La palabra hebrea «nefesh», (que es uno de los vocablos traducidos generalmente en castellano por «alma») aparece 754 veces en el Antiguo Testamento.
Como puede verse en la primera cita bíblica al respecto, significa «lo que tiene vida» (Gn. 2:7), y se aplica tanto al hombre como a los demás seres vivientes (Gn. 1:20, 24, 30; 9:12, 15, 16; Ez. 17:9).
Muchas veces se identifica con la sangre, como algo que es esencial para tener aliento y animación (Gn. 9:4; Lv. 17:10-14; Dt. 12:22-24), y en el hombre es su principal característica que lo distingue de los seres irracionales (Gn. 1:26).
La primera función del alma es la de dar vida al cuerpo, y como la respiración es el signo principal de la vida física, de ahí que en hebreo, como en la mayoría de las lenguas, se designe con términos que se relacionan más o menos con la imagen del aliento.
Este principio es la base donde radican los sentimientos, las pasiones, la ciencia, la voluntad (Gn. 28:8; 34:3; Éx. 23:9; 1 S. 1:15; Sal. 6:4; 57:2; 84:3; 139:14; 143:8; Cnt. 1:6; Pr. 19:2; Is. 15:4, etc.).
El alma expresa al hombre entero, a su total personalidad en muchas de las ocasiones en las que aparece en la Biblia. Toda esta concepción del alma se basa en la observación concreta del hombre.
Así, estar en vida es todavía tener aliento (2 S. 1:9; Hch. 20:10); cuando el hombre muere sale el alma (Gn. 35:18), es exhalada (Jer. 15:9), y si resucita vuelve el alma a él (1 R. 17:21).
Para el pensamiento hebreo el alma es inseparable del hombre total, es decir, que el alma expresa los hombres vivientes. Tal vez aquí radica el origen de la identificación del alma con la sangre (Sal. 72:14); el alma está en la sangre (Lv. 17:10 s), y a veces se dice metafóricamente (?) que la sangre es la vida misma (Lv. 17:14; Dt. 12:23).
De todos estos pasajes se puede deducir que la «nefesh» es el principio de vida vegetativa que se considera ligada a la sangre del ser vivo (Gn. 9:4-5; etc.).
Hay en hebreo además otras palabras que tienen casi el mismo significado, como «nesamah», que expresa un soplo divino vivificante (Zac. 12:1; Jb. 12:10) que es principio de vida racional, sensitiva e intelectual (Ez. 11:5; Is. 26:9; 66:2; Pr. 15:13; 29:23; Sal. 51:14).
Otro término casi equivalente es «ruah», que designa un soplo vital, el principio de la vida y de los sentimientos (Pr. 20:27).
El hombre es superior y se distingue de las bestias por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios (Gn. 2:7; 6:3; 7:22; 27:6; Lv. 17:11; Sal. 104:29-30; Jb. 10:9-12; 27:3; 33:3-4).
En el Antiguo Testamento la «nefesh» parte del cuerpo con la muerte (Gn. 25:18); pero el término no se aplica al espíritu de los muertos.
«Ya que la psicología hebrea no tenía una terminología semejante a la nuestra»; la explicación debe buscarse en los pasajes donde las palabras hebreas traducidas por «corazón» y «espíritu» son usadas.
Es preciso esperar a los tiempos del Nuevo Testamento, los de la plenitud de la Revelación en Cristo, para tener una doctrina completa del alma.
En el griego del Nuevo Testamento la palabra «psyche» se usa como equivalente de la palabra hebrea «nefesh», pero hay once casos en los Evangelios Sinópticos en que se expresa la seguridad de la vida después de la muerte.
En todos los cuatro evangelios la palabra «pneuma», que es equivalente de «ruah», también se usa para indicar la vida espiritual, y la palabra «kardia» («corazón») se usa para expresar la vida psíquica del hombre.
En el Nuevo Testamento el alma es la parte invisible del hombre, en oposición con la sangre y la carne (Col. 2:5; 1 Co. 5:5; 7:34; Jn. 6:64); la «psyche», el alma, es el principio de la voluntad y del querer (Mt. 26:41; Mr. 14:38), el centro de la personalidad íntima del hombre (1 Co. 2:1); el alma es nuestro propio yo (Ro. 8:16; 1 Co. 16:18; Gá. 6:18; Fil. 4:23).
En el Nuevo Testamento, al contrario del Antiguo, el alma puede vivir separadamente del cuerpo y es el principio que le da vida (Lc. 8:55; 23:46; Hch. 7:59; Stg. 2:26).
Claramente se habla de la supervivencia del alma (Lc. 23:46; 1 P. 3:19). Así que es sinónimo de espíritu, y cuando el apóstol Pablo habla de tres componentes del hombre, a saber: cuerpo, alma y espíritu, no debemos pensar en una verdadera tricotomía, sino en la distinción entre la vida biológica del hombre y su vida espiritual, y que son salvos juntamente con su cuerpo, porque Dios salva al hombre total (1 Ts. 5:23), que, si ahora está sometido a la muerte, será transformado y revestido de inmortalidad al final de los tiempos (1 Co. 15:53).
La expresión usada por Pablo que compara la muerte a un sueño (1 Co. 7:39) es una metáfora usada ya por los judíos y que ciertamente aparece también en numerosas inscripciones en las catacumbas de las primeras generaciones, y en la cual se expresa la firme convicción de que si duermen en el cuerpo, ciertamente ya han empezado a gozar de la salvación de Dios.
En este pasaje, como en otros, el apóstol supera las falsas concepciones que invadían el mundo helenístico en cuanto a la resurrección.
El hombre total resucitará, en alma y cuerpo, porque la muerte no termina con el hombre, ya que Dios, cuando lo creó, lo hizo inmortal, y si por el pecado la muerte entró en el mundo (1 Co. 15:22), por Cristo entró la vida.
Aunque la Biblia no desarrolla la idea del alma de una manera abstracta como lo hace la filosofía, no obstante, es bien claro que en el Nuevo Testamento el alma que anima al hombre terrenal lo sobrevive y lo animará cuando, ya transformado y revestido de inmortalidad, tenga la plena visión de Dios.
Cuando Dios creó al hombre a su «imagen y semejanza» (Gn. 1:26), su alma, su vida, su carácter, su voluntad, su psicología, su personalidad total tenían rasgos divinos que el pecado destruyó.
El hombre, señor de la Naturaleza, tiene un alma, una vida superior a la de los animales, sobre los cuales tiene dominio por su razón y personalidad que le vienen por un acto de la soberana voluntad de Dios que le permite señorear y «llamar» por su nombre a los animales (Gn. 2:19).
Su alma es, por tanto, superior y distinta de la de los demás seres. El hombre resucitará en su integridad (tanto los buenos como los malos) al final de los tiempos (1 Co. 15:45).
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