Metal precioso; en la antigüedad se extraía:
del país de Havila (Gn. 2:11, 12),
de Sabá (1 R. 10:2; Sal. 72:15),
de Ofir (1 R. 22:49; 2 Cr. 8:18).
Se empleó en profusión para recubrir los accesorios del Tabernáculo, así como para el mobiliario y la decoración del Templo (Éx. 25:18; 38:24; 1 R. 6:22, 28).
Se hacían de este metal:
ídolos (Éx. 20:23; 32:31; Is. 40:19; Hch. 17:29),
coronas (Sal. 21:4),
collares (Gn. 41:42),
anillos (Cnt. 5:14),
pendientes (Jue. 8:26).
Después se empezaron a acuñar monedas de oro (Esd. 2:69; cfr. Hch. 3:6; 20:33). A causa de su brillo, de su maleabilidad, ductilidad e inalterabilidad, el oro ha sido extremadamente apreciado desde el comienzo de la Historia.
Según los relatos que nos han venido de la antigüedad, y de los recientes descubrimientos, es evidente que ha sido empleado en el pasado en cantidades desconocidas en nuestra época. Una gran parte de nuestras reservas de este metal se conservan en forma de moneda o de lingotes, por lo que escapan a su utilización en las artes aplicadas.
Por otra parte, el oro no se usaba en demasía como medio de intercambio, y el patrón oro para el dinero es una institución relativamente reciente.
Desde el Génesis se hacen alusiones a grandes riquezas consistentes en objetos o joyas de oro, como las:
de Abraham (Gn. 13:2; 24:22),
de los egipcios (Éx. 12:35),
de los israelitas (Éx. 32:3-4; 35:22),
de los madianitas (Nm. 31:50);
más tarde, de David (1 Cr. 22:14-16),
de Salomón (2 Cr. 1:15),
de la reina de Sabá (2 Cr. 9:1),
sin hablar de las grandes cantidades que se emplearon para el Tabernáculo y para el Templo (cfr. más arriba).
Estas descripciones bíblicas están en total acuerdo con diversas fuentes de la antigüedad, en particular con los antiguos relatos de historiadores profanos, y con la profusión asombrosa de oro en la decoración de ciertos templos, palacios y sepulcros (como el del faraón Tutankhamon).
El historiador Atenea relata que la pira funeraria de Sardanapalo estuvo ardiendo durante quince días, consumiendo montones de madera de sándalo y oro en enormes cantidades.
Si las excavaciones arqueológicas permiten el constante hallazgo de tesoros de este precioso metal, se tienen que tener en cuenta todas las cantidades que han sido anteriormente saqueadas por los ladrones de tumbas, y destruido o vuelto a fundir a lo largo de los siglos.
El oro es un símbolo de integridad (Lm. 4:2) y de gran valor (Ap. 3:18). El refino del oro en el crisol sirve de imagen para la purificación del pueblo de Dios en el horno de la prueba (Zac. 13:9; Mal. 3:3; 1 P. 1:7).
En la tipología del Tabernáculo (cfr. He. 8:5), así como la plata representa el rescate de cada israelita (Éx. 38:25-28), el oro parece simbolizar lo divino e inalterable en el santuario.
El arca, que es el tipo más completo de Cristo, estaba hecha de madera de acacia recubierta de oro, lo mismo que la mesa de los panes de la proposición y el altar de incienso, mientras que el candelero de siete brazos era de oro puro (Éx. 37:1-2, 10-11, 25-26; v. 27).
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