LA ORACIÓN CONTESTADA. Bosquejos Biblicos para Predicar Nehemías 2:1-8
Hay un período de tres meses entre el mes de Quisleu, en el que Nehemías oyó del «gran mal» de sus hermanos en Jerusalén, y el mes de Nisán, cuando sus oraciones comenzaron a ser contestadas. Durante todo este tiempo él había estado rogándole fervorosamente a Dios privadamente, pero en su servicio público había podido ocultar el dolor de su corazón presentando un rostro animoso.
Bien sabía él que era un crimen contra el rey comparecer ante él con un rostro dolorido. Pero al tratar así de complacer a los hombres podemos estar alejando de nosotros la misma bendición que tanto deseamos.Dios no nos demanda que actuemos hipócritamente a fin de que hagamos su voluntad. Es siempre mejor ser perfectamente honrados. Esto queda claramente evidenciado por lo que sigue.
I. Una pregunta turbadora. «¿Por qué está triste tu rostro?... No es esto sino quebranto de corazón» (v. 2). La agonía de su alma se había hecho demasiado honda para cubrirla ya más con una sonrisa. La pregunta del rey lo llenó de terror. «Entonces temí en gran manera.» En aquel momento Nehemías había llegado a quedar tan absorto en su interés por el bienestar de otros que se olvidó de sí mismo en presencia del rey.
Este olvido de uno mismo no puede dejar de llegar a ser un canal de rica bendición para muchos. Él había orado que Dios le diera gracia delante del rey (1:11), pero nunca podía haber previsto que sería por su tristeza en presencia del rey que vendría el albor de la liberación. «No son… vuestros caminos mis caminos, dice Jehová» (Is. 55:8).
II. Un instante crítico. Después que Nehemías hubo confesado que su rostro estaba triste porque «la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta», el rey le preguntó «¿Qué es lo que deseas?» (v. 4). Si la primera pregunta le había llenado de terror, esta otra debió colmarle de asombro.
¿Era este el amanecer de esperanza que rasgaba finalmente la larga noche de dolor que había entenebrecido su corazón? ¿Sería ésta la puerta de salvación de Dios que ahora se le abría repentinamente ante sus ojos? ¿Había llegado el tiempo en que todos los deseos de su corazón le serían concedidos? «¿Qué es lo que deseas? » ¡Qué maravillosa oportunidad es ésta cuando la da uno que puede satisfacer el alma con bien! Uno mayor que Artajerjes ha dicho: «¿Qué quieres que te haga?» Pero observemos cómo este hombre de oración afrontó esta nueva situación.
«Entonces oré al Dios de los cielos ». Si no hubiera estado viviendo en espíritu de oración no habría pensado en ello en aquel instante concreto. En este pequeño y espontáneo acto tenemos una revelación de su verdadero carácter. Incluso cuando se ve sorprendido, el santo hábito de su alma es buscar a Dios para ser guiado. Cuando Dios viene a ser la más grande realidad en nuestras vidas, no hay nada más natural que la oración.
Los que dicen que no tienen tiempo para orar, no conocen la naturaleza de la oración. Nehemías halló tiempo para orar mientras que un rey esperaba su respuesta. Con la oración sucede como con la salvación. «Mira y vive.» «Mirad a Mí, y sed salvos» (Is. 45:22).
III. Una gran petición. Ahora había favor ante un gran rey, y por ello hizo grandes peticiones. Pidió de manera concreta dos cosas:
1 Que fuera ENVIADO. «Si le place al rey, que se me den cartas», etc. (vv. 7, 8). Estas cartas a los gobernadores al otro lado del río, y al guarda del bosque del rey (reservas reales) eran para Nehemías palabras de autoridad y de promesa. Tuvo lo que debía tener todo siervo enviado por Dios: una comisión claramente definida, una certidumbre de seguridad (salvoconducto) y la promesa de provisión. Nuestro Señor y Maestro nunca envía a nadie a la guerra a sus expensas. Él hace que abunde toda gracia para que tengamos toda suficiencia. «Pedid, y recibiréis» (Mt. 7:7).
IV. Una respuesta abundante. «Y me lo concedió el rey, según la benéfica mano de Jehová sobre mí» (v. 8). El secreto del éxito en la obra del Señor reside aquí. Cuando la vida de un hombre está en «la benéfica mano de Dios», entonces se harán señales y maravillas. La medida de bendición será conforme al poder de aquella mano que está sobre nosotros.
Esta mano poderosa y conquistadora tomó a Nehemías aquel día en que se vio agobiado de tal manera que, en sus palabras, «me senté y lloré, e hice duelo… y ayuné y oré» (1:4). No luchó, como Jacob, en contra de la mano celestial y divina que estaba doblándole en dolor y humillación a los pies de Dios. Se entregó enteramente a la presión de su mano que, aunque gravosa, era «benéfica».
Lo mismo que Esdras (7:6 y 9:28), se encontraba totalmente consciente de que la mano de Dios estaba sobre él, como instrumento por el que cumpliría el beneplácito de su voluntad. Todas las cosas ayudan para bien de los que aman a Dios, de aquellos que son llamados conforme a su propósito.