El Valle de los Huesos Secos y el Aliento del Espíritu de Dios
Ezequiel 37:1-10 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
El valle de los huesos secos
1 La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos.
2 Y me hizo pasar cerca de ellos por todo en derredor; y he aquí que eran muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera.
3 Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y dije: Señor Jehová, tú lo sabes.
4 Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová.
5 Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis.
6 Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Jehová.
7 Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso.
8 Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu.
9 Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán.
10 Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo.
Estos huesos se refieren a «toda la casa de Israel» (v. 11). Como nación, están desparramados sobre el valle abierto de todo el mundo, separados hueso de su hueso, y muy secos.
Pero llegará el momento en que el aliento del Espíritu de Dios soplará sobre ellos, y ellos «se levantaron. sobre sus pies, un ejército sumamente grande» de testigos para Dios y su Cristo (v. 10, V.M.). Pero ciertamente hay una aplicación de toda la Escritura, divinamente inspirada, para nuestro tiempo presente. Observemos:
I. Cómo vino esta visión. «La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó Jehová en espíritu» (v. 1). Tenemos que estar «en Espíritu» (V. M.) para ver las cosas como realmente son, tal como las ve Dios. Ahí es donde comienza el avivamiento.
II. Lo que era la visión. «Un valle lleno de huesos.» Una imagen de total desolación. Un pueblo asolado y arruinado. «Muchísimos» y «secos en gran manera». Por su recaída e indiferencia a la Palabra de Dios se habían vuelto como huesos blanqueados; no había evidencia alguna de savia espiritual ni de vida en ellos; secos debido a la soberbia, al espíritu mundano y a la autosuficiencia. Los mismos principios producen hoy día los mismos resultados, pero pocos son los que lo ven.
III. Una pregunta escudriñadora. «Hijo de hombre, ¿pueden vivir estos huesos?» (v. 3). Esta pregunta puede solo impactar a esos cuyos ojos se han abierto para ver la tremenda necesidad de vida espiritual.
El ciego respondería: «¿Qué huesos? No veo huesos. Las cosas están tranquilas y en paz, y el valle es encantador y atractivo». ¡Pensemos en la responsabilidad de descansa sobre un hombre enseñado por el Espíritu! El ojo abierto es una nueva apertura para la obra. Si Dios nos ha dado el ver la necesidad de otros, ¿no tiene Él la intención de usarnos para la liberación de ellos?
IV. Una respuesta reflexiva. «Y respondí: Señor Jehová, tú lo sabes.» Solo Él podía saberlo, porque solo Él podía hacerlos vivir. La ciencia, el arte y todas las filosofías de los hombres carecen de remedio para el alma muerta en pecado y secada por la iniquidad. «T⁄ lo sabes». La salvación es de Jehová. Es bueno en una crisis como esta apoyarnos en la sabiduría y el poder de Dios.
V. El remedio. El remedio divino se revela cuando se ha visto la necesidad y ha sido penosamente sentida. Es doble. Se le manda que hable a los huesos en nombre de Dios (v. 4), y que hable a Dios en favor de ellos (v. 9). Predica la Palabra del Señor (v. 4), y ora pidiendo el poder del Espíritu Santo. La predicación tiene que ser en la fe de sus promesas. «He aquí que yo haré entrar espíritu en vosotros, y viviréis » (v. 5).
Es el Espíritu el que da vida. Los resultados fueron según Él había dicho (v. 10). Se puso en pie un ejército de hombres resucitados de entre los muertos, dispuestos para dedicar a Dios la vida que de Él habían recibido. «Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Ro. 6:11).