La interpretación más ajustada al relato del texto es que se trató de un acontecimiento sobrenatural, análogo a una estrella, que los magos vieron en el cielo.
Influenciados posiblemente por la profecía de Balaam (Nm. 24:17) o por otras predicciones, los magos pensaron que el fenómeno anunciaba el nacimiento del rey de los judíos.
Cuando estos sabios salieron de Jerusalén, después de su consulta a Herodes, se les apareció nuevamente la estrella, que les condujo, deteniéndose donde se hallaba el divino Niño (Mt. 2:1-2, 9).
Se han propuesto varias interpretaciones naturalistas, en base a las cuales nos hallaríamos frente a un fenómeno natural, mediante el que fueron dirigidos los magos de una manera providencial.
En diciembre de 1603, el astrónomo Kepler observó una conjunción de Júpiter y de Saturno. En marzo de 1604 el planeta Marte se aproximó a los anteriores.
En octubre de 1604, una nueva estrella, sumamente brillante, se unió a los tres astros; después fue desvaneciéndose lentamente, y desapareció en febrero de 1606.
Kepler calculó que se había dado una conjunción de los mismos planetas en los años 7 y 6 a.C. Creía él que si la estrella variable se hubiera unido entonces a los tres planetas, como había sucedido en 1604, ésta debió de ser la estrella de oriente.
Sin embargo, una estrella no puede ser asimilada a una conjunción; por otra parte, no coincide con la cronología del nacimiento de Cristo, que ha sido precisada mediante consideraciones independientes. Y el relato bíblico indica que el acontecimiento fue muy distinto a esta racionalización naturalista (Mt. 2:9).
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