El caluroso clima oriental exige frecuentes baños. La hija de Faraón se bañaba en el Nilo (Éx. 2:5). Los egipcios vestían ropas de lino, siempre acabadas de lavar, y sus sacerdotes se tomaban dos baños fríos de día, y otros dos por la noche (Herodoto 2:37).
Los egipcios, hebreos y sirios se lavaban el polvo de sus pies cuando entraban en una casa (Gn. 18:4; 19:2; 24:32; 43:24; Jn. 13:10).
Si los israelitas se contaminaban, se lavaban todo el cuerpo y los vestidos (Lv. 14:8; 15:5; 17:15; Nm. 19:7, 8),
en agua corriente (Lv. 15:13), en un río (2 R. 5:10), dentro de un patio interior o en un jardín (2 S. 11:2, 4).
Se lavaban, se ungían, y se ponían sus mejores vestimentas para las fiestas, las ceremonias de la corte y al quitarse el duelo (Éx. 40:12, 13; Rt. 3:3; 2 S. 12:20; Mt. 6:17).
Los sacerdotes se lavaban las manos y los pies antes de entrar en el santuario o antes de hacer quemar el holocausto sobre el altar (Éx. 30:19-21). El sumo sacerdote se bañaba al momento de principiar su oficio, y en el Gran Día de la Expiación, antes de llevar a cabo cada uno de los actos de propiciación (Lv. 8:6; 16:4, 24).
En la época de Cristo, los judíos se lavaban o se rociaban al volver del mercado (Mr. 7:3, 4). En la misma época, había baños públicos, ya que los judíos adoptaron las costumbres griegas y romanas. Para baños terapéuticos, acudían a las termas de Tiberíades, de Gadara, de Callirroe, cerca de la orilla oriental del mar Muerto (Josefo, Antigüedades 17:6, 5; 18:2, 3).
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