SALVACIÓN PLENA. Bosquejos Biblicos para Predicar Tito 3:3-7
Es fácil decir que hay plenitud de agua en el océano, plenitud de riquezas en la tierra, y plenitud de luz en el sol; pero ¿se puede contar la riqueza de esta plenitud? Así hay plenitud de salvación en la gracia de Dios, pero esta plenitud solo puede ser comprendida en los siglos de los siglos. En el pasaje citado tenemos lo que podríamos denominar siete pasos a una salvación plena.
I. Una confesión honrada. «Nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, desobedientes, extraviados, esclavos [del pecado]» (v. 3). La confesión es la apertura de las ventanas del corazón a la luz del cielo: un reconocimiento delante de Dios de nuestra culpa y necesidad de su misericordia. Dios es fiel y justo para perdonar a cada sincero confesador (1 Jn. 1:9).
II. Una revelación divina. De «la benignidad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres» (v. 4). La benignidad y amor de Dios, todo ello revelado en Cristo Jesús, es el mayor y más precioso descubrimiento que haya hecho jamás el hombre pecador. Para él es una fuente abierta, donde manan corrientes de misericordia para todo su pecado e inmundicia.
Cuando se ve y se confía, le lleva a hacer esta otra confesión: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn. 4:9, 10).
III. Una justificación plena. «Justificados por su gracia» (v. 7). Así como hemos pecado contra Dios, únicamente Dios puede justificar. Esto lo hace por su propio, libre e inmerecido favor, por medio de Jesucristo. «No por obras, para que nadie se gloríe» (cf. Gá. 2:16). Cuando Dios justifica al creyente en Jesús, ello constituye una evidencia de que su perdón ha sido pleno y total.
IV. Una regeneración completa. «Nos salvó… mediante el lavamiento de la regeneración» (v. 5). Supongamos que fuera posible quedar justificados de todo pecado, y sin embargo no recibir un cambio de corazón ni ser hechos nuevas criaturas. ¡Qué pronto que este justificado sería como la puerca lavada, volviendo al lodazal! «A los que justificó, a éstos también glorificó» (Ro. 8:30).
La justificación nos pone a bien con Dios para bendición adicional. La regeneración nos hace como Dios en carácter para servicio santo. No sería una plena salvación sin haber «nacido de lo alto».
V. Una renovación diaria. Para suplir esta necesidad tenemos «la renovación por el Espíritu Santo, a quien derramó sobre nosotros abundantemente » (vv. 5, 6). Éste es el remedio divino para nuestra sequedad espiritual. «Que… os renovéis en el espíritu de vuestra mente» (Ef. 4:23). A lo largo del escabroso camino de la vida hay mucho que desgasta y agota la energía del alma; pero el Espíritu Santo puede renovar nuestra energía e idoneidad con su influencia vivificadora.
«Es el Espíritu el que da vida.» Aquí la carne de nada aprovecha. Allí donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Nuestro Señor dijo: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (Jn. 7:38). «Cree, y verás.»
VI. Una posesión eterna. «Herederos conforme a la esperanza de la vida eterna» (v. 7). Nuestro Padre Eterno tiene tan vastas posesiones que cada hijo «nacido de Dios» viene a ser un heredero, no meramente de una existencia eterna, que se ve, sin haber «nacido de nuevo», sino de la vida en abundancia que es en Jesucristo, a lo largo de todas las edades venideras. Así, tenemos plenitud de misericordia para empezar, plenitud de gracia para proseguir, y al final plenitud de vida para gloriarnos para toda la eternidad. «El que tiene al Hijo tiene la vida» (1 Jn. 5:11). «Él puede salvar ETERNAMENTE.»