerar era que los llamara pecadores. Ellos jamás se reconocerían como pobres, cautivos, ciegos y oprimidos (Lucas 4.18).
Eran santurrones demasiado presuntuosos. Por eso es que cuando vino Jesús (así como Juan el Bautista había venido antes que Él) predicando arrepentimiento y diciendo que todos ellos eran pecadores, miserables, pobres, ciegos bajo la esclavitud de su propia iniquidad y que necesitaban perdón y ser limpios, no lo pudieron tolerar. Por lo tanto, fue finalmente por su mensaje que ellos lo odiaron, lo vilipendiaron y terminaron ejecutándolo.
Por eso fue que cuando llegó el tiempo para que nombrara apóstoles, escogió hombres humildes, comunes y corrientes. Hombres que no fueron renuentes para reconocer su propia pecaminosidad.