(a) DEFINICIÓN.
Término teológico que no figura en la Biblia con respecto al pecado de Adán, si bien el hecho expresado por este término ocupa un lugar central: la caída de Adán y Eva del estado de inocencia al de pecado (Gn. 3; Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:21-22, 45-47; 2 Co. 11:3; 1 Ti. 2:14).
La caída es un punto de inflexión en la historia moral y espiritual de la raza humana, con unos desastrosos efectos de una magnitud incalculable. El capítulo 3 de Génesis presenta la caída del hombre como un hecho indudable.
El relato entero refleja, con una gran exactitud psicológica, la experiencia humana. La perspectiva bíblica con respecto al pecado y a la redención presupone la caída.
Dios creó al ser humano, varón y hembra; les dio «un alma viviente, razonable, inmortal; los creó a la imagen de Dios, esto es, inteligentes, capaces de ser justos... y capaces de caer» (Lutero, «Gran Catecismo», 17).
Dejados ante la elección de hacer la voluntad de Dios o no, sucumbieron a la tentación y transgredieron el mandamiento (Gn. 2:16, 17; 3:1-8). Por su desobediencia, perdieron la inocencia y la pureza.
El resultado de la caída es el estado de pecado en el que son concebidos y nacen todos los seres humanos, que reciben la herencia de una naturaleza malvada (Sal. 51:7; Jn. 3:6; Ro. 5:12). La consecuencia del pecado es la muerte espiritual, temporal y eterna.
Sin embargo, se debe matizar la doctrina del catolicismo romano acerca del pecado original según la cual todo descendiente de Adán, por el solo hecho de su nacimiento, es culpable y está perdido ante Dios de manera que «los niños pequeños que mueran sin bautismo no pueden ser salvos» (Monseñor E. Cauly, «El Catecismo explicado», p. 306).
Es cierto que todos los hombres son pecadores «por naturaleza» (Ef. 2:3), pero los pecados por los que es condenado son los suyos propios. La muerte ha pasado a todos los hombres debido al pecado de Adán pero «todos» han pecado (Ro. 5:12) La responsabilidad en base a la que Dios juzga a cada uno es la responsabilidad personal (Ro. 2:1, 6, 12; 3:9-20; 5:12).
El instrumento de la primera tentación, según Génesis, fue la serpiente, el NT destaca el hecho de que Satanás mismo se sirvió de la serpiente (Gn. 3:15; 2 Co. 11:3; Ro. 16:20 y Ap. 12:9).
El pasaje de Gn. 3:16-24 expresa intensamente las consecuencias de la caída: sufrimientos físicos y morales, desunión, maldición de la tierra y de la naturaleza (Ro. 8:20-22), trabajos penosos, más tarde la muerte física y también la muerte espiritual por la separación de Dios.
Pero hay también allí la provisión llena de gracia, el remedio a la caída, el protoevangelio contenido en Gn. 3:15; ¡la posteridad de la mujer (Cristo) aplastará la cabeza de la serpiente!
Para Pablo no hay necesidad de demostrar la culpabilidad humana resultante de la caída de Adán. Adán es el origen del pecado y de la muerte de toda la raza.
Al mismo comienzo de la historia de la raza, tenemos a Adán y la humanidad pecadora; a su fin, a Cristo, y la humanidad regenerada (Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:21, 22, 45-49). (véase REDENCIÓN).
(b) Concepciones criticas de la caída.
Los teólogos racionalistas o evolucionistas consideran Gn. 3 como una alegoría o un mito.
La caída hubiera sido, para ellos, una etapa necesaria del desarrollo moral del hombre, una caída no hacia abajo, sino hacia arriba; el paso del estado salvaje, o animal, al conocimiento del bien y del mal, un paso hacia la pureza moral gracias a la experiencia del pecado.
Pero un concepto así ignora totalmente la enseñanza de las Escrituras acerca de la esencia y de la terrible gravedad del pecado: solamente es considerada como un bien disimulado o imperfecto.
Los críticos creen que nuestro relato está inspirado en una fuente babilónica, y que tiene su paralelo en el «Mito de Adapa». Ea, el creador del hombre, advierte a su hijo Adapa que no tome ni el alimento ni la bebida que le ofrecen los dioses del cielo de Anu:
«Alimentos de muerte te ofrecerán: no los comerás.
Te presentarán para bebida el agua de la muerte: no la beberás.
Te mostrarán un vestido: ¡póntelo!
Ante ti pondrán aceite: ¡úngete!
No te olvides del mandamiento que te he dado.
Retén con firmeza la palabra que te he dicho.»
Sucedió después que los dioses le ofrecieron los alimentos y la bebida de la inmortalidad, pero Adapa obedeció a su padre y, por ello, perdió la vida eterna.
Uno se sorprende que se haya podido ver a este relato como la fuente de Gn. 3. En toda la literatura babilónica no se halla el concepto de caída: es totalmente contraria a todo su sistema de burdo politeísmo. Según la Biblia, el hombre ha sido creado a imagen de un Dios único y santo.
Los babilonios, como también los griegos, los romanos y muchos otros pueblos y naciones, se han hecho sus dioses, buenos y malos, a imagen del hombre.
Estas divinidades se odian entre sí, se golpean, se hacen la guerra y se matan entre ellas: ¿Cómo se les podría jamás atribuir la formación de seres moralmente perfectos? Un hombre salido de manos de ellos hubiera tenido una naturaleza necesariamente tan corrompida como la de ellos.
No hubiera podido conocer ninguna caída, puesto que en el pensamiento pagano no había conocido ningún estado de inocencia del cual hubiera podido caer. La leyenda de Adapa habla ciertamente de alimentos de vida, como Gn. 3:2 menciona el árbol de la vida.
Pero aquí acaba todo parecido. Adapa pierde la vida eterna no debido a que su orgullo lo hubiera llevado a la desobediencia, como sucedió con Adán, sino porque obedece a Ea su creador, ¡que le engaña!
De una historia así no podemos llegar a saber nada del origen del pecado, ni de su remedio, y no tiene nada que ver con el relato inspirado por Dios en Génesis 3 .
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