Ya de antiguo se interesaron los hombres en las estrellas y en las constelaciones (Gn. 22:17).
Observaban Orión, las Pléyades, la Osa Mayor, los signos del Zodíaco (Jb. 9:9; 38:31-32; 2 R. 23:5).
Se dieron nombre a ciertos planetas: Saturno, Venus (véase ZODÍACO). Jud. 13 hace posiblemente alusión a meteoros o a cometas.
La posición de ciertos astros permitía fijar las fechas (Ant. 13:8, 2). Los egipcios dividían el año en 36 períodos de 10 días, comenzando cada uno con la aparición de una de las 36 constelaciones sucesivas (véase TIEMPO).
Los israelitas consideraban a las estrellas como dependientes de Dios, el Creador de ellas (Gn. 1:16; Sal. 8:4; Is. 13:10; Jer. 31:35).
Los paganos y los israelitas apóstatas instituyeron un culto a las estrellas (Dt. 4:19; 2 R. 17:16); les erigieron altares, y quemaron perfumes en honor de los astros (2 R. 21:5; 23:5).
Creían que las estrellas influenciaban no solamente a la naturaleza (cp. Jb. 38:31), sino también las empresas humanas. Se imaginaban también que indicaban el futuro. Los modernos adictos a los horóscopos conservan la misma superstición pagana. (Véase ASTROLOGÍA.)
En un sentido simbólico, una estrella representa frecuentemente a una gran personalidad:
La estrella que sale de Jacob designa al Mesías (Nm. 24:17);
los doce patriarcas son simbolizados por estrellas (Gn. 37:9);
las estrellas son la imagen de los príncipes y caudillos particularmente importantes (Dn. 8:10; Ap. 1:20).
Jesucristo recibe el nombre de estrella de la mañana (Ap. 2:28; 22:16; cp. 2 P. 1:9), dándose a conocer a los creyentes de la Iglesia en este carácter celestial.
Aparecerá como sol de justicia en relación con su pueblo terrenal y con los juicios que han de cerrar esta era de la gracia (Mal. 4:2), en su segunda venida
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